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sábado, 23 de enero de 2021

Covid-19: sombras y luces

 Si, por consiguiente, humildemente, acatamos y respetamos las normas y recomendaciones que las autoridades sanitarias y administrativas deciden, sin tratar de buscar atajos para esquivarlos. Si tratamos de crear alrededor de nosotros un espíritu colaboración con estas autoridades y no de crítica interesada, como demasiadas veces lo constatamos. Si nos acercamos a los que sufren y lo están pasando mal sanitaria o económicamente; a esas personas que, muy a menudo, sufren más de la soledad y del abandono de las personas de su alrededor que del mal que padecen. Un simple gesto o una llamada por nuestra parte puede, si no resolver el problema que viven, aliviar su sufrimiento.

EN 2020, en Euskadi, hemos sufrido más de 3.000 fallecidos y más de 111.000 contagios por la covid-19; en España, oficialmente, más de 51.000 fallecidos y 1,95 millones de casos; en el mundo entero, 1,84 millones de fallecidos y 84,5 millones de personas infectadas. Aunque muchas de estas personas eran enfermas crónicas con una corta esperanza de vida, son muchas las familias que han perdido un ser querido. Muchas más las que se encuentran con enfermos que padecen secuelas y tienen serias dificultades para incorporarse a la vida normal. Y todavía muchas más personas se encuentran con dificultades empresariales, laborables y económicas que persistirán probablemente durante varios años. Todo ello constituye, en efecto, un numeroso colectivo que ha visto acrecentado su sufrimiento cotidiano, de manera muy seria.

Pero, al lado de ese colectivo, la mayoría de nuestra sociedad no ha padecido esas dificultades y sufrimientos. Caricaturizando algo, con las injusticias que ello comporta siempre, esta mayoría se ha visto afectada principalmente en sus actividades de ocio: molestias por la utilización generalizada de mascarillas y geles, cierre o limitación de bares o restaurantes, imposibilidad de viajar o desplazarse, restricciones de movimientos o toques de queda, ausencia de cines o espectáculos, dificultades para celebrar reuniones o fiestas entre amigos o familiares, etc. Todas estas actividades a las que nos hemos acostumbrado durante todos estos años pasados eran bienvenidas y han acabado por sernos indispensables. Pero reconozcamos que ninguna de ellas es vital, exceptuando las reuniones familiares y de "allegados". Sin embargo, la mayoría de las quejas y lamentaciones que oímos en nuestra sociedad vienen de este colectivo y no de los que verdaderamente sufren. Sabemos que políticamente y socialmente todas las protestas están admitidas, pero moralmente, éticamente, ¿podemos nosotros que pertenecemos a este colectivo seguir quejándonos y exigiendo que se nos "devuelvan nuestras libertades", aun siendo conscientes de que estas "libertades" pueden ser perjudiciales para el bien común de nuestro pueblo?

Sería mucho más constructivo y positivo si: reconocemos y agradecemos a los muchos que trabajan para minimizar los males aportados por este virus: los colectivos sanitarios, los que trabajan en actividades esenciales, todas las administraciones que prodigan esfuerzos desconocidos hasta la fecha, los científicos del mundo entero que ponen a nuestra disposición en un tiempo récord vacunas y tratamientos, etc. Y todo ello a pesar de sus eventuales errores. Y si reconocemos que los científicos desconocen todavía muchos de los misterios relativos a este virus pero que nosotros los desconocemos muchísimo más, que no tenemos ni la necesidad ni la capacidad para conocerlos.

Si, por consiguiente, humildemente, acatamos y respetamos las normas y recomendaciones que las autoridades sanitarias y administrativas deciden, sin tratar de buscar atajos para esquivarlos. Si tratamos de crear alrededor de nosotros un espíritu colaboración con estas autoridades y no de crítica interesada, como demasiadas veces lo constatamos. Si nos acercamos a los que sufren y lo están pasando mal sanitaria o económicamente; a esas personas que, muy a menudo, sufren más de la soledad y del abandono de las personas de su alrededor que del mal que padecen. Un simple gesto o una llamada por nuestra parte puede, si no resolver el problema que viven, aliviar su sufrimiento.



Este tiempo de pandemia, evidentemente tiempo de enormes dificultades y sufrimientos, nosotros lo podemos transformar en tiempo de oportunidades colectivas y personales. Pero quizá convendría recordar estas magníficas palabras de Rabindranath Tagore: "Soñé que la vida es alegría. Me desperté y vi que la vida es servicio. Me puse a servir y vi que la vida es alegría". ¡Que nuestra vida y la de nuestro pueblo sea "alegría"! Aún en tiempo de esta terrible pandemia, sobre todo en este tiempo, depende mucho de cada uno de nosotros.

* Etiker lo forman Patxi Meabe, Pablo Etxebeste, Arturo García y Joxemari Muñoa

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