Aguardada con mucha expectativa por ambientalistas y fieles de todo el mundo, acaba de lanzarse la más reciente encíclica del Papa Francisco, ‘Laudato si’ [Alabado seas, en español]. Esta vez, el foco es la importancia de la cuestión ambiental/ecológica para la humanidad. "¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos van a suceder, a los niños que están creciendo?” Esta interrogación puede considerarse la esencia ‘Laudato si’, la esperada Encíclica ecológica del Papa Francisco, leemos en ADITAL.
‘Laudato si’, publicada este jueves 18 de junio, es considerada por el propio Vaticano el documento pontificio más importante dedicado a la temática de la ecología hasta hoy, culminando un recorrido de reflexión de más de 50 años.
El nombre fue inspirado en la invocación de San Francisco "Alabado seas, mi Señor”, que en el Cántico de las Criaturas recuerda que la tierra "puede ser comparada con una hermana, con quien compartimos la existencia, o con una madre, que nos acoge en sus brazos”.
A lo largo de seis capítulos, el Papa exhorta a todos a una "conversión ecológica”, a "cambiar de rumbo”, asumiendo la responsabilidad de un compromiso con el "cuidado de la casa común”. La encíclica ecológica está dirigida a los / a las católicos/as, pero ciertamente puede ser asimilada por todos los cristianos y fieles de otras religiones.
Las temáticas tratadas son: los cambios climáticos, la cuestión del agua, la deuda ecológica, la raíz humana de la crisis ecológica y el cambio de los estilos de vida.
Sobre el primer tema, el texto de Francisco señala que los cambios climáticos son un problema global, con graves implicancias ambientales, sociales, económicas, políticas, y constituyen uno de los principales desafíos actuales de la humanidad. "El clima es un bien común, un bien de todos y para todos”, y el impacto más pesado de su alteración recae sobre los más pobres.
En relación con la cuestión del agua, el Sumo Pontífice afirma claramente que el acceso al agua potable y segura es un derecho humano esencial, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas y, por lo tanto, es condición para el ejercicio de los otros derechos humanos. O sea, privar a los pobres del acceso al agua significa "negarles el derecho a la vida, radicado en su dignidad inalienable”.
En el ámbito de una ética de las relaciones internacionales, la Encíclica indica que existe una verdadera "deuda ecológica”, sobre todo del Norte en relación con el Sur del mundo global. Ante los cambios climáticos, por lo tanto, hay "responsabilidades diversificadas”, y, ciertamente, las de los países desarrollados son mayores. Francisco se dice impresionado por la "debilidad de las reacciones” ante el drama de tantas poblaciones.
En lo relacionado con la raíz humana de la crisis ecológica, para el Papa el ser humano no reconoce más su correcta posición en relación con el mundo y asume una posición que él llama autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y en el propio poder. Eso deriva, entonces, en una lógica de lo "descartable”, que justifica todo tipo de descarte, ambiental o humano.
El Papa propone cambios en los estilos de vida de las personas a través de la educación y de la espiritualidad. Él predica una educación ambiental que incida sobre gestos y hábitos cotidianos, de la reducción del consumo de agua, pasando por la separación de la basura, hasta el apagado de las luces innecesarias. Para Francisco, "una ecología integral se hace también con simples gestos cotidianos, mediante los cuales quebramos la lógica de la violencia, de la explotación, del egoísmo”. El Pontífice recuerda, sin embargo, que todo esto será más fácil a partir de una mirada contemplativa que viene de la fe. "El creyente contempla el mundo, no como alguien que está fuera de él sino dentro, reconociendo los lazos con que el Padre nos unió a todos los seres”.
Trayectoria
A comienzos de los años 70 del siglo XX, el beato Pablo VI (1897-1978) ya alertaba sobre un "problema social de vastas dimensiones”, en la carta apostólica escrita para el 80º aniversario de la publicación de la Encíclica Rerum novarum. En 1970, dirigiéndose a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), Pablo VI habló sobre la posibilidad de una "catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial”.
"El gradual agotamiento de la capa de ozono y el consecuente 'efecto invernadero' que éste provoca ya han alcanzado dimensiones críticas”, alertaba Juan Pablo II. En su Carta Encíclica Centessimus annus, de 1991, Karol Wojtyła vinculó la cuestión ecológica con el problema del consumismo, al que definió como un "error antropológico”. "[El hombre] piensa que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviera una forma propia y un destino anterior que Dios le dio”, observó.
La Encíclica Evangelium vitae, de 1995, recuerda que, en relación con la naturaleza visible, la humanidad está sometida "a leyes, no sólo biológicas sino también morales, por lo que la crisis ecológica es entendida como reflejo de una crisis moral”.
El penúltimo Papa, Benedicto XVI, también dejó intervenciones en favor de una "economía verde” y del respeto por el medio ambiente, promoviendo un desarrollo sustentable. En el mensaje para el Día Mundial de la Paz, el 1º de enero de 2007, habló específicamente sobre el problema del abastecimiento energético, alertando sobre "una carrera sin precedentes a los recursos disponibles”.
El agua era otra preocupación papal, y es considerada "un derecho inalienable” que no puede ser privatizado. Fue sobre todo en la Encíclica Caritas in veritate, de 2009, que Benedicto XVI condensó la reflexión sobre la "protección del ambiente, de los recursos y del clima”, la "monopolización de los recursos naturales” y la "explotación de los recursos no renovables”.
Benedicto XVI afirmó que la degradación de la naturaleza está estrechamente vinculada a la cultura que moldea la convivencia humana: cuando la "ecología humana” es respetada dentro de la sociedad, beneficia también la ecología ambiental, dado que "respetar el ambiente no significa considerar a la naturaleza material o animal como algo más importante que el hombre”.
La encíclica termina con una Oración interreligiosa por la Tierra y una Oración cristiana por la creación. A continuación, la división de la Encíclica ‘Laudato si’en capítulos:
CAPÍTULO 1: QUÉ ESTÁ OCURRIENDO CON NUESTRA CASA (Calentamiento global y contaminación; Contaminación, basura y cultura del descarte; El clima como bien común; La cuestión del agua; Pérdida de la biodiversidad; Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia social; Inequidad planetaria; La debilidad de las reacciones; Diversidad de opiniones).
CAPÍTULO 2: EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN (La luz que ofrece la fe; La sabiduría de los relatos bíblicos; El misterio del universo; El mensaje de cada criatura en la armonía de toda criatura; Una comunión universal; El destino común de los bienes; La visión de Jesús).
CAPÍTULO 3: LA RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA (La tecnología: creatividad y poder; La globalización del paradigma tecnológico; Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno; El relativismo práctico; La necesidad de preservar el trabajo; La innovación biológica a partir de la investigación).
CAPÍTULO 4: UNA ECOLOGÍA INTEGRAL (Ecología ambiental, económica y social; La ecología cultural; La ecología humana y el espacio de la vida cotidiana; El principio del bien común; Una justicia intergeneracional bien entendida).
CAPÍTULO 5: ALGUNAS LÍNEAS ORIENTADORAS Y DE ACCIÓN (El diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional; El diálogo rumbo a nuevas políticas nacionales y locales; Favorecer debates sinceros y honestos; Política y economía en diálogo para la plenitud humana; Las religiones en el diálogo con las ciencias).
CAPÍTULO 6: EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA (Apostar a otro estilo de vida: educación para la alianza entre la humanidad y el medio ambiente; La conversión ecológica; Gozo y paz; El amor civil y político; Los señales sacramentales y el descanso celebrativo; La Trinidad y la relación entre las criaturas; La Reina de toda la creación; Más allá del sol).
CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
ÍNDICE
Laudato si’
mi’ Signore (1-2)
Nada de este
mundo nos es indiferente (3-6)
Unidos por la
misma preocupación (7-9)
San Francisco
de Asís (10-12)
Mi llamado (13-16)
Capítulo
primero Lo que le está pasando a nuestra casa
I. Calentamiento global y contaminación Contaminación, basura y
cultura del descarte (20-22) El clima como bien común (23-26)
II. La cuestión del agua (27-31)
III. Pérdida de biodiversidad (32-42)
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia
social (43-47)
V. Inequidad planetaria (48-52)
VI. La debilidad de las reacciones (53-59)
VII. Diversidad de opiniones (60-61)
Capítulo
segundo El evangelio de la creación (62)
I. La luz que ofrece la fe (63-64)
II. La sabiduría de los relatos bíblicos (65-75)
III. El misterio del universo (73-83)
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
(84-88)
V. Una comunión universal (89-92)
VI. El destino común de los bienes (93-95)
VII. La mirada de Jesús (96-100)
Capítulo
tercero La raíz humana de la crisis ecológica (101)
I. La tecnología: creatividad y poder (102-105)
II. La globalización del paradigma tecnológico (106-114)
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno (115-121)
4.1. El
relativismo práctico (122-123)
4.2. La necesidad de preservar el
trabajo (124-129)
4.3. La innovación biológica a partir
de la investigación (130-136)
Capítulo
cuarto Una ecología integral (137)
1. Ecología ambiental, económica y social (138-142)
2. La ecología cultural (143-146)
3. La ecología humana y el espacio de la vida cotidiana
(147-155)
4. El principio del bien común (156-158)
5. Una justicia intergeneracional bien entendida (159-162)
Capítulo
quinto Algunas líneas de orientación y acción (163)
I. El diálogo sobre el ambiente en la política internacional
(164-175)
II. El diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
(176-181)
III. Favorecer debates sinceros y honestos (182-188)
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
(189-198)
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias (199-201)
Capítulo sexto
Educación y espiritualidad ecológica (202)
1. Apostar por otro estilo de vida (203-208)
2. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
(209-215)
3. La conversión ecológica (216-221)
4. Gozo y paz (222-227)
5. El amor civil y político (228-232)
6. Los signos sacramentales y el descanso celebrativo (233-237)
7. La Trinidad y la relación entre las criaturas (238-240)
8. La Reina de todo lo creado (241-242)
9. Más allá del sol (243-246)
Oración interreligiosa por nuestra tierra
Oración cristiana con la
creación
1. Laudato si’, mi’ Signore»
- «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico
nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos
la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas,
mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama
por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes
que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano,
herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos
en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los
pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra,
que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8, 22). Olvidamos que nosotros mismos
somos tierra (cf. Gn 2, 7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los
elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica
y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta
años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa
Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una guerra,
sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris
a todo el «mundo católico», pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad».
Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que
habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros
de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente.
En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra
casa común.
4. Ocho años después
de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática
ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática» de
la actividad descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada
de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez
víctima de esta degradación»[2].
También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el
efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y
la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de
la humanidad», porque «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas
técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados
por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo
II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica,
advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente
natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5].
Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones
morales de una auténtica ecología humana»[6].
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó
el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido
de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo
supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7]. El auténtico
desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona
humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la
naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo
tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse
sobre la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación
a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial
y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto
del medio ambiente»[10].
Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque
«el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida,
la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación
de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia
humana»[11].
El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el
ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo
mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras
vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre
no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a
sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza»[12]. Con paternal
preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada
«donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente
una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de
la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros,
sino que sólo nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de
los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos
y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas
cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica,
otras Iglesias y Comunidades cristianas -como también otras religiones- han desarrollado
una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre
estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero
recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con
el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé
se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus
propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos generamos
pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución -
pequeña o grande - a la desfiguración y destrucción de la creación»[14].
Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante,
invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos
destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden
la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra
de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos
contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados»[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un
pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo,
Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas
ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en
un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos
propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio
a la capacidad de compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no
simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero
a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la
dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos
llamados a «aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir
con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que
lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos
sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro
planeta»[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar
esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre
como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo
que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo
que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el
santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado
también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia
la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por
su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino
que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros,
con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables
la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con
la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos
muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que
trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la
esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada
vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar,
incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con
todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor,
como si gozaran del don de la razón»[19].
Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico,
porque para él cualquier criatura era una hermana,
unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe.
Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar
el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables
que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción
no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias
en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza
y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el
lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras
actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos,
incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos
íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo
espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente
exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto
de uso y de dominio.
12. Por otra parte,
san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un
espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y
de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13, 5), y «su eterna
potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras
desde la creación del mundo» (Rm 1, 20). Por eso, él pedía que en el convento
siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas
silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a
Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso
que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente
de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las
cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su
proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la
capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar
y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad
humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos.
Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias
dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo.
Los jóvenes nos reclaman un cambio.
Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin
pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación
urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del
planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental
que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento
ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas
agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente,
muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser
frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de
interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre
los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación
cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad
universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos
y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano
a la creación de Dios»[22].
Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación,
cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas
y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social
de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del
desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos
aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos
de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden
de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro
compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación,
de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas.
Así podremos proponer una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore
el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad
que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias
de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política
internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración humana
inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología
específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas
en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan
toda la encíclica. Por
ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción
de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas
de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender
la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de
la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad
de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de
un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente
replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación de la
humanidad y del mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan
nuevamente a partir de una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene
de inédito para la historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la fe
aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte,
propongo detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a nuestra casa
común.
18. A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta
se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos
llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos,
la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud
de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese
cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo
humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante
cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte
de la humanidad.
19. Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en
la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor
conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al
cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que
está ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será ciertamente
incompleto, por aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no podemos
esconder debajo de la alfombra.
El objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad,
sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo
que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede
aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación,
basura y cultura del descarte
20. Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a las
personas. La exposición a los contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro
de efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres, provocando mi-llones
de muertes prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados
niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o para
calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al transporte,
al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación
del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores
de malezas y agrotóxicos en general. La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende
ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio
de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve
un problema creando otros.
21. Hay que considerar también la contaminación producida por los residuos,
incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen
cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables:
residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos,
electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra,
nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería.
En muchos lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes de otros tiempos,
que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales como los productos
químicos utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir un efecto de bioacumulación
en los organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el
nivel de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las
personas.
22. Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte,
que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente
se convierten en basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que
se produce se desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento
de los ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros, que
proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan lugar
a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al final
del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber
y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular
de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y
que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo,
maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar. Abordar esta
cuestión sería un modo de contrarrestar la cultura del descarte, que termina afectando
al planeta entero, pero observamos que los avances en este sentido son todavía muy
escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global,
es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida
humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos
ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas,
este calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del
mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos
extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable
a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad
de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir
este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan. Es
verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las variaciones de la órbita
y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero numerosos estudios científicos señalan
que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la
gran concentración de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano,
óxidos de nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana.
Al concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados
por la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por
el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que
hace al corazón del sistema energético mundial. También ha incidido el aumento en
la práctica del cambio de usos del suelo, principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono.
Crea un círculo vicioso que agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad
de recursos imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola
de las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad
del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura amenaza
con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de la materia
orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de anhídrido carbónico.
A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las cosas, ya que ayudan a mitigar
el cambio climático. La contaminación que produce el anhídrido carbónico aumenta
la acidez de los océanos y compromete la cadena alimentaria marina. Si la actual
tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos
y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias
para todos nosotros. El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear
situaciones de extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la
población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las megaciudades
están situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un problema global con graves dimensiones
ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los
principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán
en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares
particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus
medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios
ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen
otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los
impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso
a servicios sociales y a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan
migraciones de animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su
vez afecta los recursos productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados
a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico
el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental,
que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan
el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente,
hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas
partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos
y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros
semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político
parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas,
tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos
síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con
los actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha vuelto urgente e
imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión de
anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente,
por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles y desarrollando
fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías
limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar tecnologías adecuadas de
acumulación. Sin embargo, en algunos países se han dado avances que comienzan a
ser significativos, aunque estén lejos de lograr una proporción importante. También
ha habido algunas inversiones en formas de producción y de transporte que consumen
menos energía y requieren menos cantidad de materia prima, así como en formas de
construcción o de saneamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética.
Pero estas buenas prácticas están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento
de los recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual
nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de
las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya
se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos
resuelto el problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia,
porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres
y acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios
e industriales. La provisión de agua permaneció relativamente constante durante
mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta sostenible,
con graves consecuencias a corto y largo término. Grandes ciudades que dependen
de un importante nivel de almacenamiento de agua, sufren períodos de disminución
del recurso, que en los momentos críticos no se administra siempre con una adecuada
gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua social se da especialmente en
África, donde grandes sectores de la población no acceden al agua potable segura,
o padecen sequías que dificultan la producción de alimentos. En algunos países hay
regiones con abundante agua y al mismo tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible
para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son
frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos
y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios
higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento
y de mortalidad infantil. Las aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas
por la contaminación que producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales,
sobre todo en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No
pensemos solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos
químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose
en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible,
en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido
en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso
al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque
determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el
ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social
con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el
derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en
parte con más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los
pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países desarrollados,
sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra
que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural, porque no
hay conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua provocará el aumento del costo de los alimentos
y de distintos productos que dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre
la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no
se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones
de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de grandes empresas
mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de
la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender
la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques
implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro
recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios.
Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver
en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales
«recursos» explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen
miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros
hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por
razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de
especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio
mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o
de un ave, por su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas
también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles
y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que
suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar
el equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes desastres
que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de tal modo que
la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos que esto implica.
Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del ser humano para resolver
una dificultad muchas veces agrava más la situación. Por ejemplo,
muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los agrotóxicos creados por
la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su desaparición deberá ser sustituida
con otra intervención tecnológica, que posiblemente traerá nuevos efectos nocivos.
Son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan
de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano. Pero mirando el
mundo advertimos que este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio
de las finanzas y del consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad
se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo
el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite.
De este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable,
por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se
suele atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre
se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la
pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca
relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y
otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan
de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse
libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen
alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de
corredores biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su forma
de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio
del ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá
de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil,
a nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se
ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico
que se pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies,
estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos
mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios
haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos
de la degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado en la preservación eficaz de ciertos
lugares y zonas -en la tierra y en los océanos- donde se prohíbe toda intervención
humana que pueda modificar su fisonomía o alterar su constitución original. En el
cuidado de la biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de poner
especial atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares que requieren
un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial, o que
constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad
que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los
glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del planeta
y para el futuro de la humanidad.
Los ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad
con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero cuando
esas selvas son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se
pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin
embargo, un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares,
porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales
que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales.
De hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven
a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable
la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil
que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos
mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable
deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse
a intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles,
que generalmente son monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis.
Porque puede afectar gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las
nuevas especies que se implantan. También los humedales, que son transformados en
terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas zonas
costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen la mayor parte del agua del planeta,
sino también la mayor parte de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos
todavía desconocidos para nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte,
la vida en los ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la
población mundial, se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos
pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía siguen
desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte de las especies
recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos que no tenemos en cuenta,
como ciertas formas de plancton que constituyen un componente muy importante en
la cadena alimentaria marina, y de las cuales dependen, en definitiva, especies
que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en
los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que equivalen
a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un millón de
especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas de
las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en un continuo estado
de declinación: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios
subacuáticos despojados de vida y de color?»[25].
Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como resultado
de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales
y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita.
Se agrava por el aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza
puede tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas formas
de explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que finalmente llega
hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario invertir
mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas
y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier modificación
importante del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe
ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros.
Cada territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo
cual debería hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden
a desarrollar programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación
a las especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de
este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad
especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental,
del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado
de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a
la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano,
a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades
son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios
que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados,
sin espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir
cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto
físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios
ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva
difícil. En otros, se crean urbanizaciones «ecológicas» sólo al servicio de unos
pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial.
Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas
áreas «seguras», pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los descartables
de la sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio global se incluyen los
efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la
inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la
fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas
formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre
los más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran
que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos
un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de estos
signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una
silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que,
cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad
de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes
sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría
en medio del ruido dispersivo de la información. Esto
nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural
de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría,
producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas,
no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando,
en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse
las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un
tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar las
relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo tipo de emociones
artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas
y la naturaleza. Los
medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la
angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia
personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta
de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las
relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano
y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la
degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la
degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad
afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia
común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más
graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»[26].
Por ejemplo, el agotamiento de las
reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca artesanal
y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación del agua afecta particularmente
a los más pobres que no tienen posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación
del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas
que no tienen a dónde trasladarse. El impacto de los desajustes actuales se manifiesta
también en la muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por
falta de recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en
las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir
que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente
a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas.
Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero
frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión
que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera
un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente
en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores
de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos,
en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas.
Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida
que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto
físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades,
ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados.
Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer
que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social,
que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar
tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver
los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo
a proponer una reducción de la
natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en
desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva».
Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos
disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe
reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo
integral y solidario»[28].
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos
es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar
así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir
en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia
aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se
desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[29]. De cualquier
manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la distribución
de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global,
porque el aumento del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las
combinaciones de problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte,
al tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no
afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética
de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera «deuda ecológica», particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias
en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales
llevado a cabo históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias
primas para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños
locales, como la contaminación con mercurio en la minería
del oro o con dióxido de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar
el uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos
que se han ido acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora
afecta a todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo
de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra,
especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace
estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados
por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países menos
desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital: «Constatamos
que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí
lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente,
al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales,
como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros
triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden
sostener»[30].
52. La deuda externa
de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre
lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo,
donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando
el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La
tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad
de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado
por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso.
Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando
de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los
países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible.
Las regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos
modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación
para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso,
hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades
diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse
«especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate
a menudo dominado por intereses más poderosos»[31].
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia
humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos,
y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se
une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo.
Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos.
Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta
sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud.
El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar
esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender
las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar
a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que
incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes
que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando
no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia.
54. Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional.
El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el
fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses
particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien
común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En esta
línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones sobre
los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan
irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza
entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de
sus intereses inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales,
acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia
el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones
sociales por modificar las cosas será visto como una molestia provocada por ilusos
románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el
desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más
sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los
hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan.
Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del
uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando
un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara
desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento
que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto,
los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman
una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo
contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta
que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas.
Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la
distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo
limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente,
queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla
absoluta»[33].
57. Es previsible que,
ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable
para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra siempre
produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones,
y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas
biológicas. Porque, «a pesar de que determinados acuerdos
internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de hecho
en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas ofensivas,
capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere
de la política una mayor atención para prevenir y resolver las causas que puedan
originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es el que más
se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de
miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad
de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países
hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la purificación
de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas décadas, o la recuperación
de bosques autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras de saneamiento
ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o avances en la producción
de energía no contaminante, en la mejora del transporte público. Estas acciones
no resuelven los problemas globales, pero confirman que el ser humano todavía es
capaz de intervenir positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus
límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo,
crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de
profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar
que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos
signos visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran
tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones.
Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida,
de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar
todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos,
postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
60. Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones
y líneas de pensamiento acerca de la situación y de las posibles soluciones. En
un extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los
problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas,
sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden
que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza
y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en
el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión
debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de
solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo hacia
respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer
una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto
entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la
realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común.
La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos
reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas.
Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran
velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes
naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los
problemas del mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones
que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica,
lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos
de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la
mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que
la humanidad ha defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir
en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo
referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y del
pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la consideran
irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que
las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno
de la humanidad. Otras
veces se supone que constituyen una subcultura que simplemente debe ser tolerada.
Sin embargo, la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la
realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus
múltiples causas, deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar desde
un único modo de interpretar y transformar la realidad. También
es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y
a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad. Si
de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos
destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede
ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está
abierta al diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas
síntesis entre la fe y la razón.
En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar
en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que está llamada a enriquecerse
cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos,
para buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo
las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes,
grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas
más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente
del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que su cometido
dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman
parte de su fe»[36]. Por eso, es un bien para
la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos
ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí
la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En
la primera narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios
incluye la creación de la
humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que «Dios
vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn 1, 31). La Biblia
enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios
(cf. Gn 1, 26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona
humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse
y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan
Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano
le confiere una dignidad infinita[38]. Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden
encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué
maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante
caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin
sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en
el seno de tu madre, yo te conocía» (Jr 1, 5). Fuimos concebidos en el corazón
de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios.
Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de
la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo,
profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones
sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente
conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia,
las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro
de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad
y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos
a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato
de «dominar» la tierra (cf. Gn 1, 28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn
2, 15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano
y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3, 17-19). Por eso
es significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas
haya sido interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura
que, por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo Francisco
retornaba al estado de inocencia primitiva[40].
Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza
de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono
de los más frágiles, los ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite
responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que,
desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1, 28),
se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del
ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación
de la Biblia como la entiende la
Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado
incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de
ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio
absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su
contexto, con una hemenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar»
el jardín del mundo (cf. Gn 2, 15). Mientras «labrar» significa cultivar,
arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar.
Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad
puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero
también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad
para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal
24, 1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10, 14). Por
eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse
a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en
mi tierra» (Lv 25, 23).
68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el
ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados
equilibrios entre los seres de este mundo, porque «él lo ordenó y fueron creados,
él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará» (Sal
148, 5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano
varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en
relación con los demás seres vivos: «Si ves caído en el camino el asno o el buey
de tu hermano, no te desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un
nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones
o sobre los huevos, no tomarás a la madre con los hijos» (Dt 22, 4.6). En
esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino
también «para que reposen tu buey y tu asno» (Ex 23, 12). De este modo advertimos
que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de
las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos
llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios
y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria»[41], porque
el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104, 31). Precisamente por su
dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a
respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la sabiduría el Señor fundó
la tierra» (Pr 3, 19). Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas
están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un
valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los
Obispos de Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la
prioridad del ser sobre el ser útiles»[42]. El Catecismo
cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado:
«Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas,
queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría
y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia
de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron
a Caín a cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una
ruptura de la relación entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue
exiliado. Este pasaje se resume en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios
pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios le
insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo!
Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4, 9-11). El descuido
en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el
cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior
conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas
estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra,
la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la
narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante
incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: «He
decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos,
está llena de violencia» (Gn 6, 13). En estos relatos tan antiguos, cargados
de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está
relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones
con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a
los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn
6, 5) y a Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn 6, 6), sin
embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió abrir
un camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo comienzo.
¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica establece claramente
que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos
en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la
ley del Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras.
Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso,
un Shabbath (cf. Gn 2, 2-3; Ex 16, 23; 20, 10). Por otra parte,
también se instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años (cf.
Lv 25, 1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no
se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad
(cf. Lv 25, 4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta
y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación
para todos los habitantes» (Lv 25, 10). El desarrollo de esta legislación
trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con
los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento
de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos
que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente
con los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la
tierra, no llegues hasta la última orilla de tu campo, ni trates de aprovechar los
restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del huerto.
Los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19, 9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador:
«Al que asentó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal
136, 6). Pero también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol
y luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos, aguas que
estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148, 3-5). Existimos no sólo por el poder de Dios, sino
frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los
momentos difíciles contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder
infinito de Dios no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan
el cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo
acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En
la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos
modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor!
Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada
es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales
y prodigios» (Jr 32, 17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador
de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia.
Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is
40, 28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis
espiritual que provocó una profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia
creadora, para exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su situación
desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución, cuando el Imperio
Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a encontrar consuelo
y esperanza acrecentando su confianza en el Dios todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes
y maravillosas son tus obras, Señor Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!»
(Ap 15, 3). Si pudo crear el universo de la nada, puede también intervenir
en este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso
y creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos
en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer
límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su
pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura
de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá
siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir «creación» es más que decir
naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura
tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema
que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida
como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada
por el amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos» (Sal 33,
6). Así se nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad,
lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra creadora.
El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración
de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El
amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: «Amas a todos los seres
y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado»
(Sb 11, 24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que
le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es
objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño.
Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin envidia»[44], y Dante
Alighieri hablaba del «amor que mueve el sol y las estrellas»[45]. Por
eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa»[46].
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar
de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino.
De esa manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a
la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano,
que es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo
y desarrollar sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad de la
naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos
permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo
frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia
para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo,
conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con otros, podemos
descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a pensar también
al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla.
La fe nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece.
La libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia una evolución positiva,
pero también puede agregar nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos
retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y dramática historia humana, capaz de
convertirse en un despliegue de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en
un camino de decadencia y de mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia
no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo
«debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios,
que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz
de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu Santo
posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los
nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables»[48].
Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo
necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros
o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos
estimulan a colaborar con el Creador[49]. Él está
presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura,
y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia
divina, que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación
de la acción creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten
que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza
no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito
en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como
si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse
a sí misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano,
si bien supone también procesos evolutivos, implica una novedad no explicable plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de
nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los
demás y con el mismo Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad,
la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran
una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico. La novedad cualitativa
que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material supone
una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un
Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos al ser humano como
sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto.
82. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban
ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana.
Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho
y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que
consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades,
injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan
a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo.
El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está
en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes
de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos,
y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que
el que quiera ser grande sea el servidor» (Mt 20, 25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que
ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal[53]. Así
agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e irresponsable
del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no
somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia
el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado
abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y
atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas
a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos
en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar
que cada criatura tiene una función y ninguna
es superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado
cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios.
La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico
que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la
memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los montes,
o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza
de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia
identidad.
85. Dios ha escrito
un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo»[54].
Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta manifestación
de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la naturaleza
es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es, además, una continua
revelación de lo divino»[55].
Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada
criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios
y en la esperanza»[56].
Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través
de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente
contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos
decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura,
se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando
atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en
la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo
exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del
universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios.
Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la variedad provienen
«de la intención del primer agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para
representar la bondad divina fuera suplido por las otras»[60],
porque su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola criatura»[61]. Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus
múltiples relaciones[62]. Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de cualquier
criatura si se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña el
Catecismo: «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El
sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables
diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma,
que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse
mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos
conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón experimenta
el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se expresa
en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos
iluminas.
Y es bello y radiante con gran
esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras
y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por
el hermano viento
y por el aire, y la nube y el
cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas
das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por
la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por
el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso,
y fuerte»[64].
88. Los Obispos de
Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar
de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a
una relación con él[65].
El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las «virtudes
ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto,
no olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas de este mundo
no poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos un bien a las criaturas,
porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar, y terminaríamos exigiéndoles
indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de
este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que
amas la vida» (Sb 11, 26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados
por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles
y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve
a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido
tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como
una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como
si fuera una mutilación»[67].
90. Esto no significa
igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que
implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización
de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad.
Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad
que nos interpela[68].
A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana,
y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender
la igual dignidad entre los seres humanos. Es verdad
que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente.
Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre
nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros.
Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades
reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen,
ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de
desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo
en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido
con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres
de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación
por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico
de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante
la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro
ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente.
No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios por las criaturas,
añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».
Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida
al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas
de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una
comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente,
también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de
este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros
seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar
a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo
ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos
considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de
la realidad: «Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente
ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer
nuevamente en el reduccionismo»[70]. Todo
está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas
en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada
una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a
la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y
no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común,
cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en
una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por
consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que
tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio
de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y,
por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento
social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»[71].
La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la
propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada.
San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha
dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes,
sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72].
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre
un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales
y sociales, económicos y políticos, incluidos los
derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda
claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad
privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava
siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general
que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar
este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona
seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre
tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22, 2); «Él
mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6, 7) y «hace salir su sol sobre malos
y buenos» (Mt 5, 45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron
los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote
racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia
de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado
para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación
técnica, créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente
es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos.
Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos,
cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso,
los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás»
cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida
que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para
sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la
fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre (cf.
Mt 11, 25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer
la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con
una conmovedora ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se
venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado
ante Dios» (Lc 12, 6). «Mirad
las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre
celestial las alimenta» (Mt 6, 26).
97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay
en el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le
prestaba una atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de
su tierra se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba
a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos
y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4, 35).
«El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en
su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las
hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13, 31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban:
«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8, 27). No
aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de
la vida. Refiriéndose
a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es
un comilón y borracho» (Mt 11, 19). Estaba lejos de las filosofías
que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos
dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores
cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba
con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle
forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida
fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración
alguna: «¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6, 3). Así santificó
el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo
II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado
por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención
de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda
la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de
todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1, 16)[80]. El prólogo
del Evangelio de Juan (1, 1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra
divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta
Palabra «se hizo carne» (Jn 1, 14). Una Persona de la Trinidad se insertó
en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del
mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera
de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento
no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y amable con todo
el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la creación
con su señorío universal: «Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso
reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo
la paz por la sangre de su cruz» (Col 1, 19-20). Esto nos proyecta al final
de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y «Dios sea todo
en todos» (1 Co 15, 28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se
nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve
misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo
y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de
su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá
describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica.
Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice
la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión
propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar
del ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico
nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de
cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil,
el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente,
la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías. Es
justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias posibilidades
que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia y la tecnología son
un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios»[81]. La modificación
de la naturaleza con fines útiles es una característica de la humanidad desde sus
inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación
gradual de ciertos condicionamientos materiales»[82]. La tecnología
ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos
dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina,
la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de
muchos científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un desarrollo
sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas realmente
valiosas para mejorar la calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos
útiles hasta grandes medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos.
También es capaz de producir lo bello y de hacer «saltar» al ser humano inmerso
en el mundo material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión,
o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y musicales logradas con
la utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza
del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a
una cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos
ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento
de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo
poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder
económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad
y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza
que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo.
Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue
tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios
al servicio de la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra
posee un instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede
llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña
parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer
«que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad,
de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente
del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»[84], porque
el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser
humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a desarrollar
una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la
humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la posibilidad
de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente» cuando no está «sometido
a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos
de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando
se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas,
del egoísmo, de la violencia.
En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder,
que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de
mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una
cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida
abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como
la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma
homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que progresivamente,
en el proceso lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera.
Ese sujeto se despliega en el establecimiento del método científico con su experimentación,
que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio y transformación. Es como
si el sujeto se hallara frente a lo informe totalmente disponible para su manipulación.
La intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho
tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que
ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo
permite, como tendiendo la mano.
En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de
las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la
realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado
de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa
fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado
tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad
infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más
allá del límite. Es el presupuesto falso de que «existe una cantidad ilimitada de
energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que
los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del
mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la
metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que
condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos
de la aplicación de este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan
en la degradación del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo
que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer
que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado
que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales
en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones,
que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida
social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural
y servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma
tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos,
y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió
contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en
parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador.
De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea
lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige
ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más
extremo de la palabra»[87]. Por eso «intenta
controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad
de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa
de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático
también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía
asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a
eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la
economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y
con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental. En algunos
círculos se sostiene que la economía actual y la tecnología
resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguajes
no académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente
se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una cuestión de teorías económicas,
que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su instalación en el desarrollo
fáctico de la economía.
Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos,
cuando no parece preocuparles una justa dimensión de la producción, una mejor distribución
de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones
futuras. Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios
es suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral
y la inclusión social[89]. Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista,
que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»[90], y no se
elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que
permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos. No se
termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes,
que tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social
del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización
propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La fragmentación
de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas, pero
suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las relaciones que existen
entre las cosas, del horizonte amplio, que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide
encontrar caminos adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo
actual, sobre todo del ambiente y de los pobres, que no se pueden abordar desde
una sola mirada o desde un solo tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer
soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado
el conocimiento en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética
social. Pero este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden
reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse
a las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como el principal recurso
para interpretar la existencia.
En la realidad concreta que nos interpela, aparecen diversos síntomas
que muestran el error, como la degradación del ambiente, la angustia, la pérdida
del sentido de la vida y de la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad
es superior a la idea»[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación
del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería
ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un
estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance
del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas
pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio
técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están
entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad
humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro
tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral. La liberación del
paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo,
cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no consumista.
O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los problemas concretos
de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con más dignidad y menos sufrimiento.
También cuando la intención creadora de lo bello y su contemplación logran superar
el poder objetivante en una suerte de salvación que acontece en lo bello y en la
persona que lo contempla. La auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis,
parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente,
como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente,
a pesar de todo, brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no
confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo
y de las capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la ciencia y
de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra
que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco
se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la tecnología. La humanidad
se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra
una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace
difícil detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja
el espíritu de una época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el espíritu
de la técnica globalizada, donde la permanente novedad de los productos se une a
un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos
por los fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación
vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una
valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino
que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones
o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver
a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar
la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la
vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo
moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad,
porque este ser humano «ni siente la naturaleza como norma válida, ni menos aún
como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto
de una tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo que con ello suceda»[92].
De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser
humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí
mismo y termina contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada
por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que
es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un
don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que
ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad
hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando
toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso
ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites
que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social
más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la antropología cristiana pudo
llegar a respaldar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con
el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de dominio sobre el mundo
que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles.
En cambio, la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como «señor»
del universo consiste en entenderlo como administrador responsable[94].
117. La falta de preocupación
por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo
el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza
lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma
el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacitad -por
poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma
naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad
y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona,
porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación,
el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118.
Esta situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de
la exaltación tecnocrática que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta
la reacción de negar todo valor peculiar al ser humano. Pero no se puede prescindir
de la humanidad. No
habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología
sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada sólo un ser
más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico,
«se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad»[96]. Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso
a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo desajuste que no
sólo no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No puede exigirse al ser
humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al mismo
tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.
119.
La crítica al antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en
un segundo plano el valor de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica
es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual
de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza
y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el pensamiento
cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por encima de las demás criaturas,
da lugar a la valoración de cada persona humana, y así provoca el reconocimiento
del otro. La apertura a un «tú» capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la
gran nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el mundo
creado no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión
trascendente, su apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación
con el ambiente aislada de la relación con las demás personas
y con Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y
un asfixiante encierro en la inmanencia.
120.
Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa
de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo
para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos,
si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva
vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social»[97].
121.
Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas
dialécticas de los últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su
identidad y al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y
se reexpresa en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar
así su eterna novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo
desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que
caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»[99]. Cuando
el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta
a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por eso
no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático
y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo
donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos.
Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas
actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación
social.
123. La cultura del
relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra
y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola
en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual
de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los propios intereses.
Es también la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las fuerzas invisibles
del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la
naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos,
fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades
inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad
organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles
de animales en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica
la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres?
Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo
desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos
pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes para
evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura
la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios
universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias
y como obstáculos a evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya
al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente
desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos
que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín
recién creado (cf. Gn 2, 15) no sólo para preservar lo existente (cuidar),
sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros
y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38, 34). En realidad, la intervención
humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada
de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar
las potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas
y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38, 4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser
humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción
del trabajo porque, si hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas,
aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos
sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad
que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe
social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de trabajo
tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer
con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa
de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también
una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo,
en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos.
126. Recojamos también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo
favorecía en cierto modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia
urbana. Por eso, los monjes buscaban el desierto, convencidos de que era el lugar
adecuado para reconocer la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia
propuso que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura
con el trabajo manual (ora et labora ). Esta introducción
del trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió
a buscar la maduración y la santificación en la compenetración entre el recogimiento
y el trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos
del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la
vida económico-social»[100]. No
obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de respetar,
se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101]. Conviene
recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable
de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual»[102]. El
trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen
en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro,
el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los
demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial,
más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad
económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del
acceso al trabajo por parte de todos»[103].
128. Estamos llamados
al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico
reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a
sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra,
camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido,
ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través
del trabajo. Pero la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance
tecnológico para reducir costos de producción en razón de la disminución de los
puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción
del ser humano puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos
de trabajo «tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones
de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda
convivencia civil»[104]. En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes económicos
y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos»[105]. Dejar de
invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio
para la sociedad.
129. Para que siga siendo
posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad
productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de sistemas
alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte
de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua,
y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza
y recolección silvestre o pesca artesanal. Las economías de escala, especialmente
en el sector agrícola, terminan forzando a los pequeños agricultores a vender sus
tierras o a abandonar sus cultivos tradicionales. Los intentos de algunos de ellos
por avanzar en otras formas de producción más diversificadas terminan siendo inútiles
por la dificultad de conectarse con los mercados regionales y globales o porque
la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las grandes empresas.
Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar
medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva.
Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien,
a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder
financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales
impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso
al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La actividad
empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar
el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde
instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de
trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la creación que he tratado
de proponer, queda claro que la persona humana, con la peculiaridad de su razón
y de su ciencia, no es un factor externo que deba ser totalmente excluido. No obstante,
si bien el ser humano puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de ellos
cuando es necesario para su vida, el Catecismo enseña que las experimentaciones
con animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites razonables y contribuyen
a cuidar o salvar vidas humanas»[106]. Recuerda
con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad
humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas»[107]. Todo
uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II,
quien resaltaba los beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que
«manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar responsablemente
en la acción creadora de Dios», pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención
en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas»[109]. Expresaba
que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de la biología
molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación tecnológica
en la agricultura y en la industria»[110], aunque
también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada manipulación genética»[111] que
ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible frenar
la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el despliegue de su
capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen especiales dones
para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capacidades han sido donadas
por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar de replantearse
los objetivos, los efectos, el contexto y los límites éticos de esa actividad humana
que es una forma de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería
situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los vegetales
y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la biotecnología,
en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto
de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica,
desarrollada de manera independiente con respecto a los intereses económicos, puede
enseñar acerca de las estructuras biológicas y de sus posibilidades y mutaciones.
En todo caso, una intervención legítima es aquella que actúa en la naturaleza «para
ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir
un juicio general sobre el desarrollo de organismos genéticamente modificados (OMG),
vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden
ser muy diversos entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte,
los riesgos no siempre se atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada
o excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas
por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la intervención humana
son un fenómeno moderno. La domesticación de animales, el cruzamiento de especies
y otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas pueden incluirse en estas
consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los desarrollos científicos de cereales
transgénicos estuvo en la observación de una bacteria que natural y espontáneamente
producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos
procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la velocidad que imponen los
avances tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desarrollo
científico de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían
causar los cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización
ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades
importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción
de estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas en manos
de pocos debido a «la progresiva desaparición de pequeños productores que, como
consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse
de la producción directa»[113]. Los
más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales
terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la
frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas,
disminuye la diversidad productiva y afecta el presente y el futuro de las economías
regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios
en la producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la
dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que terminaría
obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante, que lleve a considerar
todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica
y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible
y de llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad
de la información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean
políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio equilibrado
y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las variables atinentes.
Es preciso contar con espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo se pudieran
ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores, autoridades,
científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan
exponer sus problemáticas o acceder a información amplia y fidedigna para tomar
decisiones tendientes al bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental
de carácter complejo, por lo cual su tratamiento exige una mirada integral de todos
sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas
líneas de investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte,
es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad
del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica,
a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar
que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos.
Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su
desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos,
termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la
técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está
íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga
en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos detengamos ahora
a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore
claramente las dimensiones humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes
y el ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir
acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad
para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más insistir
en que todo está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes entre sí,
y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar por separado.
Así como los distintos componentes del planeta -físicos, químicos y biológicos-
están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca
terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética
se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados
pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una
visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una
relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide
entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra
vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.
Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento
de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender
la realidad. Dada
la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica
e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales
que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas
sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola
y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación
integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente
para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a
la hora de determinar el impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve
indispensable dar a los investigadores un lugar preponderante y facilitar su interacción,
con amplia libertad académica. Esta investigación constante debería permitir reconocer
también cómo las distintas criaturas se relacionan conformando esas unidades mayores
que hoy llamamos «ecosistemas». No los tenemos en cuenta sólo para determinar cuál
es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco independiente de ese
uso. Así como cada organismo es bueno y admirable en sí mismo por ser una criatura
de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto armonioso de organismos en un espacio determinado,
funcionando como un sistema. Aunque no tengamos conciencia de ello, dependemos de
ese conjunto para nuestra propia existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen
en el secuestro de anhídrido carbónico, en la purificación del agua, en el control
de enfermedades y plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos
y en muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto,
muchas personas vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir de
una realidad que nos ha sido previamente regalada, que es anterior a nuestras capacidades
y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de «uso sostenible», siempre hay
que incorporar una consideración sobre la capacidad de regeneración de cada ecosistema
en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos
y a homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por
eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad
de manera más amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir
parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»[114]. Pero
al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por
sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral
e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis
de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada
persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los demás
y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los diversos
mundos de referencia social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior
a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de
una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana:
«Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales»[116]. En ese sentido,
la ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las
distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando
por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada
uno de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos, como
la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios
países se rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de
las poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese estado de cosas. Tanto
en la administración del Estado, como en las distintas expresiones de la sociedad
civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran con excesiva
frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser dictadas en forma correcta,
pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede esperarse entonces que la legislación
y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces? Sabemos,
por ejemplo, que países poseedores de una legislación clara para la protección de
bosques siguen siendo testigos mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además,
lo que sucede en una región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las
demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedades opulentas
provoca una constante y creciente demanda de productos originados en regiones empobrecidas,
donde se corrompen conductas, se destruyen vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico
y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una
base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas
ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir.
Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo
su identidad original. Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas
culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama
prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas
con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el
lenguaje popular. Es la cultura no sólo en el sentido de los monumentos del pasado,
sino especialmente en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse
a la hora de repensar la relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes
de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar
la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad. Por eso,
pretender resolver todas las dificultades a través de normativas uniformes o de
intervenciones técnicas lleva a desatender la complejidad de las problemáticas locales,
que requieren la intervención activa de los habitantes. Los nuevos procesos que
se van gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde
afuera, sino que deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y el mundo
son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones
meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las
problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los derechos
de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social
supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado
protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura. Ni
siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse
dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación
del medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia locales,
sino también con capacidades sociales que han permitido un modo de vida que durante
mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La desaparición
de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal
o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción
puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las
comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría
entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre
todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para
ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados
que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para
sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente
ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto
de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos
extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza
y de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
147. Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar
que se produzca una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto implica
analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas. Los escenarios
que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A
la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en
nuestro barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra identidad. Nos esforzamos
para adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado
de contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar
configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos
que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos
de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden
y la precariedad. Por
ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los edificios están muy deterioradas,
hay personas que cuidan con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten
cómodas por la cordialidad y la amistad de la gente. La vida social positiva
y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un ambiente aparentemente desfavorable.
A veces es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en medio
de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida por la aglomeración en
residencias y espacios con alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan
relaciones humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del
ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida por
una red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un
infierno y se convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la carencia extrema que se vive en algunos
ambientes que no poseen armonía, amplitud y posibilidades de integración facilita
la aparición de comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas por
parte de organizaciones criminales. Para los habitantes de barrios muy precarios,
el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes
ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas antisociales
y la violencia. Sin
embargo, quiero insistir en que el amor puede más. Muchas personas en estas condiciones
son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento
en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las
barreras del egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele
provocar reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes
diseñan edificios, barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de
diversas disciplinas que permitan entender los procesos, el simbolismo y los comportamientos
de las personas. No basta la búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso
todavía es el servicio a otra belleza: la calidad de vida de las personas, su adaptación
al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan importante que
las perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis del planeamiento
urbano.
151. Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los
hitos urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación
de arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene
y nos une. Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas
y que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse
en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio compartido
con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural debería considerar
cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que es percibido por los
habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de significados. Así los otros
dejan de ser extraños, y se los puede sentir como parte de un «nosotros» que construimos
juntos. Por esta misma razón, tanto en el ambiente urbano como en el rural, conviene
preservar algunos lugares donde se eviten intervenciones humanas que los modifiquen
constantemente.
152. La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto
en las zonas rurales como en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales
sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres,
sino una gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para acceder a una
vivienda propia. La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad
de las personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de
la ecología humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos
de casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar
y expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados
peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir más
sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información adecuada
y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar directamente a
los interesados»[118]. Al
mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar los barrios precarios en
una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor
de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico,
están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!»[119].
153. La calidad de vida
en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes
sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles utilizados
por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de
contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no renovable y
se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento
que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de
priorizar el transporte público. Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán
pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte,
que en muchas ciudades significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración,
a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El reconocimiento
de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta con la vida caótica
que deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero esto no debería hacer perder
de vista el estado de abandono y olvido que sufren también algunos habitantes de
zonas rurales, donde no llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin derechos ni expectativas
de una vida más digna.
155. La ecología humana
implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano
con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un
ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque
«también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular
a su antojo»[120]. En esta línea, cabe reconocer
que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con
los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria
para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras
una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces
sutil de dominio sobre la
creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a
respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También
la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para
reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible
aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador,
y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda
«cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con
la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana
es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central
y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social
que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno
y más fácil de la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone
el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables
ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo
de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre
ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente,
el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un
cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva,
cuya violación siempre genera violencia. Toda la sociedad -y en ella, de manera
especial el Estado- tiene la obligación de defender y promover el bien común.
158. En las condiciones
actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más
las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del
bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en
un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta
opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra,
pero, como he intentado expresar en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium[123],
exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas
convicciones creyentes. Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy
es una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien
común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas internacionales
han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento
de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros.
Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional.
Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras,
entramos en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde
un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual.
No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia,
ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos
de Portugal han exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa
en la lógica de la recepción.
Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a
la generación siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo
queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta
no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión
de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos
sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo
esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr
efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente
a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta
tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia
dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable
para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto
pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones
catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones
podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo,
de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades
del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo
puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en
diversas regiones. La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende
de lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si pensamos en la responsabilidad que
nos atribuirán los que deberán soportar las peores consecuencias.
162. La dificultad para
tomar en serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural, que
acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno corren
el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos problemas
sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los
lazos familiares y sociales, con las dificultades para el reconocimiento del otro.
Muchas veces hay un consumo inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los
propios hijos, quienes tienen cada vez más dificultades para adquirir una casa propia
y fundar una familia. Ademas, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las
futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses
actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente
a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos
años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso, «además de la
leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral
de una renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar
la situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que se observan en el
planeta que habitamos, como en las causas más profundamente humanas de la degradación
ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad en sí misma ya nos indica la
necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones, intentemos ahora
delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción
en la que nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades,
se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad
como pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa
únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos de vida,
producción y consumo afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones
se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses
de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo,
en un proyecto común. Pero la misma inteligencia que se utilizó para un enorme
desarrollo tecnológico no logra encontrar formas eficientes de gestión internacional
en orden a resolver las graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar
los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados,
es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura
sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco contaminantes
de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a promover una gestión más
adecuada de los recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua
potable.
165. Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes
-sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas- necesita
ser reemplazada progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo
de energías renovables, que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por lo
menos malo o acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional
no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben soportar
los costos de la transición energética. En las últimas décadas, las cuestiones ambientales
han generado un gran debate público que ha hecho crecer en la sociedad civil espacios
de mucho compromiso y de entrega generosa. La política y la empresa reaccionan con
lentitud, lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales. En este sentido
se puede decir que, mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea
recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la
humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad
sus graves responsabilidades.
166. El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido
por el esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil. No sería posible
aquí mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias
a tanta entrega, las cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en
la agenda pública y se han convertido en una invitación constante a pensar a largo
plazo. No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años
no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron
acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de
Janeiro. Allí se proclamó que «los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones
relacionadas con el desarrollo sostenible»[126]. Retomando
contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la cooperación internacional
para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de quien contamina
de hacerse cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental
de toda obra o proyecto. Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones
de gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento global.
También elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad
biológica, declaró principios en materia forestal. Si bien aquella cumbre fue verdaderamente
superadora y profética para su época, los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación
porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica
y de sanción de los incumplimientos. Los principios enunciados siguen reclamando
caminos eficaces y ágiles de ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el
Convenio de Basilea sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación,
estándares y controles; también la Convención vinculante que regula el comercio
internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye misiones
de verificación del cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de Viena para
la protección de la capa de ozono y a su implementación mediante el Protocolo de
Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece haber
entrado en una fase de solución.
169. En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con
la desertificación, los avances han sido mucho menos significativos. En lo relacionado
con el cambio climático, los avances son lamentablemente muy escasos. La reducción
de gases de efecto invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad,
sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes. La Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro
2012) emitió una extensa e ineficaz Declaración final. Las negociaciones internacionales
no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian
sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán las consecuencias
que nosotros intentamos disimular recordarán esta falta de conciencia y de responsabilidad.
Mientras se elaboraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una particular intensidad.
Los creyentes no podemos dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones
actuales, de manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de
imprudentes retardos.
170. Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes
buscan la internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de imponer
a los países de menores recursos pesados compromisos de reducción de emisiones comparables
a los de los países más industrializados. La imposición de estas medidas perjudica
a los países más necesitados de desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia
envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta por
lo más débil. Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir durante
mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas estrictas, algunos países con escasos
recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya se están produciendo
y que afectan sus economías. Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes
pero diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia,
«los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa
de una enorme emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar
a la solución de los problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de compraventa de «bonos de carbono» puede dar lugar
a una nueva forma de especulación, y no servir para reducir la emisión global de
gases contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con la
apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera
implica un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse
en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y
sectores.
172. Los países pobres
necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social
de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso de consumo de algunos
sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción. También
es verdad que deben desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía,
pero para ello requieren contar con la ayuda de los países que han crecido mucho
a costa de la contaminación actual del planeta. El aprovechamiento directo de la
abundante energía solar requiere que se establezcan mecanismos y subsidios de modo
que los países en desarrollo puedan acceder a transferencia de tecnologías, asistencia
técnica y recursos financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones
concretas, ya que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los
sistemas con el contexto para el cual fueron diseñados»[128].
Los costos serían bajos si se los compara con los riesgos del cambio climático.
De todos modos, es ante todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de todos
los pueblos.
173. Urgen acuerdos
internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales para
intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar la soberanía
de cada uno, pero también establecer caminos consensuados para evitar catástrofes
locales que terminarían afectando a todos. Hacen falta marcos regulatorios
globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el
hecho de que países poderosos expulsen a otros países residuos e industrias altamente
contaminantes.
174. Mencionemos también
el sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo diversas convenciones
internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia de severos mecanismos
de reglamentación, control y sanción terminan minando todos los esfuerzos. El creciente
problema de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas más allá de
las fronteras nacionales continúa planteando un desafío especial. En definitiva,
necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los
llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica
que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento
global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos
una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción
de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI,
mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario
de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión
económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre
la política. En
este contexto, se vuelve indispen-sable la maduración de instituciones internacionales
más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente
por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Como
afirmaba Benedicto XVI en la línea ya desarrollada por la doctrina social de la
Iglesia, «para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas
por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes,
para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para
garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la
presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por
mi Predecessor, [san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva,
la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias
internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando
a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores
y perdedores entre los países, sino también dentro de los países pobres, donde deben
identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las cuestiones relacionadas con
el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde las
diferencias entre los países, sino que requieren prestar atención
a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable de las capacidades
humanas, son funciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar
y sancionar dentro de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia
su devenir en un contexto de constantes innovaciones tecnológicas? Un factor que
actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para las
conductas admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer una sociedad
sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución, regulaciones adecuadas,
vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción, acciones de
control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos productivos,
e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales. Hay una creciente
jurisprudencia orientada a disminuir los efectos contaminantes de los emprendimientos
empresariales. Pero el marco político e institucional no existe sólo para evitar
malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular
la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales
y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones
consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo
a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población
con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones
extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la
agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida
así que «el tiempo es superior al espacio»[130], que
siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por
dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles,
se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder
político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para la explotación
de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta
de excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial existente
se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer
una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte
sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa,
un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los
hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones
aborígenes.
Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere
una decisión política presionada por la población. La sociedad,
a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar
a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos.
Si los ciudadanos no controlan al poder político -nacional, regional y municipal-,
tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra parte, las legislaciones
de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre poblaciones vecinas
para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites
específicos de cada país o región. También es verdad que el realismo político puede
exigir medidas y tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas del diseño
y la aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales
y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de energía.
Esto implica favorecer formas de producción industrial con máxima eficiencia energética
y menos cantidad de materia prima, quitando del mercado los productos que son poco
eficaces desde el punto de vista energético o que son más contaminantes. También
podemos mencionar una buena gestión del transporte o formas de construcción y de
saneamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación.
Por otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación del
consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje, a la protección
de especies y a la programación de una agricultura diversificada con rotación de
cultivos. Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante
inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o
nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles.
Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan
los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de
la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las
políticas relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente cada
vez que cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos
inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados dentro del actual período de
gobierno. Por eso, sin la presión de la población y de las instituciones siempre
habrá resistencia a intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que
un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican, no responde
a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual,
pero si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado
como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad.
Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las
instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar
presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar que los mejores mecanismos
terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una comprensión
humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una orientación noble y
generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos
requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción,
que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele
llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a la elaboración
de un proyecto productivo o de cualquier política, plan o programa a desarrollarse.
Tiene que insertarse desde el principio y elaborarse de modo interdisciplinario,
transparente e independiente de toda presión económica o política. Debe conectarse
con el análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud
física y mental de las personas, en la economía local, en la seguridad. Los resultados
económicos podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en cuenta los escenarios
posibles y eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor para resolver
efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario alcanzar consensos
entre los distintos actores sociales, que pueden aportar diferentes perspectivas,
soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado
los habitantes locales, quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y para
sus hijos, y pueden considerar los fines que trascienden el interés económico inmediato.
Hay que dejar de pensar en «intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a políticas
pensadas y discutidas por todas las partes interesadas. La participación requiere
que todos sean adecuadamente informados de los diversos aspectos y de los diferentes
riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial sobre un proyecto,
sino que implica también acciones de seguimiento o monitorización constante. Hace
falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y políticas, sin reducirse
a considerar qué está permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al
bien común presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen
en una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada
decisión alternativa posible»[131]. Esto
vale sobre todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización de recursos
naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una modificación
significativa en el paisaje, en el hábitat de especies protegidas o en un espacio
público. Algunos proyectos, no suficientemente analizados, pueden afectar profundamente
la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones tan diversas entre sí como una
contaminación acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la pérdida
de valores culturales, los efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista,
que da prioridad al corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites demasiado
rápidos o consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas
deberían plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral:
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los
riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este examen hay
cuestiones que deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso
escaso e indispensable y es un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de
otros derechos humanos. Eso es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental
de una región.
186. En la Declaración
de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave o irreversible,
la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar
la adopción de medidas eficaces»[132]
que impidan la degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite
la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y
para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un
daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier
proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba,
ya que en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y contundente de
que la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes
lo habitan.
187. Esto no implica
oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la calidad de vida
de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede
ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos
elementos de juicio a partir de la evolución de la información, debería haber una
nueva evaluación con participación de todas las partes interesadas. El resultado
de la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un proyecto, pero también
podría ser su modificación o el desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones
sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos.
Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas
ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para
que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
189. La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse
a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy,
pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía,
en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la
vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a
la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma
un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar
nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera
de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta
a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa
y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios
obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La producción no es siempre racional, y
suele estar atada a variables económicas que fijan a los productos un valor que
no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas
mercancías, con un impacto ambiental innecesario, que al mismo tiempo perjudica
a muchas economías regionales[133]. La
burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que
no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que hace posible
que se diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente,
que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental
no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El
ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de
defender o de promover adecuadamente»[134]. Una
vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar
que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las
empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el
máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?
Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza,
en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas,
que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando se
habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de recursos
económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente el valor real
de las cosas, su significado para las personas y las culturas, los intereses y necesidades
de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando
a los demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano.
Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción
y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos
para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una
inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos
estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción más
innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata de abrir
camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana
y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor
orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva
para el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría
generar formas inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado;
podría mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La diversificación productiva
da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la
vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta sería una creatividad
capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano, porque es más digno
usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo
sostenible y equitativo, en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad
de vida. En cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear
formas de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo
y de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará
nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable
que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco
la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que
sea tarde. Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen
y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su
dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas
partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras
partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades tecnológicamente
avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad,
disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar
el modelo de desarrollo global»[136], lo
cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su
finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»[137]. No
basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera,
o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios
son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el
progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una
calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso. Por otra
parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye -por el
deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el
agotamiento de algunos recursos- en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco,
el discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo
y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de
las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las
empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de
maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es
una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco
que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la
tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que
implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es
decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de
los costos. Sólo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes
económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes
se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que
se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»[138].
La racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis estático de la realidad en función de necesidades actuales, está presente tanto
cuando quien asigna los recursos es el mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con
la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad para
el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo
exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Es verdad que
hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados. Pero no
se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra
lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual. La lógica que no permite
prever una preocupación sincera por el ambiente es la misma que vuelve imprevisible
una preocupación por integrar a los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista”
y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos
dotados puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral,
incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas veces
la misma política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por
la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no cumple su
rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y
detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta
dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de personas, narcotráfico
y violencia muy difíciles de erradicar. Si la política no es capaz de romper una
lógica perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos
sin afrontar los grandes problemas de la humanidad. Una estrategia
de cambio real exige repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con
incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica
subyacente en la cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir este
desafío.
198. La política y la
economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la
degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores
y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan
sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar
el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa
a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí también
vale que «la unidad es superior al conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener
que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el entramado de todas
las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar indebidamente sus confines
metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado, desaparecen la
sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón para percibir el
sentido y la finalidad de las cosas[141].
Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado
para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes
[…] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el
contexto de una creencia religiosa?»[142].
En realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de un
modo puramente abstracto, desligados de todo contexto,
y el hecho de que aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno
en el debate público. Los principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden
reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso
religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar
las ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad
pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia,
el sacrificio, la bondad. En
todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe
y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse
a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre
el amor, la justicia y la paz.
Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces
nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del
ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes
podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que
debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado
esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso
a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades
actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes,
y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado
al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes
de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias
mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y
la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio
saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También
se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos
ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica
nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que
requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es
superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD
ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen
que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta
la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido
por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones,
actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual
y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado
tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las
personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios.
El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre
lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas
de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados
en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional
y lo acertado»[144].
Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras
tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la
libertad son los que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero.
En esta confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de
sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia. Tenemos
demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual
del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece
formas de egoísmo colectivo»[145].
Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia,
acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más
necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible
que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese horizonte
un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a predominar en
una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en que no contradigan
las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de terribles
fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes
derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista,
sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo
podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces
de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por
el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales
que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a
la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad.
No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la
belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo
de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa
dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana
presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre
cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos
y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas
a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven
presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social
de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico»[146]. Por
eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada
uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa
de autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una
conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente
aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace
un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde
por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de
alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la
paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de
sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor,
no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para
evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse,
rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible
todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral
de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera
de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede
desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante
en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita
traducirse en nuevos hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria
de objetos o placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero
no se sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los países
que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan
admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo
consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos
ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo
estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y prevención
de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la
modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los distintos
niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los
demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios. La educación
ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una
ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces
de replantear los itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que
ayuden efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado
basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica»,
a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes
y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos,
aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos
importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad
la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación
personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de
sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita
consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción,
se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones
cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar
un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos
comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del
ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo
de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer,
tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir
un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias.
Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del
ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir
de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia
dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas
acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de
lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que
siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos
comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una
mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este
mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los
medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana
edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero
quiero destacar la importancia central de la familia, porque «es el ámbito donde
la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los
múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias
de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia
constituye la sede de la cultura de la vida»[149]. En
la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por
ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema
local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación
integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados
entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir «gracias» como expresión de una sentida valoración de las cosas
que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando
hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir
una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones
les compete un esfuerzo de concientización de la población. También
a la Iglesia. Todas
las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación.
Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque
para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para
el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que
está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar
los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos
a otros.
215. En este contexto,
«no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y
la preservación de un ambiente sano»[150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista.
Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño
que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo,
si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas
de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz
y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma
acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación
con la naturaleza. De
otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios
de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza
de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales
y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad. Quiero
proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de
las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias
en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas,
sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar
una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas
grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores
que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»[151].
Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado
las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada
del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que
se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos
exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores»[152],
la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también
tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa
de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente.
Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes.
Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar
todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el
mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es
parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un
aspecto secundario de la experiencia cristiana.
218. Recordemos el modelo
de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado como una
dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica
también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse
de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar la
conversión en términos de reconciliación con la creación: «Para realizar esta reconciliación
debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación
de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de
actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del corazón»[153].
219. Sin embargo, no
basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que
afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su
libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de
un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se
responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las
exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas
con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares
formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad
de realización»[154].
La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero
es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión
supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno
de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento
del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia
actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie
los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha […]
y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6, 3-4). También implica
la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar
con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente,
el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con
los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades
peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar
su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose
a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12, 1). No entiende
su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino
como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que
brota de su fe.
221. Diversas convicciones
de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer
el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo
de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido
en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser,
rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de
que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser
humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla
de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc
12, 6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos
a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz
de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas
y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado
que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
222. La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender
la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz
de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar
una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción
de que «menos es más». La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae
el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente
serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades
de comprensión y de realización personal. La espiritualidad cristiana propone un
crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la
simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades
que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no
poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de
placeres.
223. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora.
No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad,
quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí
y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada
persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple.
Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio
y la obsesión. Se
puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar
otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio,
en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la
naturaleza, en la oración.
La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos
atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la
vida.
224. La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva
en el último siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio
de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando múltiples
desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad
de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana,
de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición
de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad
de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y
al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si
nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su
lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está
bien o lo que está mal.
225. Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad
si no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad
consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia
de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de
la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un
estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad
de la vida. La
naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio
del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?
Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las
cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez
las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto
en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo
de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca
de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive
entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino
descubierta, develada»[155].
226. Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena
atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en
lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser
plenamente vivido. Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los
lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre
inquieto, «detuvo en él su mirada, y lo amó» (Mc 10, 21). Él sí que estaba
plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró
un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos
y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes
y después de las comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito
y lo vivan con profundidad.
Ese momento de la bendición, aunque
sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece
nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que
con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica
capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como
nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser
gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo
que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad
nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a
nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que
tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos
y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que
esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento
de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios
intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide
el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del
pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una
sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral
también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia,
del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado
es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil
y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo
mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente
de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a
«las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»[156]. Por
eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor»[157]. El
amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más
humana,
más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social -a nivel
político, económico, cultural-, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción»[158]. En este marco,
junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve
a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental
y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien
reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas
sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio
de la caridad y que de ese modo madura y se santifica.
232. No todos están
llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad
germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien
común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un
lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza),
para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor
se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así
una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo de
una identidad común, de una historia que se conserva y se transmite.
De esa manera se cuida el mundo y
la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo
conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias,
cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias
espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se
desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino,
en el rocío, en el rostro del pobre[159].
El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción
de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba
san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí
el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a
Dios en las criaturas exteriores»[160].
234. San Juan de la
Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «está
en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas
grandezas que se dicen es Dios»[161].
No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque el
místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así
«siente ser todas las cosas Dios»[162].
Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe
que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor: «Las montañas
tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas.
Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos,
umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave
canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso
en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos
son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte
en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar
el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos
con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza.
La mano que bendice es instrumento
del amor de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos
en el camino de la vida. El
agua que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.
No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con
Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana oriental:
«La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se
suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada, se muestra
por doquier: en las formas del templo, en los sonidos, en los colores, en las luces
y en los perfumes»[164]. Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material
encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha
incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen
de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad;
al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano
muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús,
hecho también él cuerpo para la salvación del mundo»[165].
236. En la Eucaristía
lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo,
hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio
de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos
encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro
vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo
encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto,
la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también
cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía
se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía
une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de
las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico,
«la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia
la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso,
la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones
por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
237. El domingo, la
participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones
del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo
es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia
es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda
la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios»[168]. De este
modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende
a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando
que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos
llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo
diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte
de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del
activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que
lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía
abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan
respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23, 12). El descanso es
una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás.
Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana
entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres.
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la
fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo,
que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando
se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente
presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos. El mundo
fue creado por las tres Personas como un único principio divino, pero cada una de
ellas realiza esta obra común según su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos
con admiración el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos,
creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad
contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a decir
que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica
que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza
«cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo
del hombre se había enturbiado»[170]. El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en sí una
estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada
si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el
desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.
240. Las Personas divinas
son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama
de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser
viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos
encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente[171].
Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización.
Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra
en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás
y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario
que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita
a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de
la Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre
que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así
como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del
sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas
por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las
criaturas cantan su belleza. Es la Mujer «vestida de sol, con la luna bajo sus pies,
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). Elevada al cielo,
es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado,
parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo guarda
en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba» cuidadosamente (cf Lc
2, 19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso
podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella,
en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió
a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia
de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece como un hombre justo,
trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge también una gran ternura, que no es
propia de los débiles sino de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad
para amar y servir humildemente. Por eso fue declarado custodio de la Iglesia universal.
Él también puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad
y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos
cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13, 12) y podremos
leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros
de la plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia
la nueva Jerusalén,
hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas»
(Ap 21, 5). La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura,
luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres
definitivamente liberados.
244. Mientras tanto,
nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo
lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las
criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo tiene
un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado
inicio, al que es su Creador»[172].
Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta
no nos quiten el gozo de la esperanza.
245. Dios, que nos convoca
a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos
para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida
que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente
a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado
sea.
* * *
246. Después de esta
prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones, una que
podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente, y otra para
que los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea
el Evangelio de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el
universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura
todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza
de tu amor
para que cuidemos la vida y
la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados
de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores
del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la
tierra.
Enséñanos a descubrir el valor
de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente
unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz
infinita.
Gracias porque estás con nosotros
todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra
lucha
por la justicia, el amor y la
paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas
tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia
y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas
las cosas.
Te formaste en el seno materno
de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos
humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el
amor del Padre
y acompañas el gemido de la
creación,
tú vives también en nuestros
corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y
nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos
íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en
este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta
tierra,
porque ninguno de ellos está
olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder
y del dinero
para que se guarden del pecado
de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan
a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están
clamando:
Señor, tómanos a nosotros con
tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor
y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad
de Pentecostés, del año 2015, tercero de mi Pontificado.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99
(2007), 73.
[15] Discurso
en Santa Bárbara, California
(8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as in Heaven: Ecological
Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New York
2012.
[18] Discurso «Global Responsibility and Ecological
Sustainability: Closing Remarks», I Vértice de Halki, Estambul (20 junio
2012).
[22] Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral
Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[24] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta pastoral What
is Happening to our Beautiful Land? (29 enero 1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente
y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida
(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales, Der
Klimawandel: Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer
Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (7 junio 2013), p. 12.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Global
Climate Change: A Plea for Dialogue, Prudence and the Common Good (15 junio
2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 471.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino
(24 abril 2005): AAS 97 (2005), 711.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft der
Menschheit. Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz zu Fragen der Umwelt und
der Energieversorgung (1980), II, 2.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre 2005), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2005), p. 20.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un mundo en camino
hacia su perfección última y que esto implica la presencia de la imperfección y
del mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
310.
[50] Cf.
Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de
Chardin; cf. Pablo VI, Discurso en un establecimiernto químico-farmacéutico
(24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan Pablo II, Carta
al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2
(2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en
Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua
española (31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá. Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta
pastoral You love all that exists... all things are yours, God, Lover of
Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón, Reverence for Life.
A Message for the Twenty-First Century (1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000), 5: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II. Finitude et culpabilité, Paris 2009, 2016
(ed. esp.: Finitud y culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja
e a questão ecológica (1992), 53-54.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la
relación del hombre con la naturaleza (21 enero1987).
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de México, Cuilapán (29
enero 1979), 6: AAS 71 (1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los agricultores en Recife, Brasil (7
julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino
paraguayo y la tierra (12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental
Issues, Wellington (1 septiembre 2006).
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas del Verbo» en el mundo;
cf. II Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de la ciencia, de la
cultura y de los altos estudios en la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima
(25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed. esp.: El
ocaso de la Edad Moderna,
Madrid 1958, 111-112).
[94] Cf.
Declaración Love for Creation. An Asian Response to the Ecological Crisis, Coloquio promovido por la
Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5
febrero 1993), 3.3.2.
[98] Cf.
Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50, 668 :
«Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate».
[110] Discurso a la
Pontificia Academia de las Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (8 noviembre 1981), p. 7.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea General
de la
Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76
(1984), 394.
[117] Algunos autores han mostrado los valores que suelen vivirse, por
ejemplo, en las «villas», chabolas o favelas de América Latina: cf. Juan Carlos
Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la lógica de la gratuidad», en Juan
Carlos Scannone y Marcelo Perine (eds.), Irrupción del pobre y quehacer
filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (17 abril 2015), p. 2.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade
solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente
y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida
(2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz, IV,
1, Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal para la Pastoral Social, Jesucristo,
vida y esperanza de los indígenas y campesinos (14 enero 2008).
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS 105
(2013), 577: «La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo
material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es
una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la
materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de
armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se
beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar abierto a la realidad,
en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto
que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a
darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a
maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de
la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la
ciencia».
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid
1958, 87).
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino
(24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de Australia, A New Earth –
The Environmental Challenge (2002).
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también
destacaba la necesidad de no separar demasiado las criaturas del mundo de la
experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace falta criticar
prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay un secreto
sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados
llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el
agua que corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los
pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el
gemido de los afligidos…» (Eva De
Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme, Paris 1978, 200).
[169] Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
No hay comentarios:
Publicar un comentario