Argazkia: eutsi berrituz |
Jesús Martínez Gordo
He estado dudando si
poner este título o cambiarlo por otro políticamente menos incorrecto. Al
final, he decidido mantenerlo porque refleja la manera de afrontar (y no
solucionar) las crisis eclesiales cuando, como es el caso, se constata un
manifiesto enfrentamiento entre el obispo y una parte, cualificada y numerosa,
de los diocesanos; y especialmente, en Gipuzkoa, aunque no solo allí.
No queda
más remedio que recordar el modo (tan socorrido como desgraciado) que suele
activar la curia vaticana en estas ocasiones, habida cuenta de que es muy
probable que lo veamos operativo entre nosotros. Y puede que no tardando mucho.
Contamos con un ejemplo particularmente iluminador y que, con variantes, tiene
todos los visos de que va a seguir siendo aplicado. También a nosotros,
católicos vascos, andaluces, gallegos y de otras nacionalidades.
La diócesis de Coira
(Suiza) es una de las treinta centroeuropeas que han logrado mantener el
multisecular derecho a ser consultadas para el nombramiento de un nuevo obispo.
En este caso, la Santa Sede presenta una terna de candidatos de entre los que
el cabildo catedralicio elige uno. Sin embargo, es un procedimiento que, necesitado
de actualización, no siempre ha sido respetado por el Vaticano; en particular,
durante el papado de Juan Pablo II. Concretamente, el año 1988 recurrió a una
artimaña legal: la consulta es exigible cuando la sede episcopal está vacante,
pero no es preceptiva cuando se nombra un obispo coadjutor con derecho a
sucesión. En este caso, la Santa Sede tiene las manos libres para nombrar a
quien quiera sin tener que mandar una terna de candidatos. Es el procedimiento
que empleó para designar a W. Haas como obispo coadjutor, una persona conocida
por sus posicionamientos conservadores, cerrada al diálogo y muy cercana al
Opus Dei. Pasados dos años, el 22 de mayo de 1990, fue nombrado obispo titular
de Coira.
Las protestas no
tardaron en aparecer: el domingo siguiente se hicieron sonar las campanas
durante un cuarto de hora en señal de protesta. No faltó una minoría que alabó el
coraje del nuevo obispo para afrontar la impopularidad y elogió su capacidad para
resolver la crisis por la que atravesaba la fe católica en Suiza, algo que en
su opinión se manifestaba en la práctica de la intercomunión eucarística, en la
crisis de veneración a María y en el escaso cuidado de la comunión eclesial con
el Papa Juan Pablo II. A partir de ese momento se abrió un tiempo marcado por
las decisiones polémicas, los enfrentamientos y una quiebra seria de la
comunión entre el obispo y la mayor parte de los sacerdotes y católicos de
Coira. El Vaticano se vio en la obligación de nombrar dos obispos auxiliares (1993)
con el fin de atemperar al titular. Tres años después la Conferencia Episcopal
Suiza reconocía que había fracasado “el intento de solución” con el
nombramiento de los auxiliares e indicaba que la llave para una solución pasaba
“por un cambio de personas”.
El 2 de diciembre de
1997, mons. Haas fue nombrado arzobispo de Vaduz haciendo su entrada en la
catedral el 20 del mismo mes. Era una diócesis de nueva creación que comprende
el territorio del Principado de Liechtenstein, Estado soberano entre Suiza y
Austria, con 20.000 católicos y una veintena de sacerdotes. La decisión tampoco
gustó a la mayor parte de los nuevos diocesanos ni incluso al Gobierno y al
Parlamento del Principado. El sucesor en Coira, monseñor Amadeo Grab, tuvo que
invertir una buena parte de sus esfuerzos en intentar recuperar los cauces de
diálogo rotos y en restañar las heridas de una comunión seriamente deteriorada.
Este modo de afrontar la
crisis fue calificado, de manera un tanto cruel, pero real, como “patada”,
porque se apartaba del centro mediático a una persona excesivamente
problemática: ya se sabe, lo que no aparece en la televisión, no existe (Noam
Chomsky). “Lateral”, porque se la retiraba de la presidencia de una diócesis
importante de la que forma parte uno de los centros, financiero y cultural, más
importantes del mundo (Zúrich). Y “ascendente” porque se
la promovía “a la nada” según los criterios habituales en el carrerismo
eclesiástico, aunque no solo en este gremio y oficio. Si era cierto que se le
daba un arzobispado, erigido a propósito para él, no lo era menos su
irrelevancia en el mundo católico.
Ya en su día hubo
quienes criticaron este modo de proceder: primero, porque los católicos de
Liechtenstein no tenían por qué cargar con los errores cometidos por la Santa
Sede al elegir (y “ascender”) a una persona probadamente inadecuada, además de
no ser consultados. Y segundo, porque cuando un obispo se manifestaba incapaz
de serlo, lo lógico era que no se le confiara otra diócesis, por pequeña o
irrelevante que pudiera ser.
En los próximos cinco
años se van a cambiar unos cuarenta obispos en España. Como es de prever, habrá
jubilaciones largo tiempo esperadas; no solo por quienes, canónicamente, las
tienen que solicitar. Y también “ascensos” que, en algunos casos, serán motivo
de pavoneo personal por entender que se le han premiado “sus buenos servicios”.
En otros, por no deseados, una prueba de coraje evangélico. Y, en algunos, una
“patada lateral ascendente”, es decir, alivio para unas iglesias y castigo para
otras menos reivindicativas.
A la espera de lo que
pueda dar de sí la tan esperada reforma de la Curia vaticana, no creo que, hoy
por hoy, el papa Francisco esté dispuesto a activar una “conversión” sinodal y
corresponsable en el nombramiento de obispos. Supongo que entiende -como todos
sus antecesores- que hay que cambiar la cúpula de la Iglesia, aunque sea al
precio de no contar con los católicos directamente concernidos; en este caso,
con los de Gipuzkoa y de otras diócesis. Por eso, me da que tendremos que
seguir ocupados en interpretar si los nombramientos que se avecinan son de
matriz evangélica o para el pavoneo personal o si ha habido una “patada lateral
ascendente”. Una pena.
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