-Supongo que sí existe esa planificación; no creo que sea anormal, o sea, que pienso que las designaciones de obispos se hacen según un plan y ciertamente creo que el perfil de los obispos que están siendo designados en estos momentos en el País Vasco, o en Asturias, o en el resto de España, responden en general a la preocupación de fortalecer la identidad católica, de conservar fielmente la tradición, de vigilar la doctrina de los teólogos, de marcar distancias con la sociedad moderna. Creo que eso es lo que se está viviendo, pero me parece que sería un grave error hacer de la fe una especie de contracultura, y de la Iglesia una especie de contrasociedad. Creo que por ese camino no es posible anunciar la Buena Noticia de Jesucristo.
La entrevista completa...
El sacerdote vasco José Antonio Pagola (Añorga, Guipúzcoa, 1937) es el autor de uno de los libros religiosos más vendidos en España, «Jesús. Aproximación histórica», que ha alcanzado casi 80.000 copias pese a haber recibido una nota de crítica y censura de la Conferencia Episcopal Española. La editorial PPC se vio obligada a retirar su novena edición por indicación de las autoridades eclesiásticas a pesar de que el libro contaba con el «nihil obstat» (sin objeciones) y el «imprimatur» (imprímase) de Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián. Pagola también ha sido vicario general -«número dos»- de San Sebastián en tiempos de obispo José María Setién, en una Iglesia, la vasca, cuyo rumbo está marcado ahora por los nombramientos episcopales de Mario Iceta (Bilbao) y José Ignacio Munilla (San Sebastián). Licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma (1962), licenciado en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma (1965) y diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén (1966), Pagola dicta esta tarde en Gijón la conferencia «La alternativa de Jesús» (salón de actos del Antiguo Instituto Jovellanos, a las siete de la tarde).
-Usted ha sido desde 1979 hasta 2001 vicario general de Setién, ¿un obispo controvertido?
-Fueron tiempos de dificultades, pero los mejores años de mi vida los he gastado junto a Setién, trabajando por la renovación conciliar, tratando de acoger el espíritu del Concilio Vaticano II y de ir reconvirtiendo nuestras comunidades cristianas, dotándolas de las estructuras conciliares y tratando de hacer una Iglesia mucho más dialogante y abierta al mundo, en contacto con la cultura y atenta a la marginación. Esa ha sido la preocupación y muchas veces se olvida ese trabajo impagable de Setién. Luego nos hemos encontrado con el hecho del terrorismo y con la secularización y la descristianización en toda Europa, que nos ha pillado al País Vasco de una manera muy acelerada, como a toda zona más desarrollada y más urbana.
-Setién recibió la crítica de ser demasiado equidistante entre las víctimas y el terrorismo.
-La figura de Setién es hoy todavía desconocida. He estado 22 años cerca de él y creo que su pensamiento ético es el de un hombre que no deja de ser intelectual y honesto. Ya sé que es un pensamiento complejo, matizado, pero creo que hoy es desconocido. La figura de Setién, estoy seguro, irá creciendo, y se necesitará distancia para conocer la envergadura de su pensamiento por encima de episodios, polémicas, manipulaciones o mutilaciones de su pensamiento y de sus textos.
-Pero, ¿había equidistancia?
-No se trata de una equidistancia subjetiva, sino de la objetividad de los criterios morales y su aplicación correcta a cualquier tipo de colectivos y de personas. Lo que había era lealtad a los principios éticos; otra cosa es que el mensaje de Setién era acogido por unos y rechazado por otros.
-En el Vaticano II hay un impulso de las iglesias locales y de las lenguas vernáculas. ¿Reforzó eso el nacionalismo vasco?
-En absoluto. Esa es tan sólo una versión. La apertura a la marginación, el desarrollo de la pastoral con la inmigración (que ya empezaba entonces), el desarrollo de la pastoral con los enfermos o la presencia evangelizadora en las cárceles (con presos comunes) fue mucho más importante, evidentemente. El impulso de las lenguas vernáculas supuso un desarrollo de la comunidad local, un desarrollo legítimo en una comunidad más centrada en el evangelio, en una Palabra de Dios mejor conocida y más enraizada en los problemas del entorno inmediato. Eso también es verdad.
-¿Final de ETA?
-Estamos en expectativa. No es el momento más oportuno para hablar. Lo que hay que hacer es crear un clima de futuro y de paz. Ha terminado la época de los comunicados, es decir, seguirá habiéndolos, pero en este momento (y no sé si se está haciendo, porque probablemente se darán sin publicidad) lo importante son los pasos de las personas que tengan una visión de Estado y de futuro. Y que haya una voluntad decidida y definitiva de ETA de desaparecer y dejar de verdad el campo libre a la política.
-Los relevos episcopales con Munilla e Iceta, ¿responden a un plan o son planificación de cambio de rumbo en la Iglesia vasca?
-Supongo que sí existe esa planificación; no creo que sea anormal, o sea, que pienso que las designaciones de obispos se hacen según un plan y ciertamente creo que el perfil de los obispos que están siendo designados en estos momentos en el País Vasco, o en Asturias, o en el resto de España, responden en general a la preocupación de fortalecer la identidad católica, de conservar fielmente la tradición, de vigilar la doctrina de los teólogos, de marcar distancias con la sociedad moderna. Creo que eso es lo que se está viviendo, pero me parece que sería un grave error hacer de la fe una especie de contracultura, y de la Iglesia una especie de contrasociedad. Creo que por ese camino no es posible anunciar la Buena Noticia de Jesucristo.
-Entonces, ¿hacia dónde va la Iglesia vasca?
-No sabría decirlo, pero más o menos todas las iglesias de Europa van en lo fundamental hacia un futuro muy incierto. Veo que los mejores observadores y pastoralistas están muy preocupados porque existe el riesgo de que el intento de restaurar el cristianismo en la sociedad moderna haga de éste una religión cada vez más anacrónica y cada vez más insignificante para las generaciones futuras. Ese sería un riesgo gravísimo.
-¿Qué queda del Vaticano II?
-Queda su futuro, como decía ya el teólogo Rahner. Y Juan Pablo II afirmaba que el Vaticano II ha sido el mayor regalo que ha tenido la Iglesia en el siglo XX. Karl Rahner, al que se vuelve a leer cada vez más, decía que el Concilio es sólo un nuevo comienzo de la Iglesia. Creo que el espíritu del Concilio es imparable y me parece imposible enfrentarnos al futuro de la Iglesia en una sociedad moderna de espaldas al espíritu y a las perspectivas que abrió el Vaticano II. El intento de restaurar el cristianismo de espaldas al Concilio no durará mucho. Rahner también hablaba de olas pasajeras, de miedo, de resistencia, pero que pasarán. Lo que yo observo es que la situación social y cultural europea ha cambiado mucho y creo que la Iglesia no sólo necesita un «aggiornamento», una adaptación. Lo que necesita es una conversión sin precedentes a Jesucristo y a su evangelio.
-¿Un Concilio Vaticano III?
-No estoy pensando en un Vaticano III. Los decretos conciliares no convierten; lo que se necesita es un trabajo, una conversión sostenida a lo largo de muchas generaciones que han de crear otro clima. Los grandes cambios que se pueden dar en la Iglesia sólo serán posibles si entre todos creamos un clima diferente de aliento evangélico, de atracción por lo que tiene Jesús de grande, y por una Iglesia realmente apasionada por ser hoy buena noticia en medio de la gente.
-Fue rector del Seminario de San Sebastián. ¿A qué achaca la escasez de vocaciones en Occidente y en el País Vasco?
-No es extraño en una sociedad indiferente y descreída, e instalada en el bienestar. Las generaciones jóvenes han abandonado la Iglesia y en el futuro habrá menos creyentes, comunidades más exiguas y también menos creyentes comprometidos. Y menos vocaciones; eso me parece un fenómeno generalizado.
-Los grupos neoconservadores no parecen estar tan agobiados por la falta de vocaciones.
-El fenómeno de los grupos neoconservadores es demasiado reciente. Es muy pronto para poder evaluar la calidad evangélica, la perseverancia y el espíritu de esas vocaciones. Ojalá sean una fuerza de renovación evangélica; lo acogeríamos con alegría.
-¿Echa en falta un análisis actualizado de la Iglesia sobre la crisis económica?
-Creo que ahí hay un déficit. La atención de la Iglesia está más centrada en este momento en sus problemas propios y creo que está en una actitud defensiva ante la sociedad. Una actitud que me preocupa porque no es la propia del auténtico evangelizador. Me extraña que se le escapen temas como pueden ser el de dar una cierta orientación sobre la crisis económica o sobre los crímenes de género y los abusos sobre la mujer, sobre los inmigrantes que se nos ahogan en las pateras... Creo que estos temas han de tener mucha más fuerza en la Iglesia.
-El grave asunto de la pedofilia del clero, ¿está correctamente enfocado por la Iglesia?
-Creo que sí y sobre todo destacaría que lo más positivo para el futuro ha sido la actitud personal del Papa. Mientras que desde sectores conservadores se estaba hablando de una campaña difamatoria contra la Iglesia, de una persecución, me ha sorprendido que el Papa, de manera rotunda y repetida, ha dicho que la mayor persecución no proviene de enemigos externos, sino que nace del pecado que hay dentro de la Iglesia. Este reconocimiento del pecado contemporáneo, actual, no de pecados del pasado, me parece algo realmente positivo y esperanzador para el futuro de una Iglesia que tiene que poner nombre a sus pecados si quiere vivir en estado de conversión a Jesús.
-¿Ha sido acertada la actuación de Benedicto XVI?
-La reacción de fondo en este momento, yo creo que sí; desconozco cuál haya podido ser su posición antes de que estallara todo este asunto.
-¿Qué huella dejará este Papa en la historia de la Iglesia?
-Es fácil que si su pontificado es breve se le considere como una prolongación del de Juan Pablo II. Lo que sí diría es que, si como él mismo ha adelantado, un día se sintiera enfermo y sin fuerzas y dimitiera, ciertamente su gesto pasaría a la Historia.
-¿En qué situación se halla «Jesús. Aproximación histórica»?
-En manos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pendiente de una última palabra de Roma, pero no querría yo crear un clima morboso en torno al libro.
-Pese a ese proceso del Vaticano, el cardenal Ravassi elogió su libro recientemente en un artículo.
-No me sorprendió porque Ravassi es un peso pesado en el Vaticano. No es un cualquiera y se habla de él como papable. Preside el Pontificio Consejo de la Cultura y es probablemente el mejor biblista en Italia, sobre todo pastoralista de la Biblia.
-¿Se siente usted relegado o vetado a causa de su libro?
-Asumo todo esto como algo esperado, la reacción de algunos sectores de la Iglesia... Pero no me siento ni mártir ni profeta. Trato de ser un creyente que desde su pasión por Jesús trata de contribuir a una Iglesia más evangélica al servicio de un mundo más humano.
«Sería un grave error hacer de la fe una contracultura y de la Iglesia, una especie de contrasociedad»
-Usted ha sido desde 1979 hasta 2001 vicario general de Setién, ¿un obispo controvertido?
-Fueron tiempos de dificultades, pero los mejores años de mi vida los he gastado junto a Setién, trabajando por la renovación conciliar, tratando de acoger el espíritu del Concilio Vaticano II y de ir reconvirtiendo nuestras comunidades cristianas, dotándolas de las estructuras conciliares y tratando de hacer una Iglesia mucho más dialogante y abierta al mundo, en contacto con la cultura y atenta a la marginación. Esa ha sido la preocupación y muchas veces se olvida ese trabajo impagable de Setién. Luego nos hemos encontrado con el hecho del terrorismo y con la secularización y la descristianización en toda Europa, que nos ha pillado al País Vasco de una manera muy acelerada, como a toda zona más desarrollada y más urbana.
-Setién recibió la crítica de ser demasiado equidistante entre las víctimas y el terrorismo.
-La figura de Setién es hoy todavía desconocida. He estado 22 años cerca de él y creo que su pensamiento ético es el de un hombre que no deja de ser intelectual y honesto. Ya sé que es un pensamiento complejo, matizado, pero creo que hoy es desconocido. La figura de Setién, estoy seguro, irá creciendo, y se necesitará distancia para conocer la envergadura de su pensamiento por encima de episodios, polémicas, manipulaciones o mutilaciones de su pensamiento y de sus textos.
-Pero, ¿había equidistancia?
-No se trata de una equidistancia subjetiva, sino de la objetividad de los criterios morales y su aplicación correcta a cualquier tipo de colectivos y de personas. Lo que había era lealtad a los principios éticos; otra cosa es que el mensaje de Setién era acogido por unos y rechazado por otros.
-En el Vaticano II hay un impulso de las iglesias locales y de las lenguas vernáculas. ¿Reforzó eso el nacionalismo vasco?
-En absoluto. Esa es tan sólo una versión. La apertura a la marginación, el desarrollo de la pastoral con la inmigración (que ya empezaba entonces), el desarrollo de la pastoral con los enfermos o la presencia evangelizadora en las cárceles (con presos comunes) fue mucho más importante, evidentemente. El impulso de las lenguas vernáculas supuso un desarrollo de la comunidad local, un desarrollo legítimo en una comunidad más centrada en el evangelio, en una Palabra de Dios mejor conocida y más enraizada en los problemas del entorno inmediato. Eso también es verdad.
-¿Final de ETA?
-Estamos en expectativa. No es el momento más oportuno para hablar. Lo que hay que hacer es crear un clima de futuro y de paz. Ha terminado la época de los comunicados, es decir, seguirá habiéndolos, pero en este momento (y no sé si se está haciendo, porque probablemente se darán sin publicidad) lo importante son los pasos de las personas que tengan una visión de Estado y de futuro. Y que haya una voluntad decidida y definitiva de ETA de desaparecer y dejar de verdad el campo libre a la política.
-Los relevos episcopales con Munilla e Iceta, ¿responden a un plan o son planificación de cambio de rumbo en la Iglesia vasca?
-Supongo que sí existe esa planificación; no creo que sea anormal, o sea, que pienso que las designaciones de obispos se hacen según un plan y ciertamente creo que el perfil de los obispos que están siendo designados en estos momentos en el País Vasco, o en Asturias, o en el resto de España, responden en general a la preocupación de fortalecer la identidad católica, de conservar fielmente la tradición, de vigilar la doctrina de los teólogos, de marcar distancias con la sociedad moderna. Creo que eso es lo que se está viviendo, pero me parece que sería un grave error hacer de la fe una especie de contracultura, y de la Iglesia una especie de contrasociedad. Creo que por ese camino no es posible anunciar la Buena Noticia de Jesucristo.
-Entonces, ¿hacia dónde va la Iglesia vasca?
-No sabría decirlo, pero más o menos todas las iglesias de Europa van en lo fundamental hacia un futuro muy incierto. Veo que los mejores observadores y pastoralistas están muy preocupados porque existe el riesgo de que el intento de restaurar el cristianismo en la sociedad moderna haga de éste una religión cada vez más anacrónica y cada vez más insignificante para las generaciones futuras. Ese sería un riesgo gravísimo.
-¿Qué queda del Vaticano II?
-Queda su futuro, como decía ya el teólogo Rahner. Y Juan Pablo II afirmaba que el Vaticano II ha sido el mayor regalo que ha tenido la Iglesia en el siglo XX. Karl Rahner, al que se vuelve a leer cada vez más, decía que el Concilio es sólo un nuevo comienzo de la Iglesia. Creo que el espíritu del Concilio es imparable y me parece imposible enfrentarnos al futuro de la Iglesia en una sociedad moderna de espaldas al espíritu y a las perspectivas que abrió el Vaticano II. El intento de restaurar el cristianismo de espaldas al Concilio no durará mucho. Rahner también hablaba de olas pasajeras, de miedo, de resistencia, pero que pasarán. Lo que yo observo es que la situación social y cultural europea ha cambiado mucho y creo que la Iglesia no sólo necesita un «aggiornamento», una adaptación. Lo que necesita es una conversión sin precedentes a Jesucristo y a su evangelio.
-¿Un Concilio Vaticano III?
-No estoy pensando en un Vaticano III. Los decretos conciliares no convierten; lo que se necesita es un trabajo, una conversión sostenida a lo largo de muchas generaciones que han de crear otro clima. Los grandes cambios que se pueden dar en la Iglesia sólo serán posibles si entre todos creamos un clima diferente de aliento evangélico, de atracción por lo que tiene Jesús de grande, y por una Iglesia realmente apasionada por ser hoy buena noticia en medio de la gente.
-Fue rector del Seminario de San Sebastián. ¿A qué achaca la escasez de vocaciones en Occidente y en el País Vasco?
-No es extraño en una sociedad indiferente y descreída, e instalada en el bienestar. Las generaciones jóvenes han abandonado la Iglesia y en el futuro habrá menos creyentes, comunidades más exiguas y también menos creyentes comprometidos. Y menos vocaciones; eso me parece un fenómeno generalizado.
-Los grupos neoconservadores no parecen estar tan agobiados por la falta de vocaciones.
-El fenómeno de los grupos neoconservadores es demasiado reciente. Es muy pronto para poder evaluar la calidad evangélica, la perseverancia y el espíritu de esas vocaciones. Ojalá sean una fuerza de renovación evangélica; lo acogeríamos con alegría.
-¿Echa en falta un análisis actualizado de la Iglesia sobre la crisis económica?
-Creo que ahí hay un déficit. La atención de la Iglesia está más centrada en este momento en sus problemas propios y creo que está en una actitud defensiva ante la sociedad. Una actitud que me preocupa porque no es la propia del auténtico evangelizador. Me extraña que se le escapen temas como pueden ser el de dar una cierta orientación sobre la crisis económica o sobre los crímenes de género y los abusos sobre la mujer, sobre los inmigrantes que se nos ahogan en las pateras... Creo que estos temas han de tener mucha más fuerza en la Iglesia.
-El grave asunto de la pedofilia del clero, ¿está correctamente enfocado por la Iglesia?
-Creo que sí y sobre todo destacaría que lo más positivo para el futuro ha sido la actitud personal del Papa. Mientras que desde sectores conservadores se estaba hablando de una campaña difamatoria contra la Iglesia, de una persecución, me ha sorprendido que el Papa, de manera rotunda y repetida, ha dicho que la mayor persecución no proviene de enemigos externos, sino que nace del pecado que hay dentro de la Iglesia. Este reconocimiento del pecado contemporáneo, actual, no de pecados del pasado, me parece algo realmente positivo y esperanzador para el futuro de una Iglesia que tiene que poner nombre a sus pecados si quiere vivir en estado de conversión a Jesús.
-¿Ha sido acertada la actuación de Benedicto XVI?
-La reacción de fondo en este momento, yo creo que sí; desconozco cuál haya podido ser su posición antes de que estallara todo este asunto.
-¿Qué huella dejará este Papa en la historia de la Iglesia?
-Es fácil que si su pontificado es breve se le considere como una prolongación del de Juan Pablo II. Lo que sí diría es que, si como él mismo ha adelantado, un día se sintiera enfermo y sin fuerzas y dimitiera, ciertamente su gesto pasaría a la Historia.
-¿En qué situación se halla «Jesús. Aproximación histórica»?
-En manos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pendiente de una última palabra de Roma, pero no querría yo crear un clima morboso en torno al libro.
-Pese a ese proceso del Vaticano, el cardenal Ravassi elogió su libro recientemente en un artículo.
-No me sorprendió porque Ravassi es un peso pesado en el Vaticano. No es un cualquiera y se habla de él como papable. Preside el Pontificio Consejo de la Cultura y es probablemente el mejor biblista en Italia, sobre todo pastoralista de la Biblia.
-¿Se siente usted relegado o vetado a causa de su libro?
-Asumo todo esto como algo esperado, la reacción de algunos sectores de la Iglesia... Pero no me siento ni mártir ni profeta. Trato de ser un creyente que desde su pasión por Jesús trata de contribuir a una Iglesia más evangélica al servicio de un mundo más humano.
«Sería un grave error hacer de la fe una contracultura y de la Iglesia, una especie de contrasociedad»
J. Morán en La Nueva España
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