Este mes de febrero se presenta como un mes de propuestas revolucionarias y de cambios ante muchas tiranías. En España, cambios políticos en el País Vasco. Surge Sortu, para quienes creen con esperanza en el cambio, como una nueva fuerza que aporte libertad para un pueblo, desde el no a la violencia y con nuevos esquemas políticos. ¡Es una buena noticia!
La plaza de la Liberación de Egipto se ha convertido en un emblema de los ideales de justicia y libertad que el pueblo oprimido es capaz de conseguir. Qué bien leer en la prensa: “los manifestantes logran hacer de la plaza de la Liberación, centro de protesta, una suerte de comuna libre, limpia, segura y respetuosa con las minorías”. Cuentan con servicio médico, de información y de reparto de alimentos. Han superado las la diferencias sociales, religiosas y de sexo… Todos son uno en la lucha que intenta mantener la calma y romper la violencia, pero que no se repliega ante el poder del dictador.
¿Fue Mohamed Boazizi en Túnez quien lo originó, fue Jaled Said el bloguero egipcio de 28 años? En Cisjordania, en Yemen, en Argelia… Se desató la chispa en Túnez que prendió la mecha de la liberación, ya imparable. Son los jóvenes que no aguantan la imposición de la injusticia, el olvido de los últimos.
Todos estos movimientos libertarios, revolucionarios, que subvierten las estructuras rígidas, los poderes absolutos despiadados y opresores han de contagiar no sólo a los pueblos árabes. Hablan para toda la humanidad, ponen al descubierto a cualquier otro sistema que actúe de igual manera. También el pueblo de Dios ha de poderse levantar en contra de una jerarquía que hiere, que excluye, censura, prohíbe, se aferra al poder y al dogma por encima de la vida. Y en ello ataca hoy a unos y mañana a otros. Nada de eso tiene que ver con el Evangelio. También en la Iglesia, nosotros somos más, que la cúpula, somos cientos los que estamos cansados de censuras. De ritos vacíos. De falta de autenticidad, de carencia de humanidad y de vida.
Me acaba de llegar una carta para invitarme a los actos por la llega a Mallorca de “la Cruz” que preside las Jornadas Mundiales de Juventud, que Juan Pablo II entregó a los jóvenes con motivo del Año Jubilar, con el mandato de llevarla a todo el mundo, como signo del amor de Cristo. De los actos para tal ocasión se excluye únicamente la plegaria en el centro penitenciario (el lugar más propio de la cruz). Se anuncia como momento privilegiado de comunión con la Iglesia universal y en preparación del gran encuentro mundial de agosto en Madrid.
Yo leo eso y me pregunto ¿qué es esto? ¿A quién mueve? ¿Qué jóvenes se movilizan por un trozo de madera, por una cruz de madera cuando lo que deberíamos de enseñarles es a quitar o acompañar a tantas cruces de tantos crucificados de nuestra historia de ahora? ¿Qué sentido tienen estos ritos postizos, irreales, desencarnados, montajes de estrategias de una Iglesia que hace mucho ha perdido el camino de acercamiento a la realidad? ¿Qué sentido evangélico hay en todo eso? ¿Qué fuerzas y dinero, movimientos parroquiales… se van a poner marcha y con qué fin? ¿Es eso lo que Jesús querría de sus seguidores hoy? ¿Es lo que necesitamos en la Iglesia?
¿No tendrían que ser los jóvenes -o los mayores- quienes también, como los jóvenes tunecinos o egipcios, se levantaran exigiendo cambios, diciendo basta?
Veo las imágenes de la plaza de la Liberación y veo vida, esperanza. Contagian ilusión, ahí está presente el Dios de la Vida. De la sagrada vida en busca de la justicia. Miro a este otro lado y veo el rito vacío, postizo, alejado de las vidas de las mujeres, hombres y jóvenes de hoy. Si las iglesias se vacían no es porque las personas no tengan profundidad y sed de lo infinito y sensibilidad para ello, sino porque la Iglesia no abre espacios para ello, se conforma con la pompa, el poder y el boato.
¿Qué bloguero movilizará a todos los que deseamos vivir en el seno de la Iglesia del Reino, de la buena noticia del Evangelio, de la comunidad de la justicia y del bien que inauguró Jesús?
Iglesia 2011: Un resurgimiento imprescindible
Memorándum de profesoras y profesores universitarios de teología sobre la crisis de la Iglesia católica en Alemania.
Más de un año ha pasado, desde que se han hecho públicos los casos de abuso sexual en niños y jóvenes por sacerdotes y religiosos en el Colegio Canisius en Berlín/Alemania. Siguió un año que ha sumergido la Iglesia católica en Alemania en una crisis sin precedentes. El resultado visible que hoy se ve es ambivalente: Mucho se ha empezado para hacer justicia a las víctimas, remediar las injusticias y detectar las causas de abuso, encubrimiento y doble moral en las filas propias. En muchos cristianos y cristianas responsables con y sin ministerio ha crecido –después de la indignación al principio– el entendimiento de que reformas de fondo son necesarias. El llamado a un diálogo abierto sobre las estructuras de poder y de comunicación, sobre la forma del ministerio eclesial y la participación de los y las fieles en la responsabilidad, sobre la moral y la sexualidad ha despertado expectativas, pero también temores: ¿Acaso el último chance para un despertar de la paralización y resignación se está echando a perder por dejar pasar o minimizar la crisis? La incomodidad de un diálogo abierto sin tabúes da miedo, más todavía con la visita del papa en las puertas. Pero la alternativa de un silencio sepulcral, porque las últimas esperanzas sean destruidas, no puede ser la solución.
La profunda crisis de nuestra Iglesia exige hablar también de esos problemas que a primera vista no tienen que ver directamente con el escándalo del abuso y de su encubrimiento por décadas. Como profesores y profesoras de teología ya no podemos quedarnos callados. Nos vemos en la responsabilidad de aportar a un verdadero comienzo nuevo. 2011 tiene que ser un año de resurgimiento para la Iglesia. El año pasado han dejado en Alemania más cristianos y cristianas la Iglesia que nunca antes; han cancelado su lealtad a la jerarquía eclesial o han privatizado su vida de fe, para protegerla de la institución. La Iglesia tiene que entender estos signos y ella misma tiene que salir de las estructuras osificadas, para recuperar nueva fuerza vital y credibilidad.
La renovación de estructuras eclesiales no resultará a través de protección miedosa frente a la sociedad, sino solamente con el valor de la autocrítica y con la aceptación de impulsos críticos – también desde afuera. Es parte de las lecciones aprendidas del año pasado: La crisis del abuso no se habría trabajado con tanta decisión sin el acompañamiento crítico por la opinión pública. Solamente a través de la comunicación abierta, la Iglesia puede recuperar confianza. Solamente si la autoimagen y la imagen externa de la Iglesia coincidan, puede ser creíble. Nos dirigimos a todos y todas, que todavía no han renunciado a esperar un nuevo comienzo de la Iglesia y a luchar por ello. Señales para resurgimiento y diálogo, que algunos obispos han dado en los últimos meses en sus charlas, prédicas y entrevistas, queremos retomar.
La Iglesia no existe ni está para sí misma. Tiene la misión de anunciar a Dios liberador y amoroso de Jesucristo a todas las personas. Esto solamente puede hacer si ella misma es espacio y testigo creíble de la noticia liberadora del evangelio. Su hablar y actuar, sus reglas y estructuras, toda su trata de las personas adentro y afuera de la Iglesia tienen que cumplir la exigencia de reconocer y promover la libertad de los seres humanos como creaturas de Dios. Respeto incondicional a cualquier persona humana, respeto a la libertad de la conciencia, compromiso con el derecho y la justicia, solidaridad con los pobres y perseguidos: Estos son medidas fundamentales de la teología que resultan del compromiso de la Iglesia con el evangelio. En esto se concretiza el amor a Dios y al prójimo y la prójima.
La orientación en la noticia liberadora bíblica implica una relación diferenciada con la sociedad moderna. En algunos aspectos, la sociedad se ha adelantado a la Iglesia, cuando se trata del respeto a la libertad y responsabilidad del individuo; de esto la Iglesia puede aprender como ya ha resaltado el Concilio Vaticano II. En otros aspectos una crítica de esta sociedad desde el espíritu del evangelio es indispensable, por ejemplo donde personas son calificadas solamente según su rendimiento, donde la solidaridad mutua se pierde o la dignidad humana se pisotea.
De todas maneras: El anuncio de libertad del Evangelio es el criterio para una iglesia creíble, para su actuar, para su conformación social. Los desafíos concretos que tiene que enfrentar la Iglesia no son nuevos. Sin embargo, reformas direccionadas hacia el futuro no se dejan percibir. El diálogo abierto tiene que ser llevado en los siguientes campos de acción:
1. Estructuras de participación: En todas las áreas de la vida eclesial, la participación de las y los fieles es piedra de toque para la credibilidad del anuncio liberador del Evangelio. Según el principio antiguo de derecho: “Lo que concierne a todas, debe ser decidido por todas“, se necesita más estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia. Los y las fieles deben participar en el nombramiento de ministros ordenados importantes (obispo, párroco). Lo que se puede decidir localmente, deber ser decidido ahí. Las decisiones tienen que ser transparentes.
2. Comunidad: Las comunidades cristianas deben ser espacios en los cuales personas comparten bienes espirituales y materiales. Pero actualmente la vida de las comunidades se deshace. Bajo la presión por la escasez de sacerdotes, se construyen cada vez unidades administrativas más grandes – “parroquias XXL“–, en las cuales ya no se puede experimentar cercanía y pertenencia. Identidades históricas y redes sociales construidas se abandonan. Se quema a sacerdotes y ellos quedan quemados. Fieles se distancian, si no se les confía corresponsabilidad en estructuras democráticas de la dirección de su comunidad. El ministerio eclesial tiene que servir a la vida de las comunidades – no al revés. La Iglesia necesita también a sacerdotes casados y mujeres en el ministerio ordenado.
3. Cultura jurídica: El respeto y reconocimiento de la dignidad y libertad de cada persona se muestra especialmente cuando se resuelven los conflictos de una manera justa y respetuosa. El derecho canónigo solamente merece este nombre si los y las fieles realmente pueden reclamar sus derechos. Urge mejorar la protección de los derechos en nuestra Iglesia y una cultura jurídica: un primer paso para avanzar es la creación de un sistema eclesiástico de justicia administrativa.
4. Libertad de conciencia: El respeto a la conciencia personal significa, tener confianza en la capacidad de decisión y responsabilidad de las personas. Promover esta capacidad es también tarea de la Iglesia; pero esto no debe caer en tutela. Tomar en serio esto concierne sobre todo el área de decisiones en la vida personal y sobre estilos individuales de vida. La valoración eclesial del matrimonio y del celibato está fuera de cuestión. Pero esto no implica, excluir a personas que viven amor, fidelidad y cuidado mutuo en una relación de pareja con personas del mismo sexo o a aquellos divorciados y casados otra vez que lo viven de una manera responsable.
5. Reconciliación: La solidaridad con los “pecadores“ supone tomar en serio el pecado en las propias filas. Un rigorismo moralista ególatra no le corresponde a la Iglesia. La Iglesia no puede predicar la reconciliación con Dios sin crear en su propio actuar las condiciones de reconciliación con los y las que ella se ha hecho culpable: por violencia, por privación de justicia, por perversión del mensaje libertador de la Biblia en una moral rigorista sin misericordia.
6. Celebración: La liturgia vive de la participación activa de todos y todas las fieles. Experiencias y expresiones del presente tienen que tener su lugar. La liturgia no puede congelarse en tradicionalismo. Pluralidad cultural enriquece la vida litúrgica y no va con tendencias de una unificación centralista. Solamente cuando la celebración de la fe abarca situaciones concretas de la vida, el mensaje eclesial puede llegar a las personas.
El diálogo eclesial comenzado puede llevar a liberación y resurgimiento, si todas las involucradas están dispuestas a enfrentar las preguntas urgentes. Se trata de buscar soluciones por el intercambio libre y justo de argumentos, que saquen a la iglesia de su autopreocupación paralizante. ¡Después de la tormenta del año pasado no puede seguir la calma! En este momento ésta solamente podría ser un silencio sepulcral. Miedo nunca ha sido un buen consejero en tiempos de crisis. Cristianas y cristianos son llamados por el Evangelio a mirar hacia el futuro con ánimo y –respondiendo a la palabra de Jesús– a caminar sobre el agua como Pedro: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Tan pequeña es su fe?”
4 de febrero del 2011
Texto original en alemán:
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