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La hora del laicado. Conferencia presentación a cargo de Gabi Otalora, compartida en Igorre, Arratia, el 21 de marzo, dentro de las jornadas de Garizuma 2019 Curaesma.
La hora del laicado. Conferencia presentación a cargo de Gabi Otalora, compartida en Igorre, Arratia, el 21 de marzo, dentro de las jornadas de Garizuma 2019 Curaesma.
¿Quién es Gabi Otalora?
Gabi Otalora, laico casado,
padre de tres hijas.
Actividad
Laico de la parroquia de San
Nicolás, de Algorta – Getxo: actualmente estoy en la comisión de liturgia y en
un grupo de Biblia, así como miembro de la red Bai esan? de Cáritas
Licenciado en Derecho, máster en
Capital Intelectual y Recursos Humanos, actualmente trabajo como gerente en la Asociación contra el
cáncer en Bizkaia - AECC
Colaborador en prensa en el
Grupo Noticias (Deia, etc.), Eclesalia, Redes Cristianas y Fe Adulta. Blog
Punto de Encuentro en Religión digital.
Publicados once libros, la
mayoría de espiritualidad y ética, en las editoriales San Pablo, Mensajero
y Monte Carmelo.
El último, La revolución pendiente.
La Iglesia
vista por un laico. Prologado por Juan Mª Laboa, teólogo e historiador
experto en historia de la
Iglesia.
LA
HORA DEL LAICADO - Gabriel Mª Otalora
Conferencia
1 PLANTEAMIENTO
Los laicos y laicas tenemos mucho que decir y
hacer. Las dos cosas. Yo a lo que
aspiro con esta reflexión es a poner un
granito de arena que ayude a la
responsabilidad que tenemos frente a nuestras
dos debilidades más señaladas:
el clericalismo y la pasividad indiferente,
los grandes muros que impiden
mostrar con hechos el Reino que se nos invita
a construir, ¡entre todos y todas!,
no solo unos pocos.
A los Doce siguieron otros muchos; en el
evangelio se citan a aquellos "otros
setenta y dos" que el propio Jesús envió
de dos en dos, que no parece que eran
autoridades religiosas. Pablo de Tarso
emprendió poco después un enorme
movimiento misionero hacia Occidente hasta el
punto que se le considera el
respecto a la religión judía.
Mis palabras y reflexiones, por tanto,
pretenden sumarse a la gran cadena que
debemos tensar los cristianos para vivir la Buena Noticia entre
nosotros y con
los demás mediante el testimonio que lo haga
contagioso.
Los laicos tenemos deberes. Ya no sirve
ampararnos en que nos marginan y
consideran menores de edad, eclesialmente
hablando. El Papa Francisco
sintetiza en su exhortación apostólica Amoris
letitia, la alegría del amor, su
criterio principal de actuación para obispos,
sacerdotes y laicos de vivir con una
conciencia madura capaz de discernir la
conducta a seguir en cada caso. Y para
acertar, es preciso dejarse iluminar por Dios,
escuchar, orar. Estamos llamados a
curar y cuidar, a sanar y acompañar conforme
al signo cristiano:
-Lo primero, no hacer daño.
-Lo segundo, implicación, erradicando la
actitud de "no es asunto mío".
-Lo tercero, hacerlo con amor, a la manera de Jesús.
Lograr, entre todos, una Iglesia libre y
abierta frente a los desafíos del presente,
que no debiera estar a la defensiva por temor
a perder algo mundano: estas son
palabras del Papa, no mías.
En este contexto, es hora de reivindicar el
papel del laico que, sigue muy
postergado por el clericalismo, y
desperezarnos de una pasividad endémica que
nos cuestiona frente a las justas quejas que
formulamos buscando una Iglesia
viva en comunión participativa que ofrezca
respuestas con hechos. No es una
cuestión de clérigos, sino de todos, porque
mientras no sea así, nuestra tarea
cristiana de evangelizar está en juego. No seremos más que un pálido reflejo de
lo que podríamos alumbrar y seremos motivo de
escándalo.
Los laicos tenemos que sacudirnos pasividades, comodidades e
inhibiciones y
dedicar tiempo al compromiso activo en la comunidad
cristiana y en la sociedad.
Pero los presbíteros deben superar el control total de la
comunidad y los recelos
con los laicos para fomentar un verdadero liderazgo de
servicio.
Es cierto que no es posible hablar de un único tipo de laico
en la Iglesia,
sobre
todo en Occidente. Existe un laicado tradicional configurado
como una mayoría
silenciosa, pasiva e inhibida que hace seguidismo a la
jerarquía a la que le basta
con aceptar sumisamente la doctrina que enseña la jerarquía,
sin sospechar
siquiera que puedan tener alguna responsabilidad en la
construcción
comprometida de la comunidad o en el anuncio con hechos del
Evangelio.
Este convencimiento ha sido alentado, durante mucho tiempo,
por buena parte
de la jerarquía al construir un estilo infantil de vivir la
fe diciendo en todo
momento lo que cada uno tiene que pensar y hacer. Pero
existe también otro
laicado, minoritario pero
cada vez más significativo, suspirando por una
implicación real que pretende apoyarse en una visión más
completa del
mensaje evangélico. Son cristianos que intentan vivir su fe
de forma adulta
desde las preguntas que cuestionan la fe y la voluntad de
ser fraternidad.
Este laicado activo y comprometido está formado en su gran
mayoría por
mujeres que saben que su presencia no es debidamente
valorada ni reconocida
por la
Iglesia institución. En realidad, muchos laicos y laicas se
sienten meros
colaboradores del clero.
No obstante, existe un tercer grupo de laicos y laicas
comprometidos que
participan en los movimientos “teocon”, muy activos (hay que
admirar y copiar
su celo y entusiasmo) y mimetizados con una realidad
sociopolítica en la que
prima el materialismo consumista que nos ha secado las
entrañas y sumido en
contradicciones casi insalvables. Estos laicos no han
interiorizado la gravedad
del pecado estructural, al que se refería el Concilio
Vaticano II, el Sínodo de
Obispos de 1971 y la encíclica Caritas in veritate de
Benedicto XVI. El signo más
claro de este fundamentalismo lo vemos en la peligrosa
contradicción entre el
Evangelio y la perpetuación de una Iglesia poderosa y
acomodaticia.
Es cierto que ni el Papa Francisco puede sacudirse el
clericalismo atávico que
viene configurando la Iglesia durante siglos donde la esencia del
cristianismo es
un asunto de curas y monjas, y los fieles son el rebaño que
debe dejarse guiar
por los pastores; unos obedecen y otros mandan… Como dice
José Antonio
Pagola, de estos lodos clericales (protagonismo excesivo,
autoritarismo y
acaparamiento de casi todo por parte de ciertos
presbíteros), ha crecido una
religiosidad individualista en la que prima el cumplimiento
de ritos sobre el
compromiso solidario y ejemplar. El sentido de pertenencia
comunitaria de la fe
y la importancia de la oración a la escucha son aspectos
secundarios y sin líderes
pastorales. Todo ello impide el crecimiento maduro del
laicado ante la dificultad
de vivir iniciativas evangelizadoras.
Las consecuencias son al menos tres, y bastante graves:
a) No son pocos los laicos que, deseando sinceramente
trabajar en la Iglesia,
se
ven frenados y abandonan la comunidad o viven desalentados
en ella.
b) La comunidad se empobrece sin que seamos ejemplo para
nadie.
c) Nosotros ahuyentamos, a veces, a los que buscan
sinceramente a Dios.
¿Nos falta oración? ¿Somos conscientes de que la comunión
eclesial la crea el
Espíritu de Cristo, y de que la jerarquía no hace sino
presidirla y alentarla?
¿Creemos que el Plan -con mayúscula- no es nuestro, es de
Dios?
Nadie puede pretender acaparar al Espíritu o menospreciar o
ignorar la acción
del Espíritu en los demás. Esa es la gran tentación de una
jerarquía centrada en
sí misma: creer que el Espíritu tiene que pasar
necesariamente por ella para
actuar, dinamizar y dirigir a su Iglesia. Es la gran
tentación también del laicado
que no se compromete en las realidades que el Evangelio
señala, cuando otras
muchas personas actúan cristianamente desde su agnosticismo
o ateísmo
manifestando al Espíritu sin saberlo. Estas serán las
destinatarias de la sentencia
evangélica: "Señor, ¿cuándo te dimos de comer o de
beber"?
-
Nadie es superfluo ni
imprescindible.
La comunidad eclesial no es para sí misma, sino que está
llamada a abrirse a la
misión. Pero no somos capaces de concitar adhesiones ni
entre los nuestros.
El Vaticano II recuerda que el único título que la Iglesia ha de reivindicar
es el de
evangelizara con actitud de servicio. En una sociedad como
la actual, en proceso
de secularización y descristianización, resulta tentador
para no pocos el buscar
«refugio» en una Iglesia poderosa. Pero el Concilio señala
que se equivocan los
cristianos que "descuidan las tareas temporales"
sin tener en cuenta que la fe
obliga a asumirlas según la vocación personal de cada uno,
mediante la oración
personal y comunitaria, sabiéndonos las manos de Dios en
lugar de vivir como si
Dios estuviera al dictado de nuestros afanes, por muy
religiosos que sean.
Es falsa la división clásica que separaba a los cristianos
en dos sectores: el sector
llamado a una vida de perfección en la consagración de los
tres votos (pobreza,
castidad y obediencia), y la mayoría laical, llamada
solamente al cumplimiento
de los mandamientos de Dios como cristianos de segunda
categoría.
Todo el Pueblo de Dios es responsable de la
misión profética y evangelizadora
de diversas maneras o carismas. Todos estamos llamados a
seguir a Cristo según
el espíritu de las bienaventuranzas. No hay estados más o
menos perfectos, sino
formas diversas de escuchar y vivir la llamada al seguimiento.
El Concilio
Vaticano II supuso un antes y un después para los laicos;
sin embargo, es
palmaria la ambigüedad que suscita la Lumen Gentium
sobre nuestro papel al
dejar claro que la cura pastoral es exclusiva de los
presbíteros: somos
partícipes", solo somos una ayuda (LG 36-37) aunque
estamos llamados como
nadie a ser sal, luz, y levadura.
Los laicos parecen el equipo suplente ante la escasez de
sacerdotes. A fecha de
hoy, somos una categoría eclesial de segunda división que se
nos ha definido
más por lo que no somos (no-sacerdotes, no-religiosos y
no-religiosas) que por
lo que somos. Si no hubiese crisis sacerdotal, nuestra
participación eclesial sería
más exigua. Llama la atención el pírrico número de santos y
santas laicos cuyo
ejemplo ha merecido tal distinción. En todo caso, el
prototipo del laico
occidental es el de un cristiano desconcertado, inseguro y
escéptico de su papel.
Un laicado mayoritario que ha perdido la referencia de las
tres virtudes
teologales: la fe (por inmadura), la esperanza (por
descafeinada) y la caridad
(porque es muy difícil) que gracias a llegada de Francisco,
no ha sido el principal
signo por el que se nos reconoce. Como corresponde a un
tiempo revuelto, los
laicos no acabamos de encontrar nuestro sitio en el mundo ni
en una institución
eclesial que se resiste a dejar atrás las cuotas de poder y
de ostentación: Estado
Vaticano, títulos y dignidades, carrera eclesiástica, etc.
2 NUDO
El Papa Francisco es un profeta que quiere cambiar las cosas
para que la Iglesia
viva de manera más acorde a la fraternidad que los primeros
seguidores de
Jesús trataron de vivir tras su muerte. Estamos ante una
oportunidad de
construir un nuevo tiempo, necesariamente abiertos al
Espíritu, para ser
ejemplo de Buena Noticia. Este septiembre pasado, Francisco
ha publicado
Episcopalis Communio que
reforma el modelo de gobierno de la
Iglesia
incorporando la participación y la corresponsabilidad laical
en detrimento del
clericalismo absolutista: el sínodo de los obispos es para
escuchar al Pueblo de
Dios, afirma Francisco.
Algo se mueve frente a la llamada tradición sacerdotal que
se aferra a una
moralización exagerada y formalista y cuyo resultado ha sido
la marginación de
la tradición profética, centrada en la comunidad.
Simplificando podemos decir
que la primera gira en torno a los sacerdotes del Templo,
mientras que la
segunda lo hace sobre los grandes profetas. Todo parece
indicar que Jesús se
situó decididamente de parte de la tradición profética que
priorizaba la
evangelización del amor de Dios sobre la norma.
El Papa ya sorprendió con su Carta al Pueblo de Dios,
publicada en verano en
plena crisis de la pederastia norteamericana, denunciando al
clericalismo, el
elitismo y el autoritarismo eclesial, da igual si es
promovido por los clérigos o los
laicos, porque favorecen los abusos en la Iglesia. Y ponía en el
nivel de gravedad
primero al abuso del poder del que luego se desprende el
abuso sexual. El Papa
llega a afirmar que el clericalismo es autoritarismo.
En el Antiguo Testamento los tres tipos de mediadores entre
Dios y su pueblo
eran el sacerdote, el profeta y el rey. A
partir de Cristo, Él es el gran mediador y
maestro que reúne en su persona a los tres: Sacerdote,
Profeta y Rey. Y quienes
recibimos el bautismo somos proclamados como tales ante el
obispo cuando
nos confirma los tres derechos y deberes evangélicos
adquiridos por el
bautismo: testimonio, misión y servicio.
Es importante insistir en que los primeros tiempos de la Iglesia no hubo clero ni
laicos. De hecho, no existe tal terminología en el Nuevo
Testamento. Lo que
reinaba entonces era un gran clima espiritual y
evangelizador entre los
bautizados que, como personas de fe (fieles) que vivían en
una unidad activa y
participativa, se esforzaban en vivir como una verdadera
comunidad eclesial en
medio de las lógicas tensiones culturales y humanas. Sus
miembros se sentían
unidos -ellos y ellas- en la misión evangelizadora que
obligaba a todos por igual
a partir del mandato del amor fraterno y desde la sincera
humildad que Pablo
recomendaba en su Carta a los Efesios.
Sobre la distribución de los dones del Espíritu nada indica
que estuvieran
repartidos solo entre los varones. Todo creyente hombre o
mujer, judío o gentil,
esclavo o liberto, recibía y recibe los dones que lo capacitan
para según el
modelo del mandamiento de la Última Cena. San Pablo y el
libro de los Hechos
de Lucas revelan una Iglesia en la que todos hacen su
aportación ministerial a la
comunidad para continuar la Misión del Maestro. Juan
Pablo II utilizó por
primera vez el término "corresponsable", pero
hasta Benedicto XVI no se
menciona oficialmente la corresponsabilidad de todos los
miembros del Pueblo
de Dios.
No fue un camino fácil el de los seguidores de Cristo con
las autoridades y
grupos sociales judíos que vieron, de repente, como su
ancestral manera de ver
la religión de Yahvé se transforma en un nuevo polo de
referencia difícil de
aceptar: los seguidores del hijo de un carpintero de Nazaret
predicando una
nueva manera de ver la religión, con actitudes contrarias a
muchos preceptos
milenarios defendidos por la aristocracia sacerdotal.
Nuestro mensaje no es Buena Noticia para demasiadas personas
ni los poderes
de hoy se sienten incómodos con el ejemplo evangélico en el
Primer Mundo,
fuera de Francisco y pocos más. Me parece importante
recordar las reflexiones
de Joseph Ratzinger, cuando ni soñaba ser Papa y molestaba
al Santo Oficio
inquisitorial. Para el Ratzinger de mediados del siglo XX, la Iglesia tiene que
renunciar a muchas cosas que le habían transmitido seguridad
y en las cuales
confiaba. Tenía que demoler baluartes muy antiguos y confiar
solamente en la
protección que le ofrece la Fe. Esta llamada a
derribar lo que lastra a la
Iglesia
fue un anticipo de la novedosa orientación eclesial que
abriría el Concilio
Vaticano II y que Francisco trata de mantenerla en la buena
dirección. En 2009
tuvo la valentía de escribir que las dificultades mayores no
son externas: "La
Iglesia se ha convertido para muchos en el obstáculo
principal para la fe".
Ya hubo antes destellos en esta dirección en el siglo XIX y
cuando Pío XII
proclamaba (1946) que los laicos no sólo pertenecen a la Iglesia, sino que “son
iglesia” frente a considerarlos solo como una "masa de
destinatarios y clientes
de la acción pastoral (de la Jerarquía), a lo sumo
como una fuerza auxiliar". En
este sentido, el Vaticano II supuso una gran novedad al
subrayar la unidad de
carismas: ambos polos -jerarquía y laicado- forman un solo
pueblo, sacerdotal y
profético intentando superar el clásico binomio sacerdotes
religiosos-laicos en
favor del de comunidad (unidad)-ministerios (diversidad). Se
reitera que somos
Iglesia, no solo que pertenecemos a ella, pero se quedó a
medias.
Este Concilio define a los laicos en negativo, es decir, los
que no han recibido un
orden sagrado y los que no están en estado religioso. Y dejó
en el aire la
consideración de la mujer a la luz del Evangelio. El Papa ha
expresado que "la
Iglesia es femenina" ante el reto de afrontar la
realidad de la mujer en la
Iglesia
En esto, el Papa camina más despacio que en otros temas.
Mujeres teólogas
laicas, madres de familia, contemplativas, religiosas
comprometidas, mujeres de
parroquia, o feligresas simplemente de misa dominical... su
situación eclesial no
refleja la realidad de cómo les trataba Jesús, sin
considerarles en minoría de
edad a pesar de aquella sociedad. Son muchos siglos
desdichados para ellas en
todos los órdenes. Y a pesar de todo, la mayor parte de
quienes participan de la
vida de la
Iglesia son ellas, mujeres laicas.
Pablo encuentra a cristianas en sus lugares de misión y él
las respeta, a la vez
que reconoce y admira su labor. En Filipenses, Pablo llama
colaboradores
(synergós) indistintamente a hombres y mujeres; a
Febe le llama "diaconisa" o
"presidente" de la iglesia de Cencreas (Rom 16).
Los prejuicios androcéntricos
han intentado rebajar la importancia paulina de la mujer
pero "Ya no hay
hombre ni mujer porque todos vosotros sois uno en
Cristo." Gal 3, 28.
Conocemos incluso la existencia de ministerios femeninos en
las comunidades
cristianas. En nuestro santoral, sin ir más lejos, tenemos
27 diaconisas: santas
Tatiana, Susana, Justina, Irene...
Como afirma el biblista Xabier Pikaza, Jesús no quiso
sacralizar la sociedad
patriarcal de su época sino que puso en marcha un movimiento
de varones y
mujeres en contra de la actitud de los rabinos, que no
admitían a las mujeres
en sus escuelas. Nos han contado poco, de lo que suponía
social, legal y
religiosamente que Jesús acogiera, escuchara y dialogara con
ellas; al final,
fueron las más ejemplares discípulas incluso en la prueba de
la Cruz, cuando
los
varones abandonan al Maestro desde la experiencia de un
Jesús profundamente
inclusivo. En los relatos de la Resurrección queda
claro que ellas son las testigos
privilegiadas en los cuatro evangelios. Como señala Ermes
Ronchi, únicamente
entre las mujeres no tuvo enemigos Jesús.
3 DESENLACE
La iglesia pueblo de Dios, laicado incluido, tenemos que
hacer creíble la
presencia de Dios en el mundo. Algunas conclusiones:
1ª- DOS IGLESIAS. Coexisten "dos Iglesias" por la
tensión inveterada entre lo que
llamamos Iglesia Pueblo de Dios y la organización eclesial
que trata al laico
como menor de edad otorgándole un papel residual,
instrumental. Ambas son
“la Iglesia”,
pero la institución debería estar claramente al servicio de la primera
por ser comunidad a) inspirada por el Espíritu b) que vive
la experiencia de
salvación, 3) ha recibido la fe y 4) tiene una misión
encomendada. La institución
es necesaria y siglo a siglo se ha ido construyendo para ser
operativos y eficaces
a medida que las comunidades locales crecían y se requerían
otras estructuras
para interrelacionarse y gobernarse adecuadamente, unidos en
lo esencial. Lo
cierto es que la jerarquía actúa como si fuese algo diseñado
y exigido por Dios,
ignorando el modo de proceder y la actitud de Jesús ante
aquella desmesura
omnipotente del Templo.
El cardenal Suenens ya afirmó hace 50 años que criticar a la Curia como sistema
(pecado estructural) no es criticar a la Iglesia ni al papado. Algo
parecido
denunció Jesús al advertir la subversión del mensaje por
aplicar con desmedida
las formalidades y ritos en aquella sociedad teocrática
judía se había
transformado en un instrumento de poder y de injusticia
social ¡en nombre de
Dios!, acompañada por los notables, saduceos y los seglares
poderosos de
entonces.
2ª- EL CLERICALISMO. El Papa Francisco señala que “Uno de
los peligros más
graves de la
Iglesia de hoy es el clericalismo” al tiempo que les animó a
los
religiosos a trabajar con los laicos. Yo creo que la
aparente necesidad de una
teología específica del laicado, debería dejar paso a una
buena teología de la
Iglesia Pueblo de Dios donde la unidad y la diversidad hacen
la verdadera
comunión, no la uniformidad y el poder. Pagola es de la
opinión que Dios nos
está llevando a una Iglesia no clerical como un gran paso
hacia una Iglesia más
evangelizadora que pide apartarnos voluntariamente del poder
humano
abrazando la responsabilidad del servicio en lugar de la
superficialidad.
La concepción clerical eclesial como modelo de poder
considerado sagrado y de
origen divino, mató a Jesús por denunciar las apariencias
hipócritas y centrar la
relación con Dios menos en la misericordia que en la
denuncia del pecado. San
Ambrosio dijo que donde haya rigor y severidad, tal vez haya
ministros de Dios,
pero no está Dios. O dicho de manera más rotunda, en
palabras de Simone
Weil: anteponer la ley a la persona es la esencia de la
blasfemia.
Clericalismo como conducta desviada del clero para tratar de
favorecer sus
intereses institucionales y materiales e incrementar su
poder. El dividir el
rebaño del Buen Pastor drásticamente entre los ministros
ordenados (clero) y
los no ordenados (laicos) ha conseguido que la gran mayoría
de fieles se haya
convertido en seres pasivos e indiferentes a la
evangelización: freno a la
participación y freno al compromiso. Una cosa son los
carismas y otra esta
radical diferenciación entre los que mandan y quienes
obedecen desde su
pretendida superioridad y autoridad jerárquica con la que
dominan a sus
feligreses y se encargan de pensar por ellos. Pero ahora, el
clero también está
en crisis además de la evangelización.
3ª- EVANGELIZACIÓN. Es lo esencial y muestro Mensaje lo
tiene todo. La Iglesia,
recordémoslo siempre, no es un fin en sí misma sino que
existe por la misión
inclusiva común que tienen laicos y clérigos: evangelizarnos
y evangelizar, es lo
mismo que ser testimonio de la Buena Noticia para
mostrar la conexión entre el
evangelio y la vida. Jesús de Nazaret no se cansó de serlo
para todos y en todos
los momentos, sufrientes y alegres mediante el compromiso de
su Mensaje. Por
eso las principales autoridades religiosas y algunos
seglares poderosos se
pusieron frontalmente a la novedad que encarnó Jesús. Por el
calado social que
concitó le mataron para que todo siguiera igual. Por esto
mismo, Francisco tiene
tantas dificultades para hacer presente lo esencial del
Evangelio entre la
jerarquía eclesiástica.
Jesús ya avisó: "Por sus hechos los conoceréis",
no por sus carismas espirituales
ni las responsabilidades organizativas. Nuestro drama es que
el Dios de la fe y el
Dios de la religión se han alejado porque la Iglesia debe evangelizarse
primero a
sí misma si quiere conservar su frescura y el atractivo para
vivir la Buena Noticia.
Es cierto que el Vaticano II no deja dudas en la llamada
“participación del laico
en la misión de Cristo" pero sin que exista un texto
conciliar que exponga
sistemáticamente la participación de los fieles laicos,
dejando las cosas, en este
tema, casi como estaban desde la apología del ministerio
ordenado que impuso
el Concilio de Trento al entender dicha participación como
algo casi exclusivo
del mundo clerical. Al menos, es la hora de la restauración
del diaconado para
las mujeres como existe en las lglesias de Oriente y
Occidente.
4ª- FALTA DIÁLOGO. Esta urgente revisión del seguimiento a Cristo desde la
renovación interior no vendrá a golpe de normas. Antes, es
preciso dialogar
entre nosotros... y también con Dios, pero de otra manera
más humilde. Como
ha recordado el cardenal Omella, Francisco, al igual que
Pablo VI en su día, cree
prioritaria "una Iglesia de diálogo" sin
imposiciones previas ya que, "cualquier
acción evangelizadora precisa el anuncio y el
testimonio".
Echo en falta un diálogo que no sea de sordos. En cualquier
empresa se reúne la
gente para analizar la realidad y tomar decisiones.
Reflexionar para reaccionar.
Los llamados planes diocesanos de evangelización, por
ejemplo, se pensaron
como la culminación de una reflexión dialogada global,
necesaria, pero es
evidente que han perdido fuelle ante las fuertes
resistencias a los cambios de
rumbo reales.
Se echan en falta nuevos espacios de encuentro profundo y
sincero entre las
jerarquías eclesiásticas y el mundo seglar de la Iglesia. Y sigue
faltando espacios
de oración para darle al Espíritu el protagonismo que le
hemos quitado.
Mientras tanto, muchas personas ansían creer pero temen
acercarse a la Iglesia
por temor a ser adoctrinados con respuestas enlatadas en
lugar de ser acogidos
en su necesidad y con amor.
Convivimos varios estilos de católicos en la Iglesia, con mentalidades
muy
diversas que no se ponen de acuerdo en lo esencial. Como
dice Juan Mª Laboa,
la tentación principal es atrincherarse en las normas o en la
tradición con el fin
de librarnos de ser generosos, creativos, radicales, en la
expresión de fe. Diálogo
sobre qué esperan los clérigos de los seglares, y sobre qué
esperan los laicos de
los clérigos y de la jerarquía misma, y sobre lo que el
mundo espera de la
institución eclesial que lleve a la práctica con eficacia
los designios del Espíritu:
anuncio y denuncia profética, ejemplo, acogida,
actualización del papel de la
mujer religiosa y laica, en fraternidad solidaria con todos.
Abandonar, en fin, el
discurso de sentirse santamente perseguidos cada vez que
llegan críticas por las
contradicciones y los escándalos.
Diálogo fraterno con Inteligencia emocional e Inteligencia
espiritual; nuevos
lenguajes y mejores prácticas de evangelización,
participación y responsabilidad
en permanente conversión para resolver dicotomías tales como
Institución-
Comunión, Estructura-Mensaje, Poder-Carisma,
Jerarquía-Pueblo, Sacerdote-
Laico, Varón-Mujer… Lo que realmente está en crisis es la
conversión. Europa ya
es país de misión, porque necesita redescubrir el estilo
evangélico para
interpretar y vivir todas las normas desde el amor, como
hizo Jesús con el
Pentateuco. Unidos que no uniformes porque, si no, Dios nos
hubiese hecho a
todos iguales en una cadena de montaje.
Diálogo con los jóvenes, a los que la Iglesia institución ha
perdido en buena
parte, por un alejamiento sin paliativos. La Iglesia católica no
convence a los
jóvenes porque, en general, no se presta atención a la
realidad en la que viven.
La doctrina está alejada de los desafíos e inquietudes de la
juventud. La
jerarquía está anquilosada y no sabe comunicarse con ellos,
según algunas de
las conclusiones de la encuesta que los obispos españoles
han encargado en
2017 para preparar el Sínodo de Obispos en 2018 en Roma, y
cuyos datos dejan
mucho que desear, incluso entre los más optimistas.
Más de la mitad de los jóvenes que trabajan en proyectos
pastorales de la
Iglesia española, afirma que la Iglesia "no les
comprende", y casi dos tercios
denuncian que su opinión "no se tiene en cuenta"
porque su visión de la fe está
alejada de la doctrina oficial y pasa por una institución
que "tenga una actitud
de cercanía y apertura hacia el mundo de hoy",
"tolerante, dialogante y que
acepte las diferencias". Los jóvenes no cristianos,
hace tiempo que viven de
espaldas a la
Iglesia y a lo que esta representa: la Buena Noticia.
RESPUESTAS
Tener autoridad viene de augeo, que
significa hacer crecer. Es influir para que
los demás crezcan. El mismo San Pablo le
recuerda a Apolo que si alguien tenía
motivos para legitimar una superioridad espiritual era él.
Pero lo hace
recordando que no haya dos niveles o categorías: “No cuenta
ni el que siembra
(Pablo) ni el que riega (Apolo), sino Dios que es quien hace
crecer”.
Para ser creíbles como Iglesia, debemos salir del
amansamiento que elude
tantas injusticias escondidos tras nuestras costumbres
eclesiales para librarnos
de ser generosos y creativos. Si los laicos y clérigos no
somos un signo del amor
que Dios nos tiene a todos, no seremos de interés para nadie
y serán entonces
los que trabajan por una sociedad más compasiva y fraterna
los que serán
creíbles: "El que no está contra nosotros, están con
nosotros" (Mc 9, 39-40).
Cuando un sistema no deja respirar al evangelio ni facilita
visualizar los valores
positivos que la Iglesia sí aporta a la
sociedad, no cabe sino la conversión. El
fariseísmo y la falta de compasión fueron las dos conductas
que menos gustaron
a Jesús. Tampoco imaginó a los suyos como un grupo cerrado
preocupado de
cuidar su religión. Nunca es tarde para construir el Reino
sin olvidar de hacerlo
también de puertas adentro, superando el miedo a vivir en el
amor. Johann
Baptist Metz, discípulo de Karl Rahner, recordaba que “La
primera mirada de de
Jesús no se dirigía al pecado de los otros, sino a su
sufrimiento”; y que “El
pecado era para Jesús negarse a tener compasión ante el
sufrimiento de los
otros”, cosa que el clericalismo olvida frecuentemente,
afirmo yo.
Se trata de vivir la Iglesia de con una perspectiva diferente a los
rangos de poder
que ya en tiempos de Jesús ocultaba el verdadero rostro del
Padre. El binomio
"jerarquía-laicado" debiera ser superado por el
binomio "comunidad-
ministerios": unidad en la diversidad de los servicios.
La categoría "Jerarquía-
laicado" supone una brecha desde la relación de
superioridad de unos sobre
otros mientras que en el binomio "comunidad-carismas y
ministerios" supone
algo más que un simple traslado de acentos ya que pasa de un
modelo piramidal
y jerárquico a una Iglesia de comunión donde el Espíritu es
visto como el gran
protagonista que nos impulsa, transforma y da frutos a
través nuestro.
La
Iglesia entera repensada en hermandad, más
inculturizada y no tan
eurocéntrica y romana. En este sentido, Juan XXIII inició un
retorno a las fuentes
de la fraternidad universal en un mundo que ya se avecinaba
plural, Pablo VI
tocó la médula del problema al recordar que se escucha más a
los testigos que a
los maestros, y se sigue mejor al ejemplo que a lo mandado.
Si los maestros son
escuchados es porque dan ejemplo, no por ser maestros. El
reto pendiente es la
creación de un nuevo marco eclesial participativo siguiendo
el modelo de Jesús
de relación entre Dios y el ser humano que trastoca la
imagen de un Dios juez y
castigador al mostrar la verdadera caridad, el amor que hoy
parece secundario
incluso intramuros eclesiales. Ya no sirve una Iglesia
autoritaria y triste que se
reconcentra en el templo y las normas para administrar
poder, tan extraño al
evangelio. Sin
embargo, callamos más de la cuenta y rezamos mal y poco.
Hay que gobernar la Iglesia de otra forma ¿Cuál? Colegialidad es la
palabra, con
un gobierno más horizontal presidido por la auctoritas moral.
"Hay que salir de
este centralismo de poder, que no tiene nada que ver con el
centro”. Son
palabras del cardenal alemán Kasper en 2013. El Papa quiere
que el laicado esté
presente en todos los niveles de la administración de la Iglesia, y se nota en los
nombramientos laicales que está haciendo. Pero hay que
desmontar errores
como considerar el cardenalato como orden superior al
episcopado; o que
jerárquicamente un sacerdote cardenal es superior a un
obispo no cardenal.
Lo grave es que siguen sin abrirse las puertas legales a una
participación laical
real y madura en las instituciones eclesiales. No es
entendible que no se
permitan mujeres en las instituciones eclesiásticas pero sí
en el monacato
femenino con la posibilidad de gobierno, de dirección
espiritual, de predicación
y de enseñanza doctrinal. El Concilio no cerró bien este
tema por lo que
necesitamos un impulso en la promoción de los laicos que
posibilite nombrar
cardenales laicos,
hombres y mujeres.
Es un problema legal, de normas y de Código canónico, que
preserva a la Iglesia
como estructura piramidal e impide un compromiso mayor de la
mujer y del
laicado, con mentalidad clericalista que abunda sobre todo
entre el clero joven
y en demasiados seglares.
Se trata del Plan de Dios, no del plan del Vaticano ni de
sus rectores, tampoco
del laicado, como parece que a veces se nos olvida. Pero
otra Iglesia es posible
con un lenguaje creíble que entienda todo el mundo, a la
manera del Papa
Francisco, con signos renovados de humildad, caridad y
esperanza que conectan
con el Reino de Dios y su justicia.
Ante la evangelización necesaria, Pagola no cree una
casualidad que se hable en
primer lugar de la curación en forma de convivencia más
justa y solidaria; curar
las relaciones humanas haciéndolas más fraternas; curar
patologías religiosas
poniendo la religión al servicio del ser humano; curar la
culpabilidad ofreciendo
el perdón gratuito de Dios; curar la relación entre varones
y mujeres
restaurando la igualdad; curar el miedo a la muerte desde la
confianza en
Dios.... A través del amor a necesitado, cuántas personas
ateas nos sacan los
colores por su capacidad de amar. Ellas son las
destinatarias de las palabras de
Jesús: ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer,
cuándo te vimos
como forastero y te acogimos?
Acabo ya. El aspecto doctrinal no fue el decisivo en los
orígenes cristianos. Lo
que atraía era su estilo de vida y las comunidades por la
capacidad de acogida e
integración. Y tanto ayer como hoy, los hechos que
construyen el Reino de Dios
se hacen con bondad, amor y ternura. Sanan. Solo las obras
de amor son dignas
de fe, afortunada expresión axiomática de H. Urs von
Balthasar. Por eso, creo
que no hay que abogar por una teología del laicado, sino por
una teología del
Pueblo de Dios. A nuestra Iglesia le vendría bien escuchar:
“¿Habéis pescado
algo después de estar trabajando toda la noche?”. Porque lo
que es trabajar, se
trabaja, pero la pregunta es si lo hacemos en la dirección
adecuada.
Eskerrik asko!
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