Se está alumbrando lo que el Pueblo Vasco ha vivido anhelando durante largo tiempo: la paz. Ha llegado lo que estábamos esperando: la declaración de alto el fuego de ETA. Han sido años en que la mayoría de este pueblo, instituciones, partidos políticos, agentes sociales, la misma Iglesia , le ha pedido sin cesar a la organización armada que renuncie a la violencia y deje de sembrar sufrimiento en las personas, familias y en la sociedad. Al final ha sido la propia izquierda abertzale quien ha difundido a los cuatro vientos su decisión dirigida en particular a ETA: la lucha armada sobra para hacer política, la lucha política excluye la violencia. Pues bien, ETA ha anunciado un alto el fuego permanente, general y verificable. Y ¿ahora qué?
Primero, alegrarnos. Alegrarnos porque la paz es buena noticia en Euskal Herria. Alegrarnos por todas y por todos, sobre todo por quienes han sufrido en primera persona la injusticia de la violencia, porque en muchos hogares respirarán aliviados y porque respirará también toda la sociedad, alegrarnos, en definitiva, por el pueblo entero. Es verdad que no es una alegría plena porque hay vidas rotas, heridas. Pero es una alegría esperanzada y deseosa de que no vuelva a haber más violencia. Anhelamos la buena noticia de la paz. Por ello esta novedad no nos deja indiferentes. Se abre un tiempo que pide renovar una actitud y comportamiento responsable por parte de todos. Sabemos que en casos como este la realidad supera lo que se da a conocer, pero atendiendo a lo publicado, quienes suscribimos este escrito, empujados por nuestra conciencia cristiana, queremos expresar algunas reflexiones y compromisos para contribuir a que la paz sea entre nosotros la buena noticia de cada día.
La paz tiene que ver con el respeto a los derechos humanos. Éstos tienen su origen en la dignidad de la persona. La dignidad humana es un bien a cuidar por todos. Es, pues, imprescindible el cumplimiento y desarrollo de los derechos humanos. El primero de todos y en primer lugar, el derecho a la vida. En este nuevo alto el fuego es imperativo el respeto a la vida. No matar es clave para la paz incipiente. Asimismo, no se puede manipular la vida del ser humano: la persona no es una cosa para obtener unos fines. No se puede vulnerar el derecho a la seguridad e integridad física. Son del todo inaceptables la tortura y los malos tratos. Para que la paz siga su curso es también imprescindible que la policía respete en todo momento los derechos humanos de los detenidos. Por otro lado, ETA no se debe erigir en tutor del pueblo ni colocarse por encima de la voluntad de paz del pueblo. No debe volver a sumir en la frustración a la sociedad vasca. Por su parte, los dirigentes políticos han de hacer un uso justo del poder puesto en sus manos por el pueblo. Han de garantizar las libertades fundamentales, tales como el derecho a la expresión y asociación. Los gobernantes y representantes del pueblo no deben dejar que se malogre ninguna oportunidad para la paz. No es justo ni admisible que se menosprecie la declaración de alto el fuego de ETA poniendo por encima de la construcción de la paz intereses partidistas o políticos. Nos parece preocupante la judicialización de la política y la politización de la justicia que vivimos desde hace años. Creemos que este círculo es un lastre y un perjuicio para la paz. ETA debe la paz a este pueblo: el abandono de la violencia, además de una exigencia ética básica, supone un paso firme hacia la paz y conlleva abrir el camino a la política. Del mismo modo, todo responsable político le debe a este pueblo un esfuerzo honesto a favor de la paz: aquel que obstaculiza la participación en política muestra una voluntad dudosa por la paz, y al contrario, quien está a favor de la paz abre a todos la puerta para entrar en la dinámica política.
La paz no es cualquier cosa. Y la paz de Jesús no es una paz cualquiera. No es una paz abstracta, etérea, deslocalizada, desarraigada. En Euskal Herria la paz tiene rasgos propios. Si queremos una paz auténtica y sólida en nuestro pueblo hemos de ir a la raíz de la falta de paz. Todo conflicto de naturaleza política pide una solución justa, y por tanto, de carácter político. Así es en todas partes. Nuestro pueblo no es una excepción. Al tiempo del abandono de la violencia por parte de ETA, la paz en el Pueblo Vasco exige el reconocimiento de la existencia de un conflicto político y que las partes vinculadas en el conflicto diseñen y consensúen un nuevo acuerdo político, renunciando a dinámicas de dominación y victoria-derrota, teniendo en cuenta la pluralidad del pueblo, sin excluir ninguna opción política y cumpliendo el principio democrático que nos hemos dado, esto es, el respeto de la voluntad mayoritaria del pueblo, sin vetos de nadie. Hasta que el desacuerdo devenga en acuerdo tenemos por delante un largo recorrido. No podremos andar este camino sin recurrir al medio por excelencia: el diálogo.
El diálogo se nos presenta como el medio humano que tenemos los hombres y mujeres para solucionar nuestras diferencias y hacer la paz, mediante la mutua escucha y la palabra compartida en la verdad y lealtad, creando una relación de confianza. No podemos cercar el diálogo y levantar muros en torno a él, cerrando la puerta y excluyendo del mismo a algunos. El diálogo entre quienes deseen participar en él ha de ser posible entre nosotros si queremos llegar a un acuerdo dialogado que sea para todos. No podremos hablar de normalización mientras parte del pueblo no pueda ejercer libremente su opción política. Para que la paz sea digna de tal nombre es vital que todo aquel que así lo quiera pueda participar libremente en política. Es más, posibilitar la participación de todos sin exclusiones en la realidad política es cuestión de democracia: cuanta mayor sea la participación, mayor será la fortaleza de la democracia. Y cuanto mayor sea el nervio de la democracia, mayor será el vigor de la paz. No podemos separar paz y democracia si no es a costa de pagar un alto precio: el debilitamiento de una convivencia entre todos. La paz, la democracia y la convivencia son fruto de grandes esfuerzos. Descansan también en el respeto y desarrollo de los elementos culturales originarios del Pueblo Vasco, como el euskera, cuya normalización es uno de los pilares de una convivencia en paz. No podemos arruinar lo construido hasta ahora ni obstruir lo que falta por levantar, ni como cristianos ni como ciudadanos.
Construir la paz en Euskal Herria no es tarea solo de algunos, sean representantes institucionales, políticos, grupos pacifistas, etc. Es labor del pueblo entero, de todos y cada uno de nosotros y, por supuesto, de quienes nos decimos seguidores de Jesús. Los cristinos tenemos un legado desde la mañana hasta la noche: “Paz a vosotros” (Jn 20, 19), nos dice Jesús, muerto en la cruz y resucitado por Dios. En nuestro pueblo está naciendo la paz tras la experiencia de haber sido traspasada por la injusticia de la cruz. No es un nacimiento sin dolor. Después del abandono de la violencia, una vez realizado el acuerdo para la normalización política, quedará por encauzar la reconciliación personal y social. Una reconciliación que renuncie a la venganza y al deseo del mal ajeno y en la que procuremos una vida más humana, digna y justa para todos. La reconciliación no será un logro inmediato, dadas las rupturas, muchas de ellas irreparables, que la violencia de signos diferentes ha provocado en nuestro pueblo. Es un servicio al que no debemos renunciar.
La Diócesis de Gipuzkoa, en colaboración con las otras diócesis vascas, no ha dejado de sembrar esperanza en las pasadas cuatro décadas, especialmente en momentos críticos y de gran crudeza. Los obispos de Euskal Herria en muchos años han sido guías y compañeros en el camino hacia la paz. Con el propósito de servir al Evangelio y desde su amor al Pueblo Vasco, las llamadas a la tarea de la pacificación y las convocatorias a los encuentros y marchas de oración por la paz han sido una constante en nuestros anteriores obispos. Han creído que la paz era posible también en entre nosotros y nos han ayudado a no perder el aliento a miles de vascos y vascas, en la Iglesia y en la sociedad. Esta hora es también de esperanza, que nos lleva a implicarnos en la pacificación. En la comunidad cristiana de Gipuzkoa no podemos abandonar el camino por el que hemos transitado durante décadas. Muchos hombres y mujeres cristianos queremos continuar avanzando por la misma senda. No somos ingenuos y sabemos que no será fácil, que la paz se gana en la lucha pacífica del día a día, la mayoría de las veces entre fatigas y sufrimientos. Este es nuestro compromiso, vigilar la hoja de ruta que conduce a la paz y colaborar para que se abra el camino a la paz de Euskal Herria. En la meta todos habremos de disfrutar la buena noticia de «una paz construida entre todos y para todos».
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ResponderEliminarMe gustaría realizar algunos comentarios al texto:
ResponderEliminar1.- En primer lugar, los firmantes piden el reconocimiento de que que en "Euskal Herria" existe un conflicto político. Creo que nunca se ha negado que exista. Siempre ha existido y seguirá existiendo un tira y afloja entre nacionalistas y no nacionalistas. El problema no está en el conflicto sino en que parece ser que ahora que ETA ha anunciado que va a dejar de matar (a ver si es verdad), se nos pide consensuar un nuevo marco político. El marco político se decide en las urnas, y es lo que llevamos haciendo desde hace casi 35 años, cuando por fin comenzó la democracia en este pais, aunque haya gente que no quiera aceptarlo. ¿Acaso sugieren los firmantes que hay que hacer cesiones? ¿Acaso no se ha respetado la voluntad mayoritaria del pueblo durante la democracia? ¿Acaso ahora que ETA ha dejado de matar hay que cambiar el sistema? ¿No se dice en el mismo escrito que ETA no debe ser tutor?
2.- Hasta donde tengo entendido todo el pueblo vasco es libre de ejercer libremente su opción política....siempre y cuando el ejercicio de dicha opción no pase por el camino de la violencia, de la extorsión, de la amenaza, de la muerte.
¿Permitirían los firmantes que un violador defendiera sus acciones desde un partido político? ¿Por qué deben hacerse excepciones con los que defienden la violencia sólo porque la justificación de la misma sea de carácter político?
3.- Respecto a la pretensión de que la "Normalización"del euskera es uno de los pilares de una convivencia en paz, a día de hoy, y durante la democracia, creo que ningún castellanoparlante ha matado a un euskaldun por el mero hecho de tener como lengua madre otro idioma, ni viceversa. ¿Acaso es pecado que mis padres me hayan hablado desde pequeño en castellano? ¿Acaso el hecho de que yo no sepa euskera fomenta la violencia y pone trabas a la paz?
Yo no quiero un uso del euskera "normalizado", quiero un uso del euskera y del castellano "normales", entendiendo por normal que cada persona emplee el idioma que desee con total libertad. Todo lo que no cumpla con esta definición no es "normalización" sino "imposición".