Páginas

sábado, 14 de abril de 2012

Obispos con orejeras


Mientras algunos curas callan o se quejan entre amigos, surge la voz clara de otros laicos que nos ayudan a reflexionar sobre el "nuevo" papel de la jerarquía en Euskal Herria y su conocimiento y uso de la Doctrina Social de la Iglesia. Estemos o no de acuerdo, un aporte que nos envía Sebas Gartzia Trujillo.


Las orejeras sirven para limitar el campo de visión. No son exclusivas de los animales. Durante siglos, ha habido monjas que han usado una toca alargada en forma de tubo para no ver del mundo sino lo estrictamente necesario. En la actualidad, algunos monjes suelen llevar una capucha que, además de protegerles del frío, les limita el campo de percepción del entorno. Y, sin embargo, si queremos percibir las cosas o analizar las cuestiones debatidas en su auténtica dimensión, no nos queda otra alternativa que la de mirarlas y remirarlas desde todas las perspectivas posibles, escuchar a los que saben, estar abiertos a todos los que padecen de cerca la situación que tratamos de aclarar.

Hago esta reflexión a raíz de la homilía que el Sr. Munilla pronunció en la basílica de Arantzazu el sábado 31 de marzo, en la que el obispo de San Sebastián resume su pensamiento y su actitud acerca de la pacificación y reconciliación en Euskal Herria. Demasiado tema para ser suficientemente captado con orejeras.
El tema de la pacificación y reconciliación en Euskal Herria exige ser analizado desde muchos puntos de vista, tomando en cuenta muchas cuestiones pendientes que, por lo visto y oído, no merecen la más mínima consideración del señor Munilla. Esto me parece sumamente grave e irresponsable tratándose de un señor propuesto por la jerarquía de la Iglesia católica para iluminar doctrinalmente a los católicos de Gipuzkoa, a no ser que el Sr. Munilla se considere pastor solo de una parte de los católicos guipuzcoanos.
 
 Lo de las orejeras del inicio viene a cuento porque en la exigencia de arrepentimiento y de reconocimiento del daño causado el señor Munilla coincide, punto por punto, nada menos que con el punto de vista del ministro del Interior del Estado español, lo que no parece una equiparación imbuida de espíritu evangélico. Que el señor Munilla y compañeros obispos de la comunidad autónoma solo tienen ojos para ver la situación de una parte de los implicados en la pacificación pendiente en que vivimos en Euskal Herria se confirma, además, en la nota que la Vicaría General de Bilbao envió a todas las parroquias de Bizkaia y que, según se dice, "se utilizará también en las Diócesis de San Sebastián y Vitoria". En dicha nota se pedía que, en la liturgia del Viernes Santo, se incluyera una oración expresa "por las víctimas de la violencia terrorista", cuyo texto se adjunta. Y no es que haya nada en contra de rezar por estas víctimas, solo que supone una exclusión de otras muchas víctimas, tan hijas de Dios como las anteriores -¿o no, señor Iceta?- y tan importantes como estas para ser tenidas en cuenta en el proceso de reconciliación en que todos estamos inmersos.

En la homilía del señor Munilla hay un párrafo que me parece de suma gravedad. "La Iglesia -dice- sigue el debate político sobre la pacificación desde una distancia prudencial, (porque) entendemos que existen cuestiones que deben ser discernidas desde las instancias políticas, ante las que la Iglesia no toma partido". Esta frase supone un torpedo en la línea de flotación de la Doctrina Social de la Iglesia, una de cuyas enseñanzas fundamentales es que "los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común" (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christi fideles laici, n. 42). O bien el señor Munilla identifica Iglesia con jerarquía -lo que no es un error menor-, o bien no conoce sino superficialmente las enseñanzas fundamentales del Concilio Vaticano II, ni del Catecismo de la Iglesia católica (ver n. 897-913, en especial 989 y 909), del que se presenta como comentador oficioso.

Para los laicos cristianos -que también somos iglesia y no mera clase de tropa, como algunos parecen propiciar- participar en política "a distancia" es una infidelidad a la propia política y comporta una falta de conocimiento injustificable respecto de la realidad que se trata de humanizar. Por decirlo con un símil evangélico, es como la sal que si se vuelve sosa, "no sirve ni para el campo ni para el estercolero; hay que tirarla. Quien tenga oídos para oír que oiga" (Lucas, 14, 34).

Pero es que, además, ni el señor Munilla, ni el señor Rouco actúan "desde una distancia prudencial" cuando se trata de presionar, a nivel político, sobre temas que les son especialmente queridos: la defensa de la familia tradicional, el divorcio, las uniones homoxesuales, las células madre, la enseñanza de religión en las escuelas públicas... Pero si de lo que se trata es de iluminar desde el evangelio una respuesta de los cristianos sobre la reforma del mercado de trabajo propuesta por el Gobierno del PP, lo mejor según el señor Rouco, el señor Iceta, etc., es optar por la distancia prudencial, es decir, hacer mutis frente al posicionamiento a favor de la huelga de los movimientos católicos especializados en cuestiones laborales. Lo dicho, sal que se vuelve sosa.

El señor Munilla, por último, nos insta a que recemos por la reconciliación. No quitaré ni un ápice de esta recomendación, que me es grata; pero me queda una duda: ¿Qué es rezar para este señor? ¿De qué rezar, si no es de los problemas personales y de nuestro pueblo, de nuestra sociedad tan machacada y empobrecida? Cuando se reza por la pacificación, ¿cómo hacerlo si no es tratando de buscar en la palabra de Dios y en el apoyo de la comunidad creyente, la luz que nos clarifique el compromiso con la realidad tan enquistada de nuestro pueblo? 
Estos obispos están tratando de extender una espiritualidad que nos evade del mundo y deja en manos de la Virgen "el milagro de la sanación de tantas heridas abiertas por la violencia". Justo lo que no hizo el buen samaritano, es decir, Jesús de Nazaret, implicado directa y activamente en la curación del prójimo, frente a la "distancia prudencial" que tomaron el sacerdote y el levita que prefirieron abandonar al herido para refugiarse en la oración del Templo (Lucas 10, 30-37).

Sebas Gartzia Trujillo