Uriarte Arratian |
Hace casi diez años que
Monseñor Uriarte (Fruiz, 1933) es un obispo jubilado, pero mantiene la
mirada afilada sobre los problemas de Euskadi y el mundo
Ha sido obispo auxiliar de Bilbao, titular de Zamora (1991-2000) y finalmente prelado de Donostia (2000-2010). Su magisterio, como el de la cúpula de la Iglesia vasca en los años de plomo, ha sido tan alabado como criticado, aunque quizá no merecidamente ponderado. En los últimos tiempos, las críticas, durísimas, de connivencia, ambigüedad o pusilanimidad con ETA y desprecio a las víctimas se han prodigado. Por ejemplo, un libro de reciente publicación, titulado nada menos que Con la biblia y la parabellum.
Biblias he visto varias en su despacho. ¿Qué hay de la pistola?
-(Muy serio). El titular del libro al que alude usted ha sido descalificado incluso por quienes comulgan con sus tesis. Es infame. Según trabajos científicos, los obispos del País Vasco condenamos sin desmayo a ETA desde el principio. Y con nosotros estuvieron la inmensa mayoría de los sacerdotes y del laicado comprometido.
El subtítulo también se las trae: ‘Cuando la Iglesia vasca ponía una vela a Dios y otra al diablo’.
-El subtítulo quiere resaltar una supuesta ambigüedad en nuestro magisterio episcopal porque, al tiempo que condenábamos sin paliativos los innumerables y detestables delitos de ETA, reprobábamos moralmente también los cometidos en la lucha contra ETA cuando estos tenían lugar. Si alguno piensa que esto es poner una vela al diablo, le invito a que consulte la doctrina social de la Iglesia. Con todo, no quisiera que esta entrevista tuviera como tema el libro en cuestión. No es mi costumbre responder públicamente a las críticas.
Tampoco es la intención de la entrevista, pero más allá de ese libro, las críticas han sido una constante en los últimos años. ¿Ha sido la Iglesia vasca cómplice de ETA, como se ha dicho?
-Según la Real Academia, cómplice es la persona que sin ser autora de un delito coopera a perpetrarlo. Nuestra Iglesia ha cooperado en la extinción de ETA. Poseo una carta personal manuscrita por Ram Manikkalingam [presidente de la Comisión Internacional de Verificación del fin de la violencia de ETA] en la que reconoce admirativamente este servicio eclesial.
¿Se siente, como obispo y protagonista en primera línea de la actitud de la Iglesia vasca ante la violencia en los años duros, dolido u ofendido por algunas críticas recibidas?
-El Evangelio me pide estar abierto a la crítica. Cuando es infundada, falsa o denigrante produce dolor e indignación. Pero el mismo Evangelio me pide mansedumbre y silencio paciente.
¿Cree que son injustas esas críticas?
-La gran mayoría son, a mi entender, injustificadas. Revelan incomprensión, no saber colocarse en la situación. Incluso una predisposición peyorativa. Pero no todas. He aprendido bastante de ellas, no todas son injustificadas.
Haga autocrítica. ¿Pudieron equivocarse en el diagnóstico, en su expresión pública, en contundencia, en falta de empatía hacia las víctimas...?
-Sin ser especialistas en diagnósticos, me parece que el nuestro fue más que respetable. Nuestros criterios éticos y juicios valorativos fueron claros y libres. Nuestra atención y dedicación a las víctimas fue real pero insuficiente durante una amplia fase, no así en una fase posterior. Lamentablemente, las víctimas producidas por ETA fueron olvidadas por todos: partidos, medios de comunicación, instituciones, durante un largo tiempo. Incluso por aquellos que nos lo echan en cara. Pero eso no nos excusa. Deberíamos haber despertado antes por sensibilidad humana y evangélica.
En cualquier caso, ¿cree que debe pedir perdón?
-Sí. Jesús es muy exigente con los suyos en cuanto a perdonar y a pedir perdón. Y yo no me quiero tener que enfrentar a Él y bajar la vista avergonzado.
¿Qué papel ha jugado la Iglesia en general y la vasca en particular en el fin de ETA?
-Estoy firmemente convencido de que la influencia de la Iglesia en el País Vasco en la erradicación de ETA ha sido, en conjunto, altamente saludable. Ha ofrecido sin cesar criterios éticos sobre la paz, la violencia, los derechos humanos de las personas, los grupos y los pueblos. Y ha movido a muchos a comprometerse por una paz justa. Ha clamado en favor del diálogo con palabras y con hechos. Ha sembrado esperanza en una sociedad desalentada por la crudeza y la duración del azote padecido. En la última fase no estuvo tan directamente presente, se había creado ya una dinámica encaminada a la paz.
¿Y qué papel tuvo en el rechazo social a la violencia?
-Es uno de los capítulos más netos e insistentes de nuestras intervenciones. La violencia ofensiva de ETA fue reprobada desde el principio. También la violencia defensiva del Estado o de fuerzas paraestatales cuando trasponían los límites de los derechos humanos inviolables.
El nombramiento de Joseba Segura, a quien conoce bien, como obispo auxiliar de Bilbao, ¿supone un cambio del Vaticano respecto a la Iglesia vasca? ¿Se siente personalmente identificado con ese movimiento?
-Revela un conocimiento actualizado de Roma respecto de nuestra situación sobre todo eclesial, pero también social. Es un buen refuerzo para abordarla en comunión con su obispo. Su nombramiento ha sido saludado con alegría y esperanza en la comunidad cristiana de Bizkaia.
Hemos llegado a una paz que no ha venido de una reflexión ética sobre el uso de la violencia, el asesinato, la persecución y la extorsión. ¿Es una paz débil?
-Los factores que menciona no han sido determinantes, pero sí han sido concomitantes. La conciencia de que asesinar, torturar, extorsionar económicamente, imponer violentamente un proyecto político, violar derechos humanos intangibles es un mal moral detestable e intolerable es hoy más clara y más viva que hace 25 o 30 años. Con todo, es verdad que la reflexión social sobre la dimensión ética de estos delitos ha sido muy pobre, no ha sido, ni mucho menos, preponderante salvo excepciones. Han predominado la ideología cerrada, el pensamiento visceral, la “ley de la eficacia” y el oportunismo. Y una paz es tanto más sólida cuanto más arraigada esté sobre firmes convicciones éticas. Y en esto se ha empeñado la Iglesia.
Desde la izquierda abertzale se suele plantear que ha habido violencia y sufrimiento por “las dos partes” y que el objetivo ahora es que no vuelva a suceder. ¿Es un análisis correcto?
-Es laudable la determinación firme de no permitir que vuelva el pasado violento y sangriento. Pero observo dos deficiencias en esta posición. La primera, una prisa excesiva por pasar página del pasado antes de haber extraído las lecciones que tenemos que aprender de él. La segunda, la voluntad de equiparar los males cometidos de parte y parte.
Usted es un gran defensor de la reconciliación. ¿Es posible reconciliarse con quien se niega a reconocer que matar por una causa política estuvo mal y que fue injusto?
-Todos los expertos que conozco sostienen que, dada la crudeza de lo que hemos vivido, es todavía pronto para una verdadera reconciliación social. Por otro lado, es cierto que no cabe tal reconciliación sin que los autores de asesinatos reconozcan que matar por una causa política contradice frontal y gravísimamente la ley moral. Es altamente deseable que, en este tiempo previo hacia la reconciliación, esta convicción vaya abriéndose paso en todos los que han cometido asesinatos.
¿Cree que es necesario el reconocimiento del daño causado y de su injusticia?
-Reconocer el daño injusto causado es moral y legalmente obligatorio. Pedir perdón es también moralmente obligatorio y socialmente muy saludable, pero no es legalmente obligatorio. La petición de perdón empalma con el arrepentimiento y este pertenece a la esfera interior de la persona que nadie puede invadir ni forzar.
¿Es partidario del acercamiento de los presos a cárceles vascas? ¿Ayudaría a la convivencia?
-En principio, soy partidario de que todos los presos cumplan su condena cerca de su entorno de procedencia. Lo reclaman justamente sus familias. Esto mitiga los efectos negativos de un aislamiento excesivo con el exterior, reduce distancias y recelos políticos que entorpecen el camino hacia la reconciliación y se adapta mejor a la nueva situación creada tras la autodisolución de ETA.
¿Deberían los presos dar más pasos para llegar a ese escenario?
-Sí. Deberían atenerse con mayor diligencia, siquiera por realismo, a la normativa vigente que básicamente fue aceptada en su día. Muchos acogeríamos con esperanza una reflexión autocrítica de su pasado.
Los recibimientos que hemos visto de presos tras su excarcelación, ¿contribuyen a la convivencia y la reconciliación? ¿Son pasos atrás?
-Una acogida discreta de familiares y amigos me parece humanamente aceptable. Un homenaje público es improcedente y ofende a sus víctimas. Quienes salen de la prisión no son héroes, son personas cuya reinserción efectiva y realista debemos procurar.
¿Qué debemos hacer, como sociedad, por las víctimas?
-Reconocer que todas ellas son el rostro más desgarrador que nos ha dejado la cruda situación que hemos vivido, reparar en lo posible su traumatismo, escuchar sus demandas, pedirles perdón y reconocer nuestra determinación de que nunca más consentiremos una aberración moral semejante.
las claves
“Lamentablemente, las víctimas de ETA fueron olvidadas por todos, incluso por quienes nos lo echan en cara. Pero eso no nos excusa”“No cabe la reconciliación sin que los autores de asesinatos reconozcan que matar por una causa política contradice la ley moral”
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