Leo este consejo de Macario el Grande, un Padre copto del s.IV,
a un discípulo atormentado por la turbulencia de sus pensamientos: “Ata
la cuerda de tu barca al Nombre de nuestro Señor Jesucristo que es la
piedra con poder sobre las olas diabólicas que combaten a los santos,
(…) y Él agarrará al diablo por la nariz”.
Qué fuerza la de esta imagen pintoresca y qué ajena estaba yo al
leerla de lo pronto que iba a necesitar recurrir a ella. Entro esa misma
tarde en un cine para distraerme un poco de tantas aflicciones
territoriales y elijo la película Verano de 1993, sin haber leído esta vez lo que dice el amigo Celada.
Empieza y en cuanto veo que está en catalán con subtítulos, se instalan a mi lado Doña Hartura y Don Reactivo,
cada cual con su matraca: “Justo lo que te faltaba – murmuran-, más de
lo mismo cuando tú querías desconectar…” Gracias a Macario y a su
consejo reacciono a tiempo: “Ya os podéis ir marchando”, les conmino
con determinación, “ni hablar de estropearme la película”. Se alejan
farfullando y me sumerjo en ella sin prejuicios.
Entro en el paisaje de una masía de La Garrotxa gerundense y me
emociona la historia que cuenta la directora, Carla Simón que revive ese
verano de su infancia y su experiencia de perder a su madre muerta por
sida. Dejo que me llegue dentro lo que transmiten los ojos de Laia Artigas,
una niña prodigiosa. Observo el juego de las miradas y trato de
escuchar la música del lenguaje y unos diálogos que rezuman frescura y
naturalidad. Asisto al proceso de afectos que se recomponen,
sentimientos que afloran, relaciones que se van reajustando.
Una película excelente, pienso al salir. Y qué remedio tan
potente es éste de agarrar por la nariz prejuicios cerriles,
generalizaciones absurdas, prevenciones sin fundamento, recelos y
suspicacias que impiden que fluyan en nosotros la empatía, la cordialidad, la limpieza de corazón, la apertura a lo diferente.
Qué consejos tan sabios se daban ya en el siglo IV y qué bien nos vendría hacerles caso hoy.
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