En tiempos de tanta insistencia en lo del mindfullness y el ahora, no podemos olvidar nuestra pertenencia a una comunidad de memoria, arraigada en la tradición de un pueblo familiarizado con el imperativo: ¡Recuerda! «Recuerda que fuiste esclavo en Egipto» (Dt 5, 15); «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer…» (Dt 8,2); «Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca » (Sal 104,5).
La misión de los orantes es mantener viva esa memoria: «Recuerda, Señor, que tu ternura y tu lealtad son eternas, acuérdate de mí con tu lealtad, por tu bondad, Señor» (Sal 24,6-7). La Pascua es el gran memorial: «Éste será un día de memorial para vosotros y lo celebraréis de generación en generación» (Ex 12,14). En la cena de la noche en que iba a ser entregado, Jesús participa de ese rito de memoria que se convierte en el «Haced esto en memoria mía». El recuerdo, como una onda expansiva, envuelve nuestro presente y nos convierte en partícipes y coetáneos del acontecimiento. «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos», recomendaba Pablo a Timoteo (2Tim 2,8).
En una escena del evangelio de Marcos, Jesús invita a sus discípulos a hacer un ejercicio de estimulación de memoria: estaban discutiendo entre ellos porque se habían olvidado de proveerse de panes, solo llevaban uno y esa escasez momentánea acapara tanto su atención que, cuando Jesús les previene contra la levadura de los fariseos y de Herodes, creen que también él participa de su preocupación por la falta de provisiones. Oyeron “levadura” y pensaron en “panes”, pero Jesús les invita a recordar: «¿No os acordáis de cuando partí cinco panes para cinco mil?...Y cuando partí siete panes entre cuatro mil ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» (Mc 8,19-21).
El momento en que él había roto y repartido unos pocos panes para saciar el hambre de la multitud estaba reciente, pero los ojos, oídos y corazón de los que lo habían presenciado estaban aún embotados, incapaces de comprender hacia dónde apuntaba el signo realizado. La pregunta de Jesús les invita a caer en la cuenta del gesto asombroso de prodigalidad, esplendidez y exceso que habían vivido y, al pedirles que recordaran el número de canastos de sobras recogidas, intentaba liberarlos del hábito de calcular y de medir las cosas sólo por su utilidad. Y si les invitaba a hacer memoria de aquella desmesura, era porque solo el recuerdo de tanta abundancia podría desviar su atención de lo que ahora les faltaba.
Es ese el trabajo interior más necesario cuando las circunstancias fatigosas y limitantes del envejecimiento (“sólo tenemos un pan…”) intentan acaparar toda nuestra atención y teñir el ahora que vivimos con los tonos sombríos de la queja y con la impresión de que es inevitable vivir esta etapa tardía bajo el signo de la escasez, la carencia y la penuria. Lo mismo que ante los israelitas en el desierto, dos caminos se abren ante nosotros en esta etapa: el de la murmuración y el de la bendición. Elegir éste supone la decisión de practicar una memoria selectiva para recordar los doce canastos de dones con los que hemos sido colmados. Cuando ponemos ahí nuestros ojos, brota inevitablemente el agradecimiento por tanto bien recibido, tanta misericordia y tanta gracia acogidas:
Cuando te encuentre,(A.Núñez SJ)
nunca podré cubrir con mi agradecimiento
el vasto abismo que llenaste
con tu misericordia.
Publicado en la revista Sal Terrae
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