Así pensaba el joven Paul Claudel, principiante de escritor, mientras caminaba triste hacia Notre Dame de París, en la húmeda mañana de la Navidad. Buscaba un tema para escribir, un motivo inspirador. Pero ¿quién sabe lo que buscaba? ¿Quién sabe lo que buscamos? Hacía poco que había leído las Iluminaciones del poeta Rimbaud, y le había producido un profundo sentimiento, casi físico, de presencia "sobrenatural". Hacía poco también que había muerto su abuelo, tras largos meses de un doloroso cáncer de estómago; desde entonces, la angustia y la obsesión de la muerte no lo abandonaban.
Siguió la misa sin mucho interés. Pero por la tarde, "no teniendo nada mejor que hacer", según nos cuenta él mismo, volvió a Notre Dame para asistir al oficio de Vísperas. Estaba de pie, entre la multitud, junto a la segunda columna del lado de la sacristía. Tarde gris de Navidad en París. Tarde oscura del corazón en la catedral iluminada. De pronto, el coro de niños, vestidos de roquetes blancos, entonó el Magníficat, que él no conocía: el canto de María, la madre de Jesús, el canto de los pobres, el salmo de los humildes, el himno de la Vida y de la Misericordia. "Entonces se produjo el acontecimiento que domina toda mi vida. En un instante, mi corazón fue tocado y creí. Tuve de repente el sentimiento penetrante de la inocencia, de la eterna infancia de Dios. Una revelación inefable". Y rompió a llorar. Y mientras el blanco coro de niños cantaba el Adeste, fideles, lloraba más y más. Y cuanto más lloraba, más se consolaba.
Eso es la Navidad: que todas las penas del mundo se transfiguren en lágrimas de consuelo, en lágrimas de compasión, hasta que las lágrimas transfiguren el mundo. Eso es lo esencial, y todo lo demás es anécdota, son imágenes y palabras. A veces, sin embargo, si las imágenes son bellas y las palabras son inspiradas, se convierten en llamitas de luz y de calor, en poemas que iluminan la noche, tanta noche como queda todavía.
Que te suceda eso mismo, amiga, amigo, como sea y donde fuere. Y lo llames como lo llames. Que contemples el Misterio como Inocencia y Ternura, que tus ojos se abran, que tu corazón se conmueva, que tus nudos se desaten, que tus lágrimas fluyan, que tus penas se consuelen. No importa que te suceda en el templo o en el monte. Delante del belén o delante de un árbol. Al son de villancicos o del canto del petirrojo en una tarde de invierno. Delante de un niño cualquiera, o tal vez delante de tu madre, tu querida madre tan mayorcita y enferma. Y no importa cómo lo digas, ni si eres creyente o agnóstico. Pero ¡ojalá te suceda!
Me sorprendo al pensar que el joven Claudel apenas sabía lo que es la Navidad cristiana. Sí, sabía -por la catequesis infantil y por la cultura ambiental- que se celebra el nacimiento de Jesús allá en Belén, y que en esa frágil figura de un recién nacido los cristianos adoran al mismísimo Dios, o a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre por nosotros y por nuestros pecados. Eso lo sabía, pero así no lo podía creer, y por eso lo olvidó. Pero aquel día de Navidad, por alguna razón, por la tristeza de su corazón o por la belleza del Magníficat o por la emoción de aquella multitud, perdida como él, de pronto todas sus penas y deseos más profundos se agolparon y los recuerdos más recónditos acudieron juntos a su memoria. Y se produjo la Revelación de lo indecible.
Era aquello mismo que el joven poeta había presentido meses atrás en los versos de Rimbaud. Pero ahora se le revelaba en su forma cristiana más bella: los ritos, los cánticos, los relatos de Navidad. Jesús, María y José. Los ángeles, los pastores, los magos. Belén, Belén, Belén. Dios es carne de niño, es carne de tierra. Dios es carne. Infancia eterna de Dios. El que no cabe en el universo cabe en el seno de una joven madre. El creador se cría al pecho de una mujer. El Amor eterno necesita ser mimado y abrazado como un niño. El Todo es nada, para que sepas que eres Todo. Es necesitado para que aprendas a dejarte socorrer, y aprendas así a socorrer. Está desamparado, para que tengas hogar, patria, calor. Yace en un pesebre, para que todas las criaturas podamos sentarnos en la gran mesa de toda la Tierra.
Eso es la Navidad en lenguaje cristiano, ¡qué bello lenguaje! Necesitamos palabras para hacer villancicos, como necesitamos instrumentos para crear sonidos. Pero el Misterio es más grande que todas las palabras. Algunos le llamamos Dios, y los cristianos lo reconocemos en la vida humana, sanadora y feliz, de Jesús de Nazaret. Su vida es para nosotros la gran Encarnación, desde el pesebre hasta la cruz. Es una pena que Claudel, a la vez que cristiano, se volviera tan conservador. Recuperemos la Navidad esencial, la Navidad de la Vida. En la vida de Jesús, hecha de carne sufriente y feliz, reconocemos los cristianos la Encarnación universal, más allá de todas las fronteras de espacio, de tiempo y de religión. La Encarnación de Dios en todos los mundos desde el primer Big Bang.
Todo esto que se ofrece ante mis ojos aquí en Arroa: la luz, la nube, la sombra; el aire, el agua, la tierra; la montaña, el valle, el río; el bosque, el prado, la viña (sí, aquella viña desnuda de txakolí, al fondo en la ladera); el árbol, el agua, la tierra; el aliso, el abedul, el laurel y la encina; el gorrión y el petirrojo, el reyezuelo y el zarcero, el urogallo solitario y la pareja de patos; orquídeas, ficus, ciclámenes y pensamientos; cristales, piedras, conchas y caracolas muertas (¿muertas?); y esa entrañable familia que pasea por el puente: Itziar y Víctor con Naira con sus ojitos negros y con sus labios que ya repiten todo lo que dice su madre, y con Aila el bobtail zalamero y juguetón que no deja de correr y de rozarse con los suyos al pasar (es su manera de decir cuánto se siento querido y cuánto les quiere)… ¿Qué es todo eso sino encarnación de Dios? Adoro a Dios en todo cuanto es, como al Niño Jesús.
Eso es la Navidad más allá de las formas: acoger y vivir la eterna Infancia o la Bondad eterna de Dios en todas las cosas, a pesar de todo.
A pesar de todas las crisis,
si podemos mecer a Dios
entre los brazos de María y José,
no hay motivo para tener miedo.
Dios está al alcance
de nuestra Esperanza.
si podemos mecer a Dios
entre los brazos de María y José,
no hay motivo para tener miedo.
Dios está al alcance
de nuestra Esperanza.
Pedro Casaldaliga
¿Navidad en tiempos de Crisis?
Victor Codina
Cristianisme i Justícia.
El occidente europeo, también España, estaba tan acostumbrado a
relacionar la Navidad con la abundancia del Estado de bienestar que
parecería que en la crisis económica actual la Navidad ya carece de
sentido. Navidad significaba suculentas comidas familiares, consumo,
compras, regalos exclusivos, juguetes sofisticados, calles iluminadas,
música de villancicos, viajes a esquiar en las vacaciones del solsticio
de invierno…y todo ello adornado con arbolitos verdes, pesebres con
musgo y artísticas figuras y algunos gestos de beneficencia para
tranquilizar la conciencia. La Navidad ha sido secuestrada por el
“sistema”.
En cambio ahora el panorama se ha
vuelto sombrío: crisis del euro, millones de parados, contratos basura,
miniempleos, reducción de gasto público en salud y educación, deudas,
hipotecas que no se pueden pagar, desahucios, emigrantes que regresan a
sus tierras de origen, comercios que cierran, protestas de los
indignados, angustiosa incógnita sobre el futuro que nos espera. Ahora
se ve necesario ponerse en el lugar del otro, compartir, incluso
organizar bancos de alimentos…
Quizás teníamos una imagen falsa de
la Navidad , algo romántico y dulzón, una felicidad inmediata y
facilona, muy gastronómica y burguesa, entre cantos de angelitos y
estrellas de papel de plata. Pero una lectura atenta de los evangelios
de la infancia de Jesús nos puede ayudar a descubrir que los relatos de
Mateo y Lucas, con su género literario propio, no tienen nada de
romanticismo acaramelado. Se habla de un pueblo sometido al imperio
romano, de un censo para recabar impuestos y leva de soldados, de una
pobre pareja que camina en la noche, de un nacimiento fuera del hogar y
de la posada, de pastores que no eran bien vistos en aquella sociedad,
de un rey que mata a niños inocentes y de una familia exiliada que huye
al destierro.
Y precisamente en este ambiente de
incertidumbre y oscuridad surge la luz de la esperanza de un Dios
entrañable y misericordioso que se hace Niño para que recuperemos el
verdadero sentido de la vida y de la verdadera felicidad, para que nos
humanicemos a la manera de Jesús. Es solo un comienzo, pero ya se
insinúa la alegría pascual de Jesús resucitado, la victoria sobre el
pecado y la muerte, el don del Espíritu.
Por esto en el Tercer mundo, en
América latina, concretamente en Bolivia, donde la vida es más dura y
se lucha por sobrevivir, se celebra la fiesta de Navidad pero no se cae
tan fácilmente en un falso idealismo romántico ni en el consumo
materialista: las calles de las ciudades se llenan de mujeres campesinas
con sus trajes típicos que piden limosna, madres de los barrios
periféricos pasan la noche al raso con sus niños junto al estadio de La
Paz (a casi 4000 m ) para poder recoger al día siguiente una muñeca y un
camioncito para sus hijos, las familias llevan a la Iglesia sus
imágenes del Niño Jesús para recibir la bendición y presidir sus casas
durante las fiestas navideñas, muchas parroquias reparten chocolate
caliente a los niños, los familiares se abrazan y abuenan en la
Nochebuena …Desde los pobres se comprende mejor el evangelio de Navidad.
Quizás la actual crisis europea nos
pueda ayudar a hacer una lectura diferente, alternativa, de la Navidad
tradicional, quizás ahora se pueda comprender mejor el significado del
nacimiento de Jesús: aun en medio de la noche de la desesperanza y de la
angustia, es posible confiar, luchar, amar, abuenarnos, ser solidarios,
tener alegría, porque un Niño nos ha nacido en un pobre portal y su
vida es una fuente de esperanza para toda la humanidad: no estamos
abandonados, el Señor camina con nosotros, Dios no está en crisis.
GRANEROS Y PESEBRES
Dolores Aleixandre
Vivimos atemorizados por los mercados,
esa especie de ogro corporativo y siniestro al que hay que tener
contento aunque nos esté asfixiando y triturando. Giramos en torno a sus
estados de ánimo y al punto de la mañana ya estamos pensando: ¿cómo se
habrá despertado? ¿estará irritado y nos pegará un zarpazo? ¿qué podemos
hacer para que no frunza el ceño? Bramamos contra él y lo colmamos de
vituperios sin darnos cuenta de que, en el fondo, nos está prestando el
servicio impagable de que como “el malo” es él con su codicia insaciable
y su carencia absoluta de ética, no necesitamos mirarnos al espejo y
preguntarnos: “Espejito, espejito ¿no me estará contaminado a mí el
estilo mercado, aunque sea en talla junior?”
En una de sus parábolas, cargada de
cierto humor negro, Jesús cuenta la historia de un hombre que tuvo una
gran cosecha (o se apañó un retiro millonario) y se puso a echar
cálculos: “ ¿Qué puedo hacer? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré
mis graneros y construiré otros mayores para meter mi trigo y mis
posesiones (o conseguiré un ERE) y después me diré : Querido, tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta ( y búscate un paraíso fiscal…) . Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida (estás al borde del infarto…) . Lo que has guardado ¿para quién será? (se lo va a llevar Hacienda…) ”
(Lc 12,16-21). Es curioso que el reproche merecido no sea de índole
moral sino intelectual: más que como un sinvergüenza aparece
sencillamente como un imbécil.
Aquellos graneros son
el símbolo de ese modo de vivir que tan bien conocemos: hay que
defender “el grano” de lo que poseemos de cualquier tipo que sea y, para
eso, hay que levantar muros protectores que lo pongan a salvo. Si no
estamos con cien ojos, nos comportaremos como clones del personaje de la
parábola y su modelo granero : “Ya sé lo que hacer” ,
repetimos como él, “blindaré los accesos a “mi grano”, que ya está bien
de tanta solidaridad; protegeré mi sensibilidad y cambiaré de canal en
cuanto empiecen esos documentales espantosos de niños famélicos; buscaré
los informativos que refuercen mis convicciones: “a los que piden en
las calles los ponía yo a asfaltar carreteras”, “los parados que
espabilen”, “los inmigrantes, que se vuelvan”…
Pero, aunque estamos para pocos villancicos y bombillitas de colores, llega la Navidad con su modelo pesebre: sin
puertas, sin alarmas, sin defensas, abierto a cualquiera que quiera
acercarse y llevarse ese “grano” que descansa sobre él. Es la otra
manera de vivir inaugurada por Jesús que intenta seducirnos con su
estilo alternativo. Hay que reconocer que él llevaba ventaja porque
nacer en un establo en vez de en una casa como Dios manda, lo marcó para
siempre y con poco remedio. Y es que como te descuides en la elección
de relaciones y se te arrimen peones agropecuarios no cualificados, ya
no te vas a quitar nunca de encima a esa gente: te rodearán, te
empujarán y te incordiarán a todas horas: “ Tengo a mi hijo endemoniado con el paro”. “ No tienen vino ni papeles tampoco”. “ No soy digno de que entres en mi casa, que tengo alquiladas todas las habitaciones para pagar la hipoteca”. “ Señor, que vea cómo llegar a fin de mes”; “ Aumenta mi fe
que todos mis amigos son de los “indignados” y no entienden que yo sea
creyente”… Y detrás de todo eso, un deseo desvalido y acuciante: si
rozaras mi vida, si me hablaras, si te sintiera cerca, si me dijeras por
qué vale la pena vivir…
Y él ahí, entonces y ahora, tan a la
intemperie como en Belén, tan expuesto como un pan que se parte.
Acogiendo todos los gritos y todas las lágrimas de un gentío abatido y
derrotado: “Ánimo, no tengas miedo, yo no te condeno, vente conmigo,
tus pecados te son perdonados, levántate, sal fuera, vete en paz. Mi
vida es para vosotros: tomad, comed… ”
No sabemos ser como él, pero si su
existencia nos sigue deslumbrando, podemos dejarnos caer esa noche por
las afueras de Belén, contemplar un rato el pesebre y repetirnos de
nuevo la pregunta: “¿Qué puedo hacer?”
Quizá la respuesta no nos resulte
cómoda ni placentera, pero es de las que llegan al corazón y lo
desbordan con esa alegría que nadie puede arrebatarnos.