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sábado, 30 de marzo de 2024

Nor da nire hurkoa? Albert Nolan


Bariku Santurako gogoeta, edozein egunetan egiteko aproposa.
Meditación para Viernes Santo, también válida para cualquier día del año.

Nor da nire hurkoa? Mendeetan zehar entzun dogu kristauok itaun honen oihartzuna. Ondo dago esatea gure agindurik nagusiena maitasuna dala, Jainkoa maitatu eta hurkoa maitatu, baina nor da nire hurkoa?

 
Jesusentzat pertsona guztiak dira gure hurkoak, danak, salbuespen barik. Ez begiratu nor diren, zer esan edo egin daben. Danak.

Jakin badakigu, baina mendeetan zehar salbuespenak egin ditugu. Pertsona honeek edo hareek baztertu ditugu. Horreek ez! Horreekin inora ere ez! Ezbardinak baztertu ditugu, arraza, erlijio, herri edota partidu politiko ezbardinetakoak.

Jesusen sasoian, judeguek samariarrak kanporatu edo baztertzen ebezen. Gorrotoa eutsien, traidore eta herejeak zirelako, judegu garbiak ez zirelako. Auzokoak izan arren, ez ziran hurkoak, ez ziran neba-arrebak.

Hemendik dator samariar onaren parabola, legegizon judeguari erantzun gurean Jesusek kontatua. Samariar onak erakutsi eban maitasun harrigarria eta eredugarria judegu gaixoaren alde! Eta Jesusek: “zoaz eta egin bardin!”

Judeguaren erantzuna, eta gurea: “Zelan maitatu samariarra, zelan maitatu erromatarra, gure etsaiak dira-eta?”

Jesusek hari eta guri: “Etsaiak maitatu.” Etsaiak era hurkoak dira.
Hurkoak maitatu. Etsaiak ere maitatu.

Hauxe da Jesusek egin ebana. Horregaitik dogu pertsona handia, baldintza bako maitasunaren eredua. Gizaki guztiekin bat egin eban, eta horregaitik dinosku: “Holako txiki bati egiten dautsezuena, niri egiten daustazue. Egin barik itxi deutsazuena, niri ere egin barik itxi deustazue.” 
 
Gaur, bariku santu honetan, itaun bera egiten dautsagu gure buruari: “Nor da nire hurkoa?”. Hona erantzuna: Jesus, kurutzean josia, hil zorian. Horra nire hurkoa. Bera da gizaki guztien ordezkapena, danakaz bat egin dalako. “Holako txiki bati egiten dautsezuena, niri egiten daustazue.” Ez badozu maite, ez nozu ni maite. Gose egarri direnak hurko moduan tratatzen badozuz , jaten eta edaten emonaz, niri emoten daustazue. Biluzik dagoena janzten badozu eta gaixoa bisitatu, ni bisitatzen eta jazten nozu. Laguntza ukatzen badeutsazue, niri ukatzen daustazue. 
 
Beste arraza, erlijio edo herriko pertsonak hurko moduan tratazen ez badozuez, senide moduan tratatzen ez badozuez, niri ukatzen daustazue senide legez tratatzea.

Hemen jarrita, kurutzean dagoan Jesusi begiratuz, itaundu zure barruari: Nor baztertzen dot? Nor aldentzen dot?
Nor kanporatzen dot? Nor ez dot senide legez tratatzen? Nor da nire hurkoa? 
 
Itaun hau giza eskubideen ikuspegitik ere erantzun daiteke. Adibidez. Nork dauka bizitzeko eskubidea? Nork dauka alkartzeko, adierazteko, erlijiozko askatasun eskubidea? Nork dauka etxe, janari, ura eta osasun zerbitzua eukitzeko eskubidea?
Norbait itxi behar al da alde batera, baztertuta?
Eskubideok danontzat dira. Bat baztertzea, Jesus bera baztertzea da.

Gaur, bariku santu honetan ospatzen dogun Jesusen kurutzeratzea, hauxe izango da, behar bada, gizateriaren historian emon izan dan giza eskubideen bortxaketarik handiena. Biktimetan biktima dogu Jesus. Krimen larri baten biktima. Halan da guztiz ere, hilzorian, otoitz egin eban erasotzaileen alde: “Aita, parkatu eizuz, ez dakie zer egiten daben eta!”

Danak dira nire hurkoak, gizaki guztiak, salbuespen barik.





¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

¿QUIÉN es mi prójimo? El eco de esta pregunta lo han escuchado los cristianos a través de los siglos, de generación en generación. Está muy bien decir que el gran mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo, pero ¿quién es mi prójimo?

Para Jesús, nuestro prójimo son todas y cada una de las personas —absolutamente todas, sin excepción—. No importa quiénes sean ni lo que hayan dicho o hecho.

Lo sabemos. Y, sin embargo, a lo largo de los siglos hemos hecho excepciones. Hemos excluido a tales y cuales personas. ¡Esas personas, no! Hemos excluido a quienes son diferentes de nosotros, a quienes pertenecían a razas, religiones, nacionalidades o partidos políticos diferentes.

En tiempo de Jesús, los judíos excluían a los samaritanos. Odiaban a los samaritanos porque les consideraban herejes y traidores, porque no eran judíos puros. Vivían en un país vecino, pero no eran vistos como prójimos, como hermanos y hermanas.

Así, cuando aquel buen letrado judío que había guardado, en su opinión, todos los mandamientos hace a Jesús la gran pregunta: «Y quién es mi prójimo?», Jesús le responde contándole una historia sobre un samaritano que se desvió de su camino para ayudar a un judío que había sido saqueado por unos ladrones.

¿Acaso no es él también tu prójimo? ¿Acaso no son los samaritanos también tus prójimos? ¿Acaso no debemos amarlos a ellos también? De hecho, a pesar de la hostilidad entre los judíos y los samaritanos, este samaritano mostró un amor asombroso a un judío.

Después, Jesús lanza un vigoroso desafío al letrado judío cuando le dice: « ¿Por qué no vas tú y haces lo mismo? Tú puedes aprender algo del samaritano».

Al doctor de la ley le resultaría muy difícil aceptarlo, Pueda imaginarme que diría: «Pero ¿cómo podemos amar a los samaritanos? Son nuestros enemigos, al igual que los romanos son nuestros enemigos. ¿Acaso tenernos que amar también a los despiadados y crueles romanos?».

La respuesta de Jesús fue, como mínimo, chocante. «Os has enseñado a amar a vuestro prójimo y a odiar a vuestro enemigo. Pero yo os dijo: Amad a vuestros enemigos».

Dicho de otro modo: «Todos vuestros peores y más perversos enemigos son también vuestros prójimos. Amadlos también a ellos».

A continuación, Jesús explica lo que esto significa:

« Haced el bien a los que os odian.

Bendecid a los que os maldicen.

Orad por los que os persiguen ».

Esto es lo que hizo el mismo Jesús, y esto es lo que hizo de él una persona tan grande, un ejemplo tan magnífico de amor incondicional. El se identificó con todos los seres humanos y por eso pudo decir: «Todo lo que hagáis a los más pequeños de mis hermanos y hermanas, a mí me lo hacéis. Y todo lo que no hagáis por los más pequeños de mis hermanos y hermanas, dejáis de hacerlo por mí».

Mientras estamos sentados aquí, en Durban, en esta mañana de viernes santo del año 2008, nos enfrentamos de nuevo a la pregunta: «¿Quién es mi prójimo?».

Y la respuesta es Jesús, colgando aquí en la agonía de la cruz. El es mi prójimo. El representa a todos los seres humanos. Él se ha identificado con todos ellos. Todo lo que hagáis a los más pequeños de mis hermanos y hermanas, a mí me lo hacéis. Si no los amáis, no me amáis a mí. Si tratáis a los hambrientos y sedientos como prójimos vuestros y les dais de comer y de beber, a mí me lo hacéis. Si vestís al desnudo y visitáis al enfermo, a mí me lo hacéis. Por otro lado, si os negáis a prestarles ayuda, os negáis a ayudarme a mí.

Si os negáis a tratar a las personas de una raza, religión o nacionalidad diferente como vuestro prójimo, como vuestro hermano o hermana, entonces os negáis a tratarme como vuestro hermano, dice Jesús.

Conocemos la historia de la gran conversión de Pablo en el camino de Damasco. Fue arrojado del caballo por una gran luz, y escuchó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».

«¿Quién eres?», pregunta Pablo.

«Yo soy Jesús, a quien tú persigues», fue la respuesta. Pablo perseguía a los primeros cristianos porque los veía corno enemigos suyos. Pero Jesús dice: «Tú estás persiguiéndome».

Mientras estamos sentados hoy aquí contemplando a Jesús en la cruz, nos preguntamos a nosotros mismos: « ¿A quién estamos persiguiendo nosotros? ¿A quién estamos excluyendo? ¿A quién no estamos tratando como hermano o hermana? Y ¿quién es mi prójimo?».


A algunos sudafricanos les resulta difícil aceptar a nuestros prójimos procedentes del otro lado de nuestras fronteras. Lo llamamos xenofobia, es decir, el miedo e incluso el odio a los extranjeros. Los perseguimos. Tal vez oigamos que Jesús nos dice hoy: «Cuando haces esto, estás persiguiéndome».

Pensamos particularmente en millones de personas de Zimbabwe, nuestro país vecino, que están sufriendo y seguirán sufriendo. Son hermanas y hermanos nuestros. No podemos excluirlos de nuestro amor y solicitud, porque entonces se nos acusará de haber excluido al mismo Jesús: «Todo lo que les hagáis a ellos, a mí me lo hacéis».

Este año, el viernes santo cae el 21 de marzo, el Día de los Derechos humanos.

La pregunta «Quién es mi prójimo?» se puede plantear también en clave de derechos humanos. Podemos preguntar: «Quién tiene derecho a vivir? ¿Quién tiene derecho a la libertad de asociación, a la libertad de expresión y a la libertad religiosa? ¿Quién tiene derecho a una casa, comida, agua y atención sanitaria? ¿Hay que excluir a alguien?.

No. Estos derechos humanos consagrados en nuestra Constitución son para todos, para codas las personas que forman nuestro pueblo. Excluir a algunas de ellas es excluir a Jesús.

El día 21 de marzo era conocido antes como el Día de Sharpeville. Recordamos aquel día funesto en que 69 personas fueron asesinadas a tiros, y muchas más resultaron heridas, en una flagrante violación de los derechos humanos, mayor que cualquier otra. Una masacre.

Algunos de nosotros podemos recordar las fotografías publicadas en los periódicos aquellos días, las imágenes de cadáveres dispersos por las calles de Sharpeville. Hoy podemos contemplar aquella escena y decir: «Ellos son mis prójimos, todos y cada uno de ellos».

Y después, podemos mirar a los que dispararon y decir:

«También ellos son mis prójimos». Podemos y debemos deplorar lo que hicieron. Tenemos que odiar su pecado y rechazarlo sin paliativos. Y, no obstante, hemos de recordar que Jesús nos exhorta a odiar el pecado, pero amando al pecador —como hizo él.

Seguramente la crucifixión de Jesucristo que conmemoramos el viernes santo fue la mayor violación de derechos humanos cometida en la historia de la humanidad. Jesús fue víctima de un crimen incalificable, pero cuando estaba muriendo fue capaz de orar por sus perseguidores: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Mi prójimo son todos, todos los seres humanos —sin excepción.




• El texto de este artículo reproduce un sermón pronunciado el 21 de marzo de 2008, en el marco de una celebración ecuménica anterior a la procesión del Viernes Santo por las calles de Durban.

• Tomado de NOLAN, Albert: Esperanza en una época de desesperanza, Santander, Sal Térrea, 2010, páginas 149-152