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viernes, 6 de septiembre de 2019

Objetivo posvacacional

Gabriel Mª Otalora

Yo soy de los que me gusta cerrar los años después del verano, como los cursos escolares. Me acostumbré en mis años de estudiante y, a pesar de que los objetivos empresariales tienen el formato de enero a diciembre, interiormente mantengo mi particular esquema. Y este año, quiero potenciar un objetivo como reto. Me refiero a ser capaz de rezar más y sobre todo mejor. Es uno de los puntos frágiles de los cristianos del Primer Mundo frente a la importancia que la oración tuvo para Jesús.


Creo que la oración se ha convertido en algo secundario que dedicamos poco tiempo al cabo del día y de manera superficial no pocas veces. El silencio y la introspección han sido relegados por una coctelera de pensamientos y sensaciones que nos dominan en cuanto pretendemos generar un espacio para el encuentro con Dios. Nos gustaría rezar más pero nos justificamos con el ritmo socio-laboral que reduce nuestro tiempo necesario para parcelas vitales como la familia y el mismo Dios.


Por otra parte, sentimos que algunas oraciones que conocemos ya no nos dicen casi nada. La propia Misa, cuando asistimos, tampoco nos comunica demasiado al percibirla como una manifestación rutinaria, triste, en la que no tenemos actitud de participar en una celebración. Nos da vergüenza hablar de nuestra práctica -escasa- de oración, como si fuera cosa de otro tiempo más que del siglo XXI. Dios mismo se ha vuelto un poco prescindible, sin espacio en la sociedad, en la educación ni en la familia. Para colmo, entre los mayores valedores de la oración se significan los sectores más conservadores de la Iglesia con fórmulas y propuestas más formales que ejemplares.

A pesar de todo, a veces sentimos la necesidad de Dios, más allá de los momentos de zozobra en medio del secularismo laicista y un materialismo que lo envuelve todo en una indiferencia religiosa de la que es difícil escapar. Pero Dios sigue llamando sin descanso y sentimos su anhelo, la necesidad existencial de comunicarnos con Él y abrirnos a su presencia sanadora.

A partir de aquí, comparto algunas premisas que espero me ayuden a incrementar la calidad y cantidad de mi oración:

1 – Orar es una experiencia de fe que como tal está sustentada en el saber más que en el sentir. Si solo nos refugiamos en las sensaciones perdemos muchos puntos referenciales de la presencia activa de Dios.

2 – Si rezo adecuadamente, debo encontrar a Dios en mi interior lo que me llevará inevitablemente al compromiso con el prójimo. Esto significa que la oración con Dios debe ser un Tú-yo que debe confluir en un Tú-nosotros. Venga a nosotros tu Reino, danos el pan de cada día…

3 – Orar es abrirse a la escucha de Dios. En realidad, es algo más que un acto concreto; más bien se trata de un proceso que dura toda la vida, con sus vaivenes y recaídas. Es un camino de transformación en la medida que escuchamos y actuamos.

4 – Dios es quien toma la iniciativa siempre, pero requiere de una predisposición concreta de nuestra parte que deje espacio para su Presencia. Mitad apertura, mitad introspección para entrar en relación con quien es la fuente de todo Amor.

5 – Orar es dejarse amar por Dios. Lo que significa, al menos para mí, que el verdadero poder de la oración es que nos enseña a amar mejor si rezamos bien. Santa Teresa de Jesús decía que rezar es una manifestación de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama.

6 – Jesús -y los grandes profetas- critica la oración que no va acompañada del deseo sincero de cumplir la voluntad del Padre: “No basta decir: ¡Señor, Señor! para entrar en el Reino de Dios; hay que poner en obras la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7,21).

7 -La oración más importante es el agradecimiento a Dios, la acción de gracias. ¿En qué hemos convertido la Eucaristía, que no puede ser otra cosa que una alabanza entusiasta y hermanada por la admiración hacia aquel que ha realizado maravillas increíbles?

8 – La oración es lo contrario del temor. Si Dios es todo Amor, no puede imperar el miedo en nosotros. Pensemos en un hijo que tiene miedo a su padre, que nos tiene miedo como padres… Creo urgente reivindicar la actitud de confianza en Dios como expresión genuina de nuestro credo evangélico.


9 – Rezar no es fácil porque la oración fluida no aparece como por arte de magia. Las relaciones de amistad necesitan tiempo para desarrollarse y esfuerzo para mantenerse. Y como cualquier otra relación, la amistad entre Dios y sus criaturas ha de madurar y mejorar despacio, a medida que dejamos sitio para su gracia y aceptamos sus tiempos con humildad.


10 – Humildad, confianza y perseverancia. Lo escuchamos muchas veces en el Catecismo pero me parecen las tres actitudes esenciales para ponernos en marcha. El resto lo pondrá el Espíritu. Insistir siempre, sin desfallecer.

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