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miércoles, 6 de agosto de 2025

Tomar postura



El otro día dos jóvenes discutían sobre comulgar de pie o de rodillas. Y yo en medio escuchando. La cosa se ponía fea, pues había más ideología en cada uno que caridad fraterna. “¿Y si tenéis razón los dos?”, les dije. “Mirad, ponerse de rodillas para orar es una actitud de humildad ante la grandeza de Dios, como hicieron los sabios de Oriente, o Jairo para conseguir la curación de su hija, o Juan ante la visión en el Apocalipsis… También fue un acto de vasallaje”.

Al principio, no era así. En la Iglesia naciente, en las catacumbas representaban a una persona orante de pie alzando las manos. En la Edad Media, santo Domingo nos enseñaba a orar en diversas posturas para permanecer vigilantes: inclinación profunda, tendido en el suelo, de rodillas, de pie, con las manos abiertas o cruzadas sobre el pecho, los brazos en cruz o extendidos hacia el cielo. Podemos rezar en todas las posturas sin restricción, cada uno según le dicte su espíritu. Pero no en la oración comunitaria.

Y la Eucaristía es comunitaria y requiere unidad en la celebración. En el año 325, el Concilio de Nicea (canon 20) prohibió la oración de rodillas los domingos y durante el tiempo de Pascua hasta Pentecostés. Como algunos rezan de rodillas el domingo y los días hasta Pentecostés, el santo concilio ha decidido que, para observar una regla uniforme en todas las iglesias, presenten sus oraciones a Dios de pie.

Dicen algunos, no la mayoría, y para observar la uniformidad, se entiende que en la Eucaristía (a solas, cada uno elija aquella postura que crea necesaria). La razón era porque arrodillarse se consideraba un gesto penitencial, y la Iglesia quería que los domingos y el tiempo pascual reflejaran la alegría de la Resurrección, porque el Señor se puso de pie sobre la muerte.

Comulgatorios

Durante más de 60 años llevo participando en misa y antes no había estos problemas. Es algo de ahora, y deberíamos preguntarnos por qué esta fractura de algunos que exigen comulgatorios, creando una barrera más entre el altar y el pueblo santo de Dios. Otras personas están de rodillas desde la consagración. Incluso, una joven se arrodilló para comulgar y alzó las manos para recibir el Cuerpo de Cristo. No pude por menos de sonreírme.

Volvamos a la más pura tradición originaria, que es lo que pretende el Vaticano II. Pero, sobre todo, lo que le decía Pablo a Timoteo en su primera carta: “Es mi deseo que todos y en cualquier circunstancia hagan oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, elevando las manos santamente, sin ira ni discusiones” (1 Tim 2, 1.8).

Pues eso, todos por todos. ¡Animo y adelante!

Antonio Gómez Cantero

Obispo de Almería

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