Acompañar a los niños en la construcción de su ser
interior supone hacer que vivan mejor con los demás.
Es una revolución suave puesta
en marcha desde hace decenas años en una serie de escuelas. El equipo docente se
moviliza para dar a los niños no sólo el conocimiento de la historia o las
matemáticas, sino también la clave para aprender a ser uno mismo y se conozcan.
Tener "cabezas bien estructuradas"
en lugar de "cabezas bien llenas".
Conocer, comprender el
funcionamiento del propio cuerpo, de sus emociones, de su espíritu, entender las
claves de relación con el otro y reflexionar sobre los problemas de convivencia, desarrollar el
pensamiento crítico, formar su juicio... son los múltiples ejes de aprendizaje
de un "saber estar", que pasa por una necesaria "educación de la
interioridad", así denominado mayormente en la educación libre, cuando las
escuelas públicas hablan de "educación de la atención".
Repercusiones positivas sobre los aprendizajes y
la vida de grupo
Cualquiera que sea su
nombre, se trata de despertar la conciencia del niño, de hacerle dar un paso
atrás, para ayudarle a construir su ser interior, a estar atento de sí mismo y
de los demás. En varios colegios de jesuitas, la pedagogía inspirada en la
espiritualidad de Ignacio de Loyola ofrece a los estudiantes momentos de
"contemplación" y de "relectura". Estas dos grandes herramientas
de la interioridad, consisten, según la tradición jesuita en vivir una
experiencia después de interrogarse: "¿Qué he hecho?" (la
consciencia); "¿Cómo me ha afectado? "(el sentido); precisa Bernard
Paulet, formador en el Centro de Ciencias de la Educación (CEP)
ignaciana. "Esta pregunta permite
avanzar en el camino del conocimiento de sí mismo, del otro, de Dios."
En la primaria, los
maestros experimentan en la entrada en clase, entre dos actividades o después
del recreo, con diferentes técnicas tales como el tiempo de silencio, el
diálogo contemplativo, la meditación, el yoga, la respiración... "se toma un tiempo para preguntarse, al menos
una vez durante el día, para volver sobre sí mismo, para compartir la
experiencia de avanzar juntos", dice Danièle Granry, director del
colegio jesuita Caousou en Toulouse. Este pionero de la educación de la interioridad
se felicita de los efectos positivos en el aprendizaje, en la vida de grupo y en
la gestión de conflictos.
La familia cada vez más expuesta a la externalidad
ambiental
De esta manera, a partir
de un texto leído en voz alta o la observación de una imagen, cada cual está
invitado a tomar la palabra para expresar lo que siente. Tras un momento de
silencio, uno relee el texto o contempla la imagen de nuevo, enriquecida por
impresiones de los otros. "La
experiencia de diálogo contemplativo, tanto personal como colectiva, permite al
niño desarrollar su pensamiento. Aprende a expresar y confrontar su opinión con
la de los demás", dice Danièle Granry.
En la escuela de Caousou,
los padres están asociados a esta enseñanza. Con esta intención se organizan "los
fines de semana de interioridad" para ellos. Ellos experimentan consigo mismos
diferentes métodos. Para algunos participantes, esta iniciación es un
descubrimiento y la experiencia se prolonga en casa, para el deleite de sus
hijos.
Si bien es, en principio,
el primer despertar a la interioridad, la familia está cada vez más expuesta a
la externalidad ambiental. Y los adultos no siempre son conscientes de ello.
"Con la aceleración del tiempo, los
ritmos de vida se vuelven intensos. Los requeriminetos permanentes inducidos
por las nuevas tecnologías son las fuerzas centrífugas que nos lanzan fuera de
nosotros mismos", señala Dominique Joulain, formador en el Ifeap
(instituto de formación docente de la enseñanza agrícola privada), recordando
que también el papel de los padres y abuelos es "resistir la seducción de las pantallas, el atractivo de la cantidad
sobre la calidad."
Desconectar, tomar tiempo para uno mismo
Para promover el
despertar de la interioridad en casa, es preciso saber desconectarse, detenerse,
tener tiempo para uno mismo. Para Jean-François Rousseau, autor y especialista
en el acompañamiento de emociones, es esencial que los padres se vuelven a
conectar con su propio espacio interior y estén atentos a lo que sucede en su
ropio interior. "Lo más frecuente es
que, atraída nuestra atención por el exterior, reaccionamos a impulsos antes incluso
de reconocer el motor que impulsa nuestras acciones, nuestras palabras. Vivimos
ausentes o cortados por las emociones, como si no hiciera falta mostrarlas",
se lamenta.
Tomar hábito de
cuestionar lo que experimentamos, ser capaces de formularlo ("siento
alegría, miedo, ira...") es para los padres una forma de restaurar su
diálogo interno. Al compartir sus sentimientos con su hijo, familiariza a éste con
sus emociones. El padre entonces le puede enseñar a acoger y reconocer una
emoción, a asumir su responsabilidad y dejarle que siga su camino dentro de sí
mismo, como si se tratara de una onda. "Al hacer que el niño se familiarice con sus emociones, que son
movimientos naturales, se le inicia a la vida interior", dice
Jean-François Rousseau.
Según Jacques de Coulon
(1)[1] profesor de filosofía y autor de numerosos libros
sobre educación, debemos enseñar al hijo a ser capaz de "subirse a la cima de su montaña interior"
para expandir su conciencia, distanciarse de la inmediatez, del consumo y ampliar
su horizonte. En su último libro, Imagínate
en la caverna de Platón... el autor ofrece a los adolescentes algunas
meditaciones guiadas como ejercicio "para
la escuela secundaria y para el hogar." Y ¿por qué no, para hacerlas
con la familia en el sofá? Cerrar los ojos, tomar conciencia del propio cuerpo,
observar la respiración, desarrollar los sentidos internos por la imaginación, regresar
a la fuente.... Tanto los adolescentes como sus padres aprecian estos minutos
de calma, de concentración, de relajación. ¿Cultivar la interioridad en
familia? Sí, siempre que sea un placer, no un deber.
France Lebreton
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