El próximo día 4 es la
fiesta de Francisco de Asís, el bendito Poverello. Lo celebraré. Me
gustaría que también tú, quien quiera que seas, te acuerdes de él y lo
mires de cerca. Te hará bien. Su figura nos devuelve la fe en lo mejor
que llevamos como frágil tesoro, la fe en nuestra pobre arcilla, en la
humanidad, en la Tierra, en la santa materia, en el poder de la bondad
para transformar el mundo.
Todo lo que fue y enseñó se resume en
una palabra: hermano. O hermana, pues estoy seguro de que el género (el
masculino, el femenino y todas sus variantes y gamas, con permiso de
nuestros obispos) no era para él exclusivo ni excluyente. Llamaba
hermanas a todas las personas, a todas las criaturas. Las sentía y las
hacía ser hermanas. Hay que ser muy humilde para ser tan hermano, tan
humano, y poner perdón donde hay ofensa, amor donde hay odio, verdadera
alegría donde hay tristeza. Hay que ser muy pobre de sí y creer en sí
mismo para poder hacerlo.
Francisco lo hizo. Todos sus sueños
juveniles y medievales de grandeza, riqueza y dominio se le fueron
desvaneciendo a medida que miraba los ojos y el cuerpo desnudo de Jesús,
tan crucificado y luminoso, en la penumbra de la ermita de San Damián a
las afueras de Asís. Y a medida que miraba el rostro y el cuerpo
llagados de los leprosos, los más humillados de la sociedad de la época.
“Al principio me resultaba muy amargo verlos -escribe en su
testamento-, pero tuve compasión de ellos, y lo que me era amargo se me
volvió dulzura de alma y de cuerpo”. La mirada y el gusto se le fueron
transformando. Jesús le llevó a los leprosos, y los leprosos le llevaron
a Jesús. Y así se encontró a sí mismo. Y, libre de sí, pudo hacerse
hermano de todos.
Fue hace 800 años. En una época crucial, un cambio de época en la
historia de Europa, cuando la sociedad feudal de señores y vasallos
tocaba a su fin, cuando en los burgos o ciudades medievales emergían y
empezaban a imponerse los mercaderes burgueses como nueva clase de
señores, Francisco optó por los más pequeños y sometidos. Rompió con su
padre mercader y escogió ser de la clase de los menores, vivir con ellos
y como ellos. Hasta al ladrón y al asesino los llamaba hermanos,
convencido como estaba de que la violencia de los pobres tiene su origen
principal en la violencia institucional que padecen y de que solo la
revolución de la fraternidad y de la ternura podrán vencer la violencia
de unos y de otros. De eso nos habla aquella florecilla en la que
Francisco amansa al “hermano lobo”, que no mataba sino porque nadie le
daba de comer.
En una época en que la institución eclesial
-clerical, dogmática, autoritaria- se hallaba corrompida por las
riquezas, enredada en conflictos de poder con ejército propio incluido,
obsesionada en eliminar todas las herejías y a todos los herejes,
obstinada en sus cruzadas contra los pérfidos sarracenos, soñó una
Iglesia fraterna-sororal, más allá de la vieja división, hoy todavía tan
vigente, entre clérigos y laicos. Una Iglesia humilde, pobre y humana,
hermana. Una Iglesia que no condena a nadie y que proclama la
misericordia por encima de todos los dogmas y leyes.
Profesaba
profunda veneración al clero, sobre todo a los sacerdotes más pobres e
ignorantes, por el poder sobrenatural que habían recibido de perdonar
los pecados y de hacer presente a Jesús en el pan y el vino. Así se lo
habían enseñado y él lo creía. Pero algo le decía que no. Y de hecho no
quiso ser sacerdote y no se trababa en el fondo de un gesto de humildad,
sino de rechazo inconsciente -¿o tal vez consciente?- de aquel modelo
de Iglesia que aún sigue en pie. Ni quiso ser monje, bien instalado en
un monasterio, muy por encima de la gente pequeña. Quiso ser “hermano
menor” de todos.
Tampoco quiso, por eso mismo, fundar una nueva
Orden, sino una fraternidad de hermanos (¡y de hermanas!) menores con
los menores de la sociedad, caminando por los campos y aldeas, como
Jesús, sin conventos y sin propiedad alguna, sin dominio sobre nadie,
trovadores de la paz. A aquel movimiento innovador se apuntaron
multitudes y todos admiraban y amaban al Poverello, pero solo un puñado
le siguió de verdad. Los demás se convirtieron en Orden clerical
poderosa, volvieron al pasado.
Pero Francisco, hermano menor humilde y bueno, sigue ahí señalando el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario