Covid-19.
Un verdadero apocalipsis, el mayor jamás conocido por el Homo Sapiens
en sus 300.000 años de historia. Digo "el mayor", porque nunca hemos
sido tantos y porque ningún fenómeno ha tenido tanto impacto global y
mediático como este virus submicroscópico, tan pequeño que no se ve en
los microscopios.
Cuando
digo "apocalipsis" no lo entiendo en el sentido común de cataclismo,
sino en el sentido propio del término griego: "revelación".
La
apocalíptica es un talante espiritual y un género literario que
estuvieron en boga entre judíos y cristianos en una época violenta y
crítica (s. IV a.C. - s. II d. C.). Su mejor exponente es el último
libro de la Biblia cristiana llamado Apocalipsis, obra fascinante
de un profeta cristiano místico y subversivo, escritor genial, durante
la cruel persecución del emperador Domiciano, a finales del s. I. Abre
los ojos, y ve en la tragedia signos reveladores de la liberación. Y
llama a la esperanza, una esperanza paciente y activa, rebelde y
pacífica.
Miro
y abro los oídos y, del fondo de este panorama desolador, me llegan los
ecos de un mensaje general y dos particulares. El Ángel del Bien habla a
todos los pequeños y humildes de la Tierra y les dice: Nadie sabemos,
ni yo, qué será de vosotros, de vuestro país y de la humanidad entera
dentro de unos meses. Escuchadme, pues, y asumid, afrontad la
incertidumbre humilde y serenamente. En vuestro confinamiento, más
aislados y en comunión más profunda que nunca con toda la humanidad,
mantened la calma, respiremos en paz. Y cuidaos. Tan frágiles como sois y
os sentís, venga lo que venga, el cuidado personal y mutuo, solo el
cuidado, os salvará. ¡Benditas todas las cuidadoras y sanitarias!
Escuchadme bien: En la pandemia se revela la salvación. Las palabras lo
revelan: virus, en latín, significa "veneno", y en el veneno se
encuentra el antídoto. Virus significa también "jugo". Podéis convertir
el jugo venenoso en jugo saludable y sabroso de la vida, o podéis seguir
segregando y difundiendo por el planeta vuestros propios venenos –el
miedo, la codicia, la competición feroz, la prisa creciente–, mucho más
nocivos para el planeta, para los más pobres y al final para todos.
Podéis sacar lo mejor y lo peor del virus y de vosotros. "El momento
decisivo está a las puertas". En nuestras manos está, dice a todos el
Ángel de la Vida.
Abro
los oídos y escucho. Así habla Jesús, el justo condenado, el condenado
vencedor, el crucificado viviente, el Mártir, el Testigo veraz de la
Vida, a sus "siete Iglesias", a sus dirigentes primero: No os engañéis.
Ni esta pandemia ni ninguna otra depende de un Dios Supremo ni de un
Satanás maligno. Anunciad la esperanza y llamad a la responsabilidad, no
a la confesión de los pecados. Nunca me importó la culpa, sino la
sanación. No organicéis exorcismos ni novenas a santos ni a mi madre
María. No os preguntéis "cómo Dios puede permitir esta pandemia y
callar", ni decretéis indulgencias plenarias ni recéis implorando
misericordia, como si existiera un Dios que pudiera responder a tales
preguntas y otorgar o negar la misericordia según su arbitrio. La Fuente
de la Misericordia, el Espíritu de la Vida, la Llama creadora, habita
en vuestras entrañas, en el fondo de vuestro corazón, en lo más hondo de
la realidad. Dejad que brote y crezca, arda y hable, viva y recree una
nueva humanidad. Así lo hice yo.
Miro
y oigo. Los "cuatro seres animados" –todos los vivientes y el cosmos
entero– claman a los poderosos de la Tierra: No nos haréis creer que un
virus es el problema más grave. El gran problema es vuestra ambición de
poder y de riqueza. Mirad su terrible señal: 9 millones de muertos de
hambre al año, y vosotros tenéis la vacuna.
Escuchad su grito. Venceréis
al virus, pero no venceréis a la Tierra que sois y que son también los
virus. Venceos a vosotros mismos. Deponed las armas asesinas. Deponed la
codicia y el poder. Detened este ritmo asfixiante. Acatad la justicia,
la llamada de la humanidad y de la comunidad de los vivientes.
Reinventad otra economía del Bien Común y del cuidado. Promoved un
gobierno mundial justo y democrático. Convertíos y viviréis todos. Solo
juntos salvaréis la vida, pues es una.
Veo
un cielo nuevo y una tierra nueva, y un gran Arcoíris. La voz del
Espíritu resuena del fondo de la Tierra y del Cosmos infinito: No
temáis. Todos los muertos descansan en paz. Vivid en paz. Bebed gratis
de la fuente del agua de la Vida. He aquí que hago nuevas todas las
cosas. Que la Gracia y la Paz esté con todos. Ven, Maranatha.
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