Si tus entrañas se compadecen, si tus manos se abren, si en tu desaliento te levantas, si vuelves a confiar en el otro, si tu mirada se amplía, entonces resucitas como Jesús, como toda vida buena, como la semilla y la hoja en primavera, escribe Joxe Arregi en DEIA.
No frecuento las salas de cine, y solo por la prensa y algún tráiler conozco la película recién estrenada Resucitado. El director -no tiene poco mérito solo por haberse atrevido- vuelve a la historia de Jesús de Nazaret narrada por los Evangelios y a centrarse en la cuestión más espinosa: ¿Qué pasó con Jesús después de su terrible muerte en la cruz? Su cadáver ha desaparecido y en Jerusalén circulan rumores de que ha vuelto a la vida. Si fuera así, sería el Mesías. Pilato, el procurador romano que lo había condenado a la terrible pena de la cruz, empieza a temer y encarga al centurión Clavius que busque el cadáver como sea para acabar con los rumores y evitar un posible levantamiento “cristiano” o “mesiánico” (que significan lo mismo) por parte de los seguidores del profeta nazareno. Pero el cadáver no aparece, y el mismo Clavius empieza a dudar: ¿será el Mesías?
Parece que la película acierta a construir una historia que capta y sostiene el interés del espectador. No creo, sin embargo, que acierte a tratar el asunto de fondo, la resurrección, como nuestro tiempo lo demanda. A pesar de ello, la película, según cuenta Religión Digital, ha contado con el visto bueno del Vaticano y del propio Papa Francisco, y también con el del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, que incluso ha posado con los actores (estaría mejor si posara también con Rita Maestre, la joven que entró en la capilla de la Complutense con el torso desnudo, o con Dolors Miquel, la poetisa catalana que el pasado mes de febrero recitó en Barcelona un Padrenuestro en versión feminista).
La institución eclesial y la teología oficial -y esta película de ahora- siguen encerrando el anuncio pascual, el mensaje de la resurrección, la buena noticia de la Vida en imágenes, conceptos, cosmovisiones del pasado: la resurrección como un hecho físico ocurrido al tercer día, la desaparición milagrosa del cadáver, la aparición igualmente milagrosa y selectiva de Jesús resucitado solo a algunos… Es como seguir diciendo que este mundo maravilloso fue creado en seis días, que el ser humano apareció en nuestro planeta por una intervención divina “especial” o que el sol gira en torno a la luna. Es verdad que la Biblia y los evangelios lo cuentan así, pero seguir leyendo la Biblia y los evangelios de esa manera, a la letra, y empeñarnos en que la fe pascual conlleva la creencia literal en todo ese aparato imaginario y conceptual, equivale a ser profundamente infieles al mensaje de la Biblia y del Evangelio.
La resurrección no sucede en nuestros parámetros de tiempo y lugar. Nuestro problema es que nuestras neuronas solo pueden imaginar tres dimensiones. Pero “Dios” o la Resurrección no se pueden encerrar en tres dimensiones. Jesús no resucitó “al tercer día” en Jerusalén. Nosotros no resucitaremos “al fin del mundo”, como no resucitaremos en el “valle de Josafat”. Jesús resucitó en su vida, también en la cruz. Como nosotros. Como los niños que se ahogan -dos niños cada día- en el Egeo y el Mediterráneo, trágica fosa común de Europa. Resucítalos y estarás resucitando.
Si tus entrañas se compadecen, si tus manos se abren, si en tu desaliento te levantas, si vuelves a confiar en el otro, si tu mirada se amplía, entonces resucitas como Jesús, como toda vida buena, como la semilla y la hoja en primavera.
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