Jesús Martínez Gordo
“Querida Amazonía” es el
título del texto papal que ha sucedido al Sínodo celebrado el pasado mes de
octubre en Roma. Francisco, en sintonía con el famoso sueño de M. Luther King,
formula los suyos, referidos a lo social, cultural, ecológico y eclesial. Los
tres primeros han preocupado, de manera particular, a los poderes fácticos de
siempre. La denuncia de la violencia y depredación que asolan a la Amazonía es
algo que acabará afectando, más pronto que tarde, a sus bolsillos y a la
política devastadora que despliegan en aquella parte del globo. Esta tierra y
su riqueza son “nuestras” y no de “todos”, ha recordado inmediatamente J. Bolsonaro,
el presidente de Brasil.
El cuarto de los sueños,
el eclesial, ha provocado un particular revuelo. Me permito clasificar las
reacciones habidas en tres grupos: los tradicionales y, en muchos casos,
ultraconservadores; los progresistas y críticos con todo lo que no sea una
puesta a punto conciliar, sea quien sea el Papa y los incondicionales de
Francisco.
Los primeros, están
encantados con el silencio que Bergoglio ha mantenido sobre tres de las
propuestas aprobadas en el Sínodo: las referidas al pecado ecológico, a la
ordenación de curas casados y al acceso de las mujeres al diaconado (primer
peldaño hacia su entrada, con el tiempo, en el sacerdocio y en el episcopado).
No les gustan nada los tres primeros sueños, pero creen que pueden dormir mucho
mejor después de haber leído el cuarto. La presión ejercida durante meses y la
amenaza de una ruptura, vienen a decir, han surtido el efecto deseado. Se
sienten, por ello, vencedores. Sin embargo, no les acaba de convencer la puerta
que queda abierta -aunque sea en una nota a pie de página- a un nuevo rito
amazónico; muy posiblemente, no solo litúrgico. Ésa podría ser la rendija por
la que se podría colar lo ahora silenciado por Bergoglio. Por esa, y por lo que
se apruebe en el Sínodo alemán, un acontecimiento que perciben como una bomba
de relojería. Es muy posible que la suya sea, tan solo, una victoria pírrica.
El grupo de los
progresistas está profundamente decepcionado; muchos de ellos, incluso,
irritados. Francisco, dicen algunos, les tomó el pelo cuando les invitó a
hablar con libertad y a ser audaces. Ahora, se han topado con una respuesta
totalmente inesperada: un escandaloso e insoportable silencio. Para este viaje,
sostienen, no hacían falta tantas alforjas. No queda más remedio, prosiguen,
que dar la razón a quienes sostenían, al principio de su pontificado, que este
Papa marcaba a la izquierda, pero, a la hora de tomar decisiones, giraba a la
derecha. La desilusión es tan fuerte que no toman en consideración todo lo que,
por no rechazado, queda abierto y no valoran la importancia de los párrafos
introductorios de esta Exhortación, aquellos en los que el Papa asume lo
aprobado por el Sínodo cuando afirma que no pretende “reemplazarlo ni
repetirlo”. Es cierto que no ha ratificado ninguna de las tres propuestas reseñadas,
pero tampoco las ha bloqueado. Y eso, es un modo de gobernar que nada tiene que
ver con el marcadamente condenatorio y autoritativo que ha sido habitual en los
pontificados anteriores.
Los incondicionales de
Francisco están muy atareados, haciendo lo que se podría llamar “ingeniería
eclesiológica y teológico-pastoral”. Andan buscando los resquicios que permitan
mostrar que, también en esta ocasión, hay muchas posibilidades de renovación.
Nos encontramos con quienes sostienen que se ha inaugurado una nueva forma de
impartir magisterio y con quienes defienden que la aplicación del documento
papal y de lo aprobado en el Sínodo pasa por una implicación valiente y
corresponsable de las iglesias amazónicas. Y, también, con quienes justifican
este silencio papal en el temor a un cisma. Sin embargo, se les critica,
aportar semejante argumento es ignorar que dicho cisma, aunque no declarado
formalmente, es real desde hace decenios. La Iglesia, replican los
incondicionales de Francisco, no es una trainera, sino un trasatlántico. Por
eso, sus ciabogas han de ser necesariamente lentas, si no se quiere acabar
siendo un colectivo de iluminados. En todo caso, se les vuelve a criticar,
Francisco, no queriendo molestar más a la ultraderecha, ha ralentizado la reforma
de la Iglesia y ha incrementado el desencanto de muchos que, en estos momentos,
se debaten entre darle otra oportunidad o regresar al exilio interior del que
les sacó su nombramiento como Papa.
Es cierto que queda
abierta la puerta de un rito amazónico. Y, también, que las iglesias
concernidas efectuarán lecturas de la Exhortación papal que podrían ser una
agradable caja de sorpresas. Pero, guste o no, el modo de proceder de Francisco
ha alojado el Sínodo sobre la Amazonía en un limbo que se presta a todo tipo de
lecturas: las victoriosas de los conservadores; las decepcionantes de los
progresistas y las posibilistas de sus incondicionales. Supongo que el tiempo
irá poniendo cada una en su sitio. Mientras, se incrementa el número de quienes
se dirigen al Papa diciéndole: amigo Francisco “qué difícil nos lo estás
poniendo”.
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