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viernes, 1 de junio de 2018

El hombre cooperativo: Joxan Rekondo

Alba Sagastiren irudia
Hace unas pocas semanas se estrenó la película El hombre cooperativo, dirigida por Gorka Urresti, que viene a narrar la vida y la visión de José María Arizmendiarrieta, promotor del movimiento cooperativo. La visión que se ofrece de la vida del mismo es tremendamente humana, de apertura y predisposición hacia los demás, y refleja el desapego a las comodidades mundanas que caracterizó su vida.


Desde su modesta condición de solo y siempre sacerdote, representa el espíritu vivo de un movimiento social transformador que hoy tiene resonancia mundial. Transformación social que, como resalta Joxe Azurmendi en el mismo documental, únicamente puede hacerse desde abajo y sin esperar al Estado, por medio de la acción que surge desde la propia comunidad, al haber fracasado en su versión de socialismo desde arriba.
 Al hilo de lo que nos sugiere el filme de Urresti, procede que nos preguntemos por la fortaleza actual de la acción que surge de la comunidad. Y por la posibilidad de recuperar la pujanza e innovar esa capacidad de acción para ponerla al servicio de la transformación social, en el marco de un Herrigintza potente.

Contra esta pretensión, se dice que el marco cultural que se ha hecho dominante se inclina hacia el individualismo. No es, además, una cultura que promueva un tipo de individuo que se hace cargo de sí mismo, sino que predomina un individualismo dependiente, a la espera de que sean otros -agentes del mercado o del Estado- los que provean de los bienes y servicios necesarios para su existencia y bienestar.

Hemos de reconocer que la cultura que podría identificarse con la generación de Arizmendiarrieta se ha debilitado. Sin embargo, no hay razones para pensar que un enfoque menos dependiente de tutelas dominicales o públicas y más comunitario puede ser menos eficiente en la respuesta a las necesidades sociales de las personas, en su doble vertiente individual y grupal. De hecho, esta perspectiva realzaría el valor de la participación directa desde la misma base social, entendiendo que la centralidad de las personas solo puede mostrarse desde la plena capacitación de estas como sujeto activo principal de su propia autorrealización en todas las esferas de lo social.

Desde su modesta condición de ‘solo y siempre sacerdote’, Arizmendiarrieta representa el espíritu vivo de un movimiento social transformador que hoy tiene resonancia mundial
En este sentido, cabría reinterpretar el auzolan o trabajo en vecindad para darle un significado más moderno, que sea socialmente integrador, pero no a partir de estrategias sustentadas en derechos absolutos, sino en base a obligaciones sociales compartidas o a una extensión de la cooperación que contrapesen esa cultura de derechos en las comunidades de vida (hogares, vecindades, empresas, …) que compartimos.

A partir del principio comunitario puede comprenderse también la identificación inseparable entre comunidad humana y ecosistema, a través del vínculo de la persona con el territorio concreto en el que está enraizada. O que la consideración del acceso y disfrute de los bienes económicos esté fundamentalmente asociada a los factores de trabajo y servicio que proporcionan al bien común -entendido como bien de todos y de cada uno- más que a la titularidad de la propiedad.

La revolución diaria que postuló Arizmendiarrieta está plenamente vigente. Hoy también hay que saber “actuar en el ámbito de las posibilidades sin renunciar a los ideales”. Así, cada acción, por pequeña que sea, que podemos realizar en cada uno de esos ámbitos donde convivimos, es revolucionaria. Acciones que se pueden emprender en el ámbito de la educación, de la cooperación empresarial, del barrio o del municipio, de las instituciones sociales o políticas… Son pequeños compromisos que están al alcance de todos. Ahí es donde hemos de mostrar que somos capaces de ejercitar autogobierno y responsabilidades.

La mejora de la condición humana solo puede provenir del impulso de personas y comunidades, desde la base social en la que se vive unas responsabilidades compartidas que se aplican a las tareas cotidianas de la vida. “Inork emotekoari edo egindakoari begira dagona iñoren mende dago, naiz erri edo gizon soil” es otra expresión arizmendiana que representa esta idea de autogobierno personal y colectivo. En esta se manifiesta la esencia del principio de subsidiariedad. Este es el auténtico significado de la hoy tan popularizada idea del gureeskudago, que nos habría de valer para extenderla en la práctica social del día a día.

Estamos obligados a hacer todo lo que podemos hacer, aunque podamos esperar la ayuda de instancias sociales e institucionales, obligadas a su vez a darnos auxilio en aquello que no podemos hacer nosotros solos. Es un principio que puede aplicarse a todas las dimensiones de la vida social -gobernanza y participación públicas, relaciones vecino-comunales y actividades económicas- y que podemos integrar en un paradigma que catalice al máximo nuestras energías sociales al servicio de un proyecto convivencial común.

La elevación de la condición humana no es cosa de élites y vanguardias que tutelen la vida social. No hay más remedio que bajar para elevarse. Así es, hay que bajar a los lugares donde vivimos la cotidianeidad para elevar las condiciones morales y materiales de la existencia humana, que solo pueden alcanzar toda su potencialidad cuando se establecen, de manera libre y participativa, por las mismas personas que están afectadas por ellas. Esta es una de las lecciones esenciales que podemos extraer del legado que nos deja la generación de Arizmendiarrieta.

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