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sábado, 22 de junio de 2013

Carta a un cristiano descorazonado

Querido amigo:

Ayer me dijiste que querías apearte andando de este mundo, que los pilares de la sociedad se tambalean. Ya ni el rey, ni el ejército, ni la política, ni la Iglesia son de fiar. Sobre todo la Iglesia, “mi Iglesia –me decías- está en la picota”. Primero la pederastia, luego las noticias sobre el robo de los niños y ahora la filtraciones vaticanas que revelan corrupción interna y juegos de poder. Eso en medio de la obsesión económica que, con la crisis, todo lo domina.

Por desgracia no ere tú el único que se desmoraliza y escandaliza. Piensan que si la Iglesia, que es la única barca de salvación, con la que cuentan también zozobra, ¿qué nos queda?

Pero la pregunta, amigo mío, no es en realidad qué nos queda, sino a dónde nos hemos agarrado. Hay gente, por ejemplo, que concibe la fe como una moral, un cumplimiento de normas, que es un pasaporte para alcanzar la vida eterna. Otros conciben la Iglesia como una guardería de adultos, entre cuyos muros se sienten seguros, se liberan de los riesgos. No faltan los que confunden la Iglesia con sus administradores, el restaurante con los camareros, y si los obispos, los sacerdotes o las monjas les decepcionan, se les cae el sombrajo.

Recuerdo que, cuando era niño, y jugábamos en el cole a la pelota los curas llevaban sotana. Un día cuando uno de los profesores del colegio le dio una patada al balón, se le vieron los pantalones. Entonces un chaval gritó: “Ahí va, mira, si lleva un hombre debajo”. Pensaba que debajo de la sotana los curas eran macizos como las figuritas del belén. Aquello me hizo reflexionar. No te digo nada, cuando después, al hacerme cura los conocí más de cerca. Me he tropezado con grandes santos, grandes pecadores y gente del montón, como yo mismo.

Desde entonces sólo me apoyo en Jesús de Nazaret. No entendido sólo como personaje histórico que aportó al mundo su Palabra y enseñanzas. Sino el Cristo total, el Cristo vivo que se hace visible hoy en el amor a los hermanos y se comunica con su Espíritu entre la gente. Ese no te falla y te resitúa en la verdad.

Pero ¿qué es la verdad?, te preguntas escéptico como Pilato. La verdad no son los dogmas, ni las cartas pastorales del Papa o los obispos, ni lo que dice el cura en la homilía, aunque todo eso te pueda ayudar e inspirar. “El reino de Dios dentro de vosotros está”, exclama Jesús. Desde la adhesión a él uno es capaz de despertar y situarse en una zona donde la barca nunca se hunde ni nada ni nadie pueda acabar descorazonándote. Es lo que Juán, el discípulo predilecto, llama en su Evangelio la “vida definitiva” (me gusta más esta traducción que la de vida eterna). Uno, al dar su adhesión a Jesús y al estilo de su reino se sitúa en esa Vida con mayúscula, esa agua que quita la sed, ese pan que sacia y se multiplica, ese amor que libera.

Por eso no me turba la Iglesia de los Borgia en el Renacimiento, donde corría la sangre y el veneno, ni me quita el sueño que un mayordomo, un obispo o un cardenal venda papeles secretos y luche por el poder en que se ha convertido empuñar el timón de la barca de Pedro. Sé que además de ellos hay gente humilde y de fe en la comunidad que le sigue, la asamblea, la Iglesia, su frágil barca.

Yo no abandono la barca, continúo ahí en la popa, recostado en el pecho de un Jesús que duerme, pero al que siento le late el corazón.

No sé si estas palabras te habrán ayudado o no. En todo caso, gracias, amigo, por leerlas.

Un abrazo de Pedro Miguel Lamet

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