El sacerdote vasco, párroco de Nuestra Señora del Carmen de Indautxu
(Bilbao), comparte algunas de las reflexiones que ha ido escribiendo
durante este tiempo de confinamiento y anima a que cada cual haga un
pequeño diario de los sentimientos que le suscita
¡Hola a todos! Espero que tanto tú como los tuyos os encontréis bien; y que estéis afrontando este tiempo de confinamiento obligatorio con espíritu positivo, orden, paciencia, solidaridad y creatividad.
Han pasado ya unos cuantos días desde que el Gobierno declaró el estado de alarma, y nuestra vida ha cambiado de una manera que nunca habíamos imaginado. A lo largo de las últimas semanas he ido escribiendo estas reflexiones que ahora paso a compartir contigo.
1. Una agenda inútil y absurda
Nos encontrábamos haciendo planes para esta próxima Semana Santa cuando un bichejo microscópico,
pero terriblemente infeccioso para nuestro organismo, ha desbaratado no
solo cuanto pensábamos hacer, sino también todo cuanto estábamos
haciendo. Él solito nos ha sacado de nuestras rutinas particulares, y nos ha impuesto una rutina general: el confinamiento en nuestras casas.
Recordando lo que hice ayer, me doy cuenta que no tiene mucho que ver con lo que tenía apuntado en la agenda. Y si miro la agenda hoy, descubro que lo que escribí en su día apenas se corresponde con lo que estoy haciendo. Y así, esa agenda llena de tareas y compromisos que hace poco consultábamos varias veces al día, de repente se ha convertido en inútil y absurda.
Inútil, porque mientras dure esta situación hay quehaceres y citas a
los que no podemos responder. Y absurda, porque la situación creada
requiere de un ‘planning’ distinto. Un ‘planning’ que nos permita
distribuir el tiempo de otra manera, con unas propuestas completamente
distintas a las que escribíamos estos días atrás.
Nos pasamos la vida haciendo planes; pero casi nunca
pensamos en lo frágil que es el soporte que nos permite llevar a cabo
esos planes. La vida y la salud son ese gran soporte que nos permite llevar a cabo todo cuanto soñamos,
proyectamos, decidimos y realizamos. Pero ese gran soporte es
enormemente frágil. No dependen de nuestros méritos, ni de nuestros
cuidados y esfuerzos. Como nos dice Jesús en el evangelio: “¿Quién de
vosotros, por más que se esfuerce, puede añadir una sola hora al tiempo
de su vida?” (Lc 12, 25).
2. La vida es frágil e insegura
Aunque las personas mayores son el colectivo con
mayor riesgo de ser afectadas por el COVID-19, conocíamos que, el día 18
de marzo, fallecía por su causa un guardia civil, Pedro Alameda, de 37
años de edad, que no presentaba patologías previas. Una epidemia como esta nos ayuda a reconocer que la vida es frágil e insegura para todos, y en todas las etapas de la vida.
Francisco de Rojas, en su obra ‘La Celestina’,
escribió: “Ninguno es tan viejo, que no pueda vivir un año más; ni tan
joven, que no pueda morirse hoy”. Es una frase rotunda, pero llena de
verdad. Pero preferimos soslayar esta verdad. ¿Cómo lo hacemos?
Coleccionando cosas, fundamentalmente bienes. Esos bienes nos ofrecen la
falsa seguridad de contar con algo a lo que recurrir en caso de que nos
vengan mal dadas. Pero la verdad es que cuando nos sobreviene una enfermedad grave o una epidemia como esta nos damos cuenta de lo poco que vale la tarjeta de crédito.
3. Gigantes con pies barro
El ser humano, que ha sido capaz de fecundar un óvulo
con un espermatozoide fuera del útero, de clonar una oveja a partir de
una célula adulta, o de realizar la secuenciación completa del genoma
humano… contempla hoy, con una mezcla de perplejidad y estupefacción,
cómo un agente microscópico, infeccioso y acelular es capaz de alterar
por completo su vida. Esto pone de manifiesto, al propio tiempo, nuestra
grandeza y fragilidad.
Somos como aquel gigante con pies de barro que soñó
el rey Nabucodonosor II, y cuya interpretación le dio el profeta Daniel
(Cf. Dn 2, 26-45). La epidemia provocada por el coronavirus nos ayuda a bajarnos de ese pedestal al que impulsados por la soberbia, la vanidad y la arrogancia nos habíamos subido sin apenas darnos cuenta.
4. Ciudadanos ejemplares… y no tanto
El sábado 14 de marzo, en la comparecencia ante los medios del presidente del Gobierno, me gustó la alusión al ejemplo de generosidad que nos dieron nuestros mayores
durante la pasada crisis económica, y cómo de sus pensiones salió el
dinero para llenar la despensa, cubrir gastos o pagar la manutención de
los nietos universitarios. Y la invitación que nos hizo a demostrar ahora lo que aprendimos de su ejemplo y de su amor: protegiéndoles y velando por ellos protegiéndonos.
La verdad es que la ciudadanía, mayoritariamente, está teniendo un comportamiento ejemplar.
No solo cumpliendo las normas que las autoridades sanitarias y el
Gobierno han decretado, sino preocupándose por los demás. Así, hay
personas que cada día pasan, puerta por puerta, preguntando a sus
vecinos mayores solos si están bien, si necesitan que les hagan algún
recado, o que les bajen la basura. Desde aquel sábado 14, todas las
noches a las 20 h. salen muchas personas y familias a las ventanas y
balcones de sus casas para reconocer con un largo aplauso la entrega y el valor con que están realizando su trabajo los sanitarios
y demás profesionales de servicios básicos. El miércoles 18, la
epidemia se cobró la primera vida entre el personal sanitario. Se
llamaba Encarni, tenía 52 años, y era enfermera en el Hospital de
Galdakao. Había atendido al primer paciente que murió en Bizkaia a causa
del COVID-19, y se contagió.
Pero este virus nos está retratando a cada uno como somos.
Pues hay ciudadanos que prefieren hacer acopio de papel higiénico, de
leche, de huevos, etc. como si se fuera acabar el mundo. “¡Insensato! Si
mañana caes con el coronavirus, ¿de qué sirve todo lo que has
acaparado?” (cf. Lc 12, 20). Hay jóvenes que se ofrecen como voluntarios
en Cáritas, el Banco de Alimentos u otras ONG. Hay personas que donan
sangre, escriben cartas de ánimo a los enfermos que están hospitalizados
e incomunicados, o llevan a cabo otras acciones altruistas. Pero hay
también personas desalmadas que hacen correr bulos que
tratan de sembrar el miedo, o tratan de robar a ancianos solos
haciéndose pasar por inspectores de no sé qué institución inventada, o
tratan de timar a través de Internet.
5. No quedarnos en la superficie más visible
El sábado día 21, la televisiva Olga Viza contaba en
‘Radio Nacional de España’ que había ido el día anterior a visitar un
familiar que está enfermo por otro problema en un hospital, y le llamó
la atención el aplauso que los médicos y las enfermeras tributaron al personal de limpieza
del centro. Y añadía Olga: “El personal que hace la limpieza en los
hospitales está tan expuesto o más al contagio que los médicos y las
enfermeras. Es un equipo enorme; pero nosotros solo vemos una parte, la
que resulta más visible”. Abrimos un grifo en casa y sale agua o
pulsamos un interruptor y se enciende la luz… pero ¿hemos caído en la
cuenta en la cantidad de personas que hay detrás de cada uno de esos
“milagros”?
La vida siempre presenta varias capas, pero nosotros, en muchas ocasiones, nos quedamos en la superficie. En estos momentos, hay muchas personas arriesgando su vida para que todo discurra con normalidad
(barrenderos, basureros, proveedores de artículos de primera necesidad,
almacenistas, transportistas, dependientes de grandes superficies,
cajeras, policías, técnicos de centrales eléctricas, conductores de
medios de transporte público, etc.). Sin embargo, quienes aparecen en los medios de comunicación son los inconscientes
que ponen en riesgo su vida y la de las demás tontamente. Como esos dos
jóvenes que hacían botellón con otros que lograron huir en un parque
público en Silleda (cerca de Santiago de Compostela).
6. Crisis sanitaria, económica y laboral
El coronavirus, al amenazar la salud de todos por
igual, trae consigo una crisis sanitaria. Pero, además de producir un
incremento extraordinario en el gasto sanitario y farmacéutico, está
generando una crisis económica que, hoy por hoy, es muy difícil de
cuantificar. El cierre temporal de empresas supone pérdida de productividad y de riqueza.
El cierre de fronteras y la suspensión de celebraciones (Fallas, Semana
Santa…) repercute de modo directo y muy fuerte en la hostelería, el
turismo (el 20% de nuestro PIB), y el comercio (los autónomos tienen que
afrontar unos gastos fijos sin tener ningún ingreso).
Por otra parte, las familias se van a ver obligadas a
echar mano de unos ahorros que quedaron muy menguados con la crisis
anterior. El plan económico presentado por el presidente de Gobierno
paliará en parte la situación, pero la recuperación económica será lenta y asimétrica. La hostelería y el turismo tardarán en recuperarse,
pues dependerá de cómo evolucione la epidemia no solo en nuestro país,
sino también en los países de procedencia de los turistas que nos
visitan (el año pasado batimos el récord: nos visitaron 82,8 millones de
turistas).
Todo esto deviene en crisis laboral: muchas empresas
se verán obligadas a hacer reestructuración de plantillas, muchos
autónomos no podrán mantener a flote sus negocios, y muchos trabajadores
irán al paro. Como consecuencia de todo esto, la clase media se verá “adelgazada”, y el país se endeudará más de lo que ya está.
Quienes compren la deuda serán quienes decidirán. Así que superaremos
la epidemia por coronavirus, pero seremos un país más pobre y con un
Estado de Bienestar con menos prestaciones.
7. Nuestras vergüenzas, al descubierto
Es muy loable el trabajo que están realizando los
profesores con sus alumnos a través de sistemas ‘online’, con el fin de
que niños y niñas puedan continuar adquiriendo conocimientos, y el curso
académico se vea lo menos perjudicado posible. Sin embargo, muchos
padres y madres con hijos en Primaria (es donde más se visibiliza el
problema) tienen serias dificultades para funcionar con el ordenador y
ayudar a sus hijos en las tareas académicas. Y es que hay una parte significativa de la población que, por falta de medios, de formación o de interés, es tecnológicamente “analfabeta”.
Y este es un problema serio en tres sentidos: 1)
El que la gente esté todo el día con el móvil en la mano viendo fotos o
mandando wassap no significa que sepan funcionar con un ordenador: confundimos utilización con capacitación; 2)
Disponemos de unos medios tecnológicos que poseen una capacidad muy
superior a la que tienen las personas para utilizarlos de forma
provechosa. Si se me permite la imagen, tenemos botas de siete leguas;
pero muchas personas poseen unas piernas que solo les permiten dar pasos
de cincuenta centímetros. En el futuro inmediato corremos el peligro de que los medios tecnológicos y la ambición por progresar nos lleven a creer que lo deseable es posible;
y, en aras de tal empeño, dejemos atrás a muchas personas y familias.
Sería terrible que ahora nos empeñemos en no dejar a nadie atrás y, una
vez superada la epidemia, y aceptado el teletrabajo, las plataformas
digitales y otra serie de avances tecnológicos, nos olvidemos de los que
no son capaces de adaptarse a las nuevas tecnologías. 3) La pobreza, además de económica, es educativa y afectiva.
Quien no tiene medios para formarse y carece de amor corre la carrera
de la vida con una enorme desventaja. En semejantes condiciones, la
pobreza no solo se padece, sino que, además, se transmite de padres a
hijos.
8. Días de miserias y mentiras
A medida que pasan los días, el confinamiento se nos va haciendo más cuesta arriba a todos.
El pasado 19 de marzo, una mujer de 35 años era asesinada en su
domicilio de Almassora (Castellón) por su compañero delante de sus dos
hijos menores. En una situación así, de convivencia extensa e intensa, los casos de violencia doméstica aumentarán. Y también saldrán a la luz adicciones, dobles vidas, y otras miserias que algunas personas mantienen ocultas.
Tenían planes urdidos y mentiras que les funcionaban
en su “normal” sistema de vida. Pero, a partir de la declaración del
Estado de alarma, quedó rota esa normalidad y, a medida que se prolongue
la presente situación de confinamiento, resultará difícil urdir
mentiras, y lograr que todos los elementos encaje sin que los demás se
den cuenta de eso que hasta ahora han logrado mantener en secreto o
disimular. Habrá personas que sufrirán al verse engañadas o utilizadas, y
cuando volvamos a la normalidad muchas relaciones de amistad, parejas y familia se habrán roto.
Estos días está circulando a través de wassap la
declaración de una científica española a un grupo de periodistas:
“Ustedes le dan a un futbolista 1 millón de euros por mes, y a un
biocientífico 1.800 euros por mes. Y ahora están buscando un tratamiento
para este virus; pues busquen a Cristiano Ronaldo o a Messi para que
encuentren la cura”. Se trata de una falsa noticia (no
se cita el nombre de la científica, ni los periodistas a los que hace la
declaración. De ser cierta, les hubiera faltado tiempo para contar todo
con pelos y señales). Sin embargo, el bulo contiene una gran verdad de
fondo: el futbol en nuestro país está sobrevalorado. Es
cierto que entretiene, entusiasma, satisface, y da trabajo a miles de
personas; pero es un disparate que un futbolista pueda ganar cuarenta
veces más que un presidente de gobierno, cien veces más que un médico o
mil más que un maestro cuando la responsabilidad de un presidente de
gobierno, de un médico o de un maestro es mucho más grande y de mayor
calado. Dado que nos vamos a tener que apretar todos el cinturón ¿No
habrá llegado el momento de reestructurar económicamente el futbol en
primera y segunda división? ¿Cómo se puede entender que un país
que se ve empobrecido por una epidemia tenga una liga de futbol que
maneja un presupuesto económico superior a Investigación y Universidades, lucha contra la droga, o contra la violencia de género?
9. Despojados del último adiós en compañía
El lunes día 16, deberíamos haber celebrado el
funeral de una señora mayor que había fallecido el viernes día 13. Pero
no se llegó a celebrar porque ya estaba declarado el estado de alerta, y
la familia ha decidido aplazarlo y celebrarlo cuando todo esto pase.
Sin embargo, a lo largo de todos estos días, y por distintos motivos, las personas se siguen muriendo sin la cercanía de los suyos, y sus entierros se llevan a cabo sin celebración litúrgica.
Esta situación pone de manifiesto –de una manera
descarnada y brutal– el carácter insignificante a que queda reducida la
vida humana cuando se la despoja de dos dimensiones que le son
constitutivas: la relacional y la transcendente. Somos lo que somos gracias a Alguien, ante Alguien y para Alguien. Y somos con otros que nos ayudan a ser, y a los que ayudamos a ser. Sin esta relación con Dios y el prójimo, la vida humana se vuelve tan plana e insignificante como la de un perro o un caballo.
10. ¿Dónde está Dios?
En medio de esta situación hay personas que, como el
pueblo judío en medio del desierto, se pueden preguntar: ¿dónde está
Dios? Recuerdo que Elie Wiesel, superviviente del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau,
en su libro de memorias ‘La noche’, cuenta cómo tras la fuga de varios
presos del campo, los alemanes eligieron arbitrariamente a tres presos,
dos adultos y un niño, con el fin de ahorcarlos y dar un escarmiento al
resto de los presos. Los SS nos mandaron formar a todos, y los cuellos
de los tres condenados fueron introducidos en tres lazos. “Viva la
libertad”, gritaron los adultos. Pero el niño no dijo nada. “Detrás de
mí, cuenta Elie Wiesel, alguien en voz baja preguntó: ‘¿Dónde está Dios?
¿Dónde está?’. Las tres sillas cayeron al suelo… los dos hombres ya no
vivían…, pero la tercera cuerda aún se movía…, el niño agonizaba,
retorciéndose en la horca… Detrás de mí el compañero seguía preguntando:
‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Dios?’. Y dentro de mí oí una voz que respondía: ‘¿Que dónde está? Ahí está, colgado de la horca‘”.
Podemos reconocer en este relato lo que nos dice el
mismo Jesús en el evangelio: “Los justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo
te vimos con hambre y te dimos de comer o con sed y te dimos de beber?
¿cuándo estuviste enfermo y fuimos a verte? Y Él nos contestará: En
verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más necesitados, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 38-40).
Dios está en cada enfermo afectado por el coronavirus que se encuentra aislado, y en sus familiares que viven con angustia dicha situación. Dios está, también, en cada uno de los profesionales sanitarios que, a pesar de saber el riesgo que corren, fieles a su vocación, atienden a los enfermos. Dios está en las personas mayores
que, solas o en las residencias, se encuentran preocupadas y con un
cierto miedo. Dios está en esos hijos y nietos que protegen, cuidan y
atienden a sus padres y abuelos. Dios está en cada uno de los proveedores de artículos de primera necesidad,
almacenistas, transportistas, cajeras, policías, conductores de medios
de transporte, basureros, profesores, locutores de radio… que en medio
de esta situación nos hacen la vida más llevadera.
Dios está en esas familias donde alguno de sus miembros sufre una enfermedad mental. Dios está en cada persona que ayuda a sus vecinos mayores,
y les aporta cercanía y humanidad en este confinamiento. Dios está en
esos padres y madres que, a pesar de estar preocupados por su futuro
laboral, hacen las tareas de casa, hablan y juegan con sus hijos, y
organizan actividades compartidas (ver una película o las fotos de las
vacaciones, hacer un karaoke o una velada literaria,…) y tratan así de
hacer más llevadero el confinamiento a toda la familia. Dios está en cada persona que sufre, y en quien hace las cosas pensando en los demás.
Espero que estas reflexiones te hagan más llevadero este tiempo de confinamiento.
Y me alegraría mucho si te estimulan a poner por escrito tus propios
sentimientos o hacer un pequeño diario de estos días, bien solo o en
familia.
Publicado en la revista Vida Nueva
https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/diez-meditaciones-en-tiempo-de-coronavirus-mikel-martinez/
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