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martes, 30 de mayo de 2017

El Papa: quien despide y deslocaliza no es un empresario, sino especulador

Las respuestas de Francisco en el diálogo con los trabajadores de la Ilva: citó el primer artículo de la Constitución italiana: «Podemos decir que quitarle el trabajo a la gente o explotar a la gente con trabajo indigno o mal pagado es anticonstitucional», leemos en Vatican Insider.



Quien despide y deslocaliza para tener más ganancias no es un buen empresario, es más no es un empresario sino un especulador. Lo dijo Francisco durante su primer discurso en Génova, en un padellón de la acerería italiana Ilva. Los empleados en la actualidad son 1550 (hasta hace algunos años eran más de 3000), y cuatrocientos de ellos reciben salarios recortados. El desafío que el sector de la siderurgia debe afrontar es el de mantener y conquistar nuevas cuotas de mercado, pero tratando de que la producción de acero sea compatible con el medio ambiente. En este ámbito se están obteniendo algunos resultados. La clausura de uno de los mayores hornos ha permitido que la producción sea sostenible desde el punto de vista ambiental. Pero se necesitan más inversiones para completar la fase de limpieza de la estructura.

El empresario Ferdinando Garrè, del Distrito Reparaciones Navales, le pidió al Papa una palabra «que nos consuele y nos anime frente a los obstáculos con los que nos topamos nosotros los empresarios todos los días».  

Es la primera vez que vengo a Génova, y estar tan cerca del puerto me recuerda de dónde salió mi papá, y esto me emociona, una gran emoción. Gracias por su acogida. Yo conocía las preguntas y he escrito algunas ideas para responder y también, con la pluma en la mano, para tomar alguna cosa que se me ocurra en el momento para responder. Pero estas preguntas sobre el mundo del trabajo, quise pensarlas bien, para responder bien, porque hoy el trabajo está en peligro. Es un mundo en el que el trabajo no se considera con la dignidad que tiene y que da. Por esto, responderé con las cosas en las que he pensado, algunas que voy a decir en un momento. Hago una premisa una premisa. La premisa es: ¡el mundo del trabajo es una prioridad humana! Y, por lo tanto, es una prioridad cristiana, una prioridad nuestra, y también una prioridad del Papa, porque está en ese primer mandamiento que Dios dio a Adán («Ve, haz que crezca la tierra, trabaja la tierra, domínala»). Siempre ha existido una amistad entre la Iglesia y el trabajo, a partir de Jesús, trabajador, en donde hay un trabajador ahí está el interés y el amor del Señor y de la Iglesia. Creo que es claro. Es muy bella esta pregunta que viene de un empresario, de un ingeniero; en su manera de hablar de la empresa surgen las típicas virtudes del empresario. Como esta pregunta la hace un empresario, hablaremos de ellos. La creatividad, el amor por la propia empresa la pasión y el orgullo por la obra de las manos suyas y de los trabajadores, el empresario es una figura fundamental de una buena economía. No hay buena economía sin buenos empresarios. Sin su capacidad de crear, crear trabajo, crear productos, en sus palabras se siente también el afecto por la ciudad. Y se entiende esto. Por su economía, por la calidad de las personas, de los trabajadores y también por el ambiente, el mar. Es importante reconocer la virtud de los trabajadores y de las trabajadoras . Su necesidad de trabajadores y trabajadoras de hacer el trabajo bien, porque hay que hacerlo bien. A veces se piensa que uno trabaja bien solo porque se le paga. Esta es una grave desestimación del trabajo y del trabajador. Porque niega la dignidad del trabajo, que comienza justamente con trabajar bien, por dignidad, por honor. El verdadero empresario, trataré de trazar el perfil del buen empresario: conoce a sus trabajadores, porque trabaja a su lado, con ellos, no nos olvidemos de que el empresario debe ser antes que nada un trabajador. Si él no tiene esta experiencia de la dignidad del trabajo, ¡no será un buen empresario! Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte las alegrías del trabajo,de resolver juntos problemas, de crear algo juntos. Cuando debe despedir a alguien es siempre una decisión dolorosa y no lo haría si pudiera. Ningún buen empresario ama despedir a su gente. No. Quien piense resolver el problema de su empresa despidiendo gente, no es un buen empresario, es un comerciante. Hoy vende a su gente, mañana vende la dignidad propia. Sufre siempre y a veces de este sufrimiento nacen nuevas ideas para evitar el despido. Este es el buen empresario. Yo me acuerdo... hace un año, un poco menos, en la Misa de Santa Marta, a las 7 de la mañana (a la salida yo saludo a la gente que está ahí), y se acercó un hombre que lloraba: «Vine a pedirle una gracia, yo estoy al límite y tengo que hacer una declaración de bancarrota y esto significaría despedir a unos 60 trabajadores, y no quiero, porque siento que me despido a mí mismo». Y ese hombre lloraba, ese es un buen empresario. Luchaba y rezaba por su gente, porque era suya, “mi familia”, ¿no? Se unieron. Una enfermedad de la economía es la progresiva transformación de los empresarios en especuladores. El empresario no debe ser confundido con el especulador, son dos tipos diferentes. El especulador es una figura semejante a la que Jesús en el evangelio llama mercenario para contraponerlo al buen pastor. No ama su empresa, a sus trabajadores, sino que los ve solo como medios para obtener ganancias usa la empresa y a los trabajadores para obtener ganancias. Despedir, cerrar, mover la empresa no les crean ningún problema, porque el especulador usa intrumentaliza, come personas y medios por sus objetivos de ganancia. Cuando la economía está habitada, en cambio, por buenos empresarios, las empresas son amigas de la gente y también de los pobres. Cuando pasa a las manos de los especuladores, todo se arruina, con él pierde rostro y pierde los rostros, es una economía sin rostros. Una economía abstracta. Detrás de las decisiones del especulador no hay personas, y entonces no se ven las personas que hay que despedir, que recortar, cuando la economía pierde el contacto con los rostros de las personas concretas se convierte en una economía sin rostro y por lo tanto en una economía despiadada.

Hay que temer a los epspeculadores no a los empresarios. Hay muchos buenos. Hay que temer a los especuladores, pero, paradójicamente, el sistema político parece animar a los que especulan sopre el trabajo y no a quienes invierten en el trabajo ¿Por qué? Porque crea burocracia y controles partiendo de la hipótesis de que los creadores de la economía son espelculadores y los que no lo son no tienen ventajas. Se sabe que reglamentos y leyes pensados para los deshonestos acaban penalizando a los honestos. Y hoy hay muchos verdaderos empresarios, honestos que aman a sus trabajadores, a la empresa que trabajan a su lado para sacar adelante la empresa, y estos son los más golpeados por estas políticas que favorecen a los especuladores. Pero los empresarios honestos y virtuosos salen adelante a pesar de todo. Me gusta citar una bella frase de Luidi Einaudi, economista y Presidente de la República Italiana. Escribió: «Miles, millones de individuos producen y trabajan y ahorran, a pesar de todo lo que nosotros podamos inventar para molestarlos, obstaculizarlos, desanimarlos. Es la vocación natural que los impulsa; no solo la sed de dinero. El gusto, el orgullo de ver a la propia empresa prosperar, adquirir crédito, constituyen un resorte de progreso tan potente como las ganancias. Si no fuera así, no se explicaría cómo existen empresarios que en la propia empresa prodigan todas sus energías e invierten todos sus capitales para tener utilidades a menudo mucho más modestas de las que podrían segura y cómodamente tener con otros usos». Le agradezco por lo que usted dijo, porque usted es un representante de estos empresarios, y estén atentos, ustedes empresarios, y también los trabajadores, cuidado con los especuladores, y también con las reglas y con las leyes que al final favorecen a los especuladores y no a los verdaderos empresarios y al final dejan a la gente sin trabajo.

Micaela, representante sindical, habló sobre la nueva frontera tecnológica y sobre el temor de que, en lugar de crear nuevos empleos, pueda crear precariedad y malestar social: «Hoy –dijo– la verdadera revolución sería precisamente la de transformar la palabra “trabajo” en una forma concreta de rescate social».  

Me viene a la mente un juego de palabras: tú acabaste con “rescate social”, y yo diría “chantaje social” (el juego de palabras es con los vocablos italianos “riscatto” y “ricatto”, ndr.). Lo que ahora digo es una cosa real, que sucedió hace un año en Italia. Había una cola de gente desempleada para encontrar trabajo, un trabajo interesante, de oficina. La chica que me lo contó, una chica culta, hablaba algunas lenguas (que era importante para ese puesto)… Le dijeron: «Sí, pero serán entre 10 y 11 horas al día». Ella dijo que sí, inmediatamente, porque lo necesitaba: «Empezamos con 800 euros al mes». Y ella dijo: «¿Solo 800 euros por 11 horas?». Y el especulador: «Señorita, vea usted la cola; si no le gusta, váyase». Este no es un rescate, ¡este es un chantaje! El trabajo en negro: otra persona me contó que trabajó se septiembre a junio. Y luego lo despidieron en junio y lo volvieron a contratar en septiembre. Y así se juega, el trabajo en negro. El diálogo en los lugares de trabajo no son menos importantes de los que se hacen en las parroquias o en las solemnes salas de congresos, los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida. Alguno podría decir: «¡Qué viene a decirnos este cura, que se vaya a su parroquia!». No, todos somos el pueblo de Dios. Muchos de los encuentros entre DIos y los hombres sobre los que nos hablan la Biblia y los Evangelios se dieron mientras las personas trabajaban. Los primeros discípulos de Jesús eran pescadores y fueron llamados justamente mientras estaban trabajando a orillas del lago. La falta de trabajo es mucho más que no tener una fuente de ingresos para poder vivir. El trabajo también es esto, pero es mucho más: trabajando nos volvemos más persona, nuestra humanidad florece, la Doctrina social de la Iglesia siempre ha visto el trabajo como participación en la creación que continúa gracias a las manos, a la mente y al corazón de los trabajadores. Sobre la tierra hay pocas alegrías más grandes que las que experimentamos trabajando. Así como hay pocos dolores más grandes de cuando el trabajo aplasta, humilla, mata. El trabajo es amigo del hombre y el hombre es amigo del trabajo. Con el trabajo, los hombres y las mujeres son ungidos de dignidad.

Alrededor del trabajo se edifica todo el pacto social; cuando no se trabaja, se trabaja mal o poco es la democracia la que entra en crisis, todo el pacto social entra en crisis. Y también es este el sentido del primer artículo de la Constitución italiana: «Italia es una república fundada sobre el trabajo». ¡Podemos decir que quitarle el trabajo a la gente o explotar a la gente con trabajo indigno o mal pagado es anticonstitucional, según este artículo! Si no estuviera fundada sobre el trabajo, la República italiana no sería una democracia, porque el lugar del trabajo siempre lo han ocupado los privilegios, las castas, las ganancias. Hay que ver las transformaciones tecnológicas y no resignarse a la ideología que imagina un mundo en el que tal vez la mitad o dos terceras partes de los trabajadores trabajen y los demás sean mantenidos con un pago social. Debe quedar claro que el objetivo social que hay que alcanzar no es el rédito para todos, sino el trabajo para todos. Porque sin trabajo para todos no habrá dignidad para todos. El trabajo de hoy y de mañana serán diferentes, tal vez muy diferentes, pensemos en la revolución industrial. Habrá una revolución, ¡pero tendrá que ser trabajo, no pensión! ¡No pensionados; trabajo! Uno se jubila a la edad justa, es un acto de justicia, pero es contra la dignidad de las personas jubilarlas a 35-40 años, con un pago del Estado. ¡Y te las arreglas! ¿Tengo qué comer? Sí. ¿Tengo dignidad? No, porque no tengo trabajo. Sin el trabajo no se puede sobrevivir, porque para vivir se necesita el trabajo y la decisión es entre sobrevivir y vivir. Y se necesita trabajo para todos, para los jóvenes. ¿Ustedes saben el porcentaje de jóvenes de 25 años para abajo sin empleo en Italia? No lo diré, busquen las estadísticas. Pero esta es una hipoteca del futuro, porque estos jóvenes crecen sin dignidad, porque no están unidos por el trabajo, que da dignidad. Es el núcleo de la cuestión. Un pago estatal, mensual, con el que saques adelante a la familia, no resuelve el problema. El problema debe ser resuelto con el trabajo para todos.


Al final, Victoria, una desempelada, le explicó al Papa que los desempelados sienten que las instituciones «no solo están lejos», sino que son «madrastras» más ocupadas «en un asistencialismo pasivo que en crear las condiciones que favorecen el trabajo… ¿En dónde podemos encontrar la fuerza para no tirar nunca la toalla?».

Precisamente así, quien pierde el trabajo y no logra encontrar otro siente que pierde la dignidad. Como los que se ven obligados a aceptar trabajos malos y equivocados. Todavía existen trabajos malos y equivocados en el tráfico de armas, en la pornografía, en los juegos de azar y en todas las empresas que no respetan ni a los trabajadores ni el medio ambiente, como los que reciben mucho dinero para que el trabajo ocupe toda la vida, sin horarios. Una paradoja de nuestras sociedades es la presencia de una cuota de personas que quisieran trabajar pero no pueden, o los otros que quisieran trabajar menos, pero no lo logran porque han sido comprados por las empresas. El trabajo se convierte en un hermano cuando a su lado está la fiesta, el tiempo libre. Sin esto, solo se vuelve trabajo esclavizante, aunque esté muy bien pagado. En las familias en las que hay desempleados nunca hay un domingo verdadero, porque falta el trabajo del lunes. Para celebrar la fiesta es necesario poder celebrar el trabajo, van de la mano, uno marca el tiempo del otro. El consumo es un ídolo de nuestro tiempo, es el consumo el centro de nuestra sociedad y después el placer. Hoy existen los nuevos templos abiertos 24 horas, que prometen la salvación, puntos de puro consumo y de puro placer. El trabajo es fatiga, es sudor, cuando una sociedad hedonista ve y quiere solo el consumo, no comprende el valor de la fatiga ni del sudor, no comprende el trabajo. Todas las idolatrías son experiencias de puro consumo. Sin volver a encontrar una cultura que estima la fatiga y el sudor, no volveremos a encontrar una nueva relación con el trabajo y seguiremos soñando el consumo del puro placer. El trabajo es el centro de todo pacto social, no un medio para poder consumir. Entre el trabajo y el consumo hay muchas cosas, importantes y bellas: libertad, honor, dignidad, derechos de todos. Si malbaratamos el trabajo al consumo, también malbarataremos estas palabras hermanas.

Muchas de las oraciones más bellas de nuestros padres y abuelos eran oraciones del trabajo, recitadas antes, durante y después del trabajo. El trabajo está presente todos los días, en la eucaristía cuyos dones son fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Los campos, el mar, las fábricas, siempre han sido altares desde los que se han elevado oraciones bellas y puras, que Dios ha reunido y recibido, recitadas, pero también dichas con las manos, con el sudor, con la fatiga del trabajo de los que no sabían rezar con la boca. Dios acogió todas estas, y sigue acogiéndolas también hoy. Por ello, quisiera concluir con una oración: el ven Espíritu Santo: «Mándanos un rayo de luz, ven, Padre de los pobres, de los trabajadores y de las trabajadoras».

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